Para el filósofo Jandey Marcel Solviyerte “la poesía es todo aquello que pertenece a la esfera de lo inmanente”. Así lo aseguró en conversación este autor de dos mundos que se vuelven uno.
¿Cómo define la poesía?
La poesía es todo aquello que pertenece a la esfera de lo inmanente, de lo que perdura porque está a cada instante renaciendo en sí mismo. Decir que esto es o no poético sólo es posible desde el conocimiento pleno de lo que representa la poesía misma para los individuos y para los pueblos, por su misma condición multiforme. La poesía es de demiurgos, de los que, al igual que ella (sin duda es un espíritu femenino) están renaciendo a diario, y en ese renacer traen consigo la imagen de lo nuevo indefinido, de lo inasible aún por huidizo; no de lo novedoso que ya es artificio. Lo nuevo no está en lo que se dice, sino en el acontecimiento de su retorno’, decía Michelle Foucault, y en ello no andaba equivocado.
La poesía es música, y sólo música para posesos, dispuestos a la entrega, a la existencia. En lo que a mí respecta, la llamo la Diosa muda, y tengo una oración que nunca falta en mis labios: “Nuestra señora la poesía jamás nos abandona”.
¿Cuál es la relación de la poesía y la historia, cómo se hace poeta el historiador?
Como primera medida, debo aclarar que no soy historiador de profesión; estuve estudiando historia, filosofía y teatro, y en ninguna de las carreras me gradué; situación que me deja como un aborto académico tripartito. Con todo, sí hacen parte de mis lecturas cotidianas y preferidas la historia y la filosofía.
Escribo poesía de contenido histórico porque siento que es necesario para mí zanjar vacíos con respecto a nuestra historia política; de ahí la afinidad con esa rama del saber. Desde niño leo y escribo poesía, aun cuando si debo poner un punto de partida a mi profesión como escritor, digo que fue a partir del año 1994 cuando tomé una decisión trascendental en mi vida, la cual me condujo a retomar el arte que había intentado abandonar.
Si es difícil para una familia rica tener un artista en casa, imagínese cómo ha de ser en una familia pobre donde lo que más prima es el sustento diario, donde poco o nada importan los refinamientos del espíritu. La historia es, pues, fundamental para mi existencia y pienso que debería serlo para la de todos. Reconocer en lo que hicimos o dejamos de hacer el origen de muchas de nuestras desgracias. Esto va del plano individual al colectivo. Pienso que es el poeta quien se hace filósofo e historiador aficionado para dar bases conceptuales a una poesía que sin ser erudita ha sido forjada a partir de vivencias y de muchas horas de lectura.
¿Cómo se da la relación de su proyecto poético con la filosofía?
Sin duda alguna hay un poco de filosofía en mi escritura, y no sólo en la poética, mas no es una filosofía ontológica; la pregunta por el ser no es la que más me importa, sino por el ser en sociedad; en esa medida soy más proclive a la filosofía política, la que se preocupa por los problemas actuales, por pensarse un mundo de resistencias contra un poder hegemónico.
Si bien hay algo de metafísica en algunos de mis poemas, no es lo común, siendo más las líneas escritas en dirección a lo social. Primero estudié filosofía, y al contemplar ese vacío que la academia no llenaba, teniendo en cuenta que la escuela de filosofía de la Universidad de Antioquia es ante todo ontológica y no va más allá de lo griego, alemán o en su defecto inglés, rompí con la academia y me dediqué a mis lecturas de carácter político. Leo la filosofía contemporánea más que la clásica; esto, claro, sin demeritar las reflexiones de todos los tiempos a las que llegaron los clásicos; sin embargo, soy más cercano, en tiempo y pensamiento, al estructuralismo y al posestructuralismo francés, por ejemplo, o a las vertientes Decoloniales del pensamiento amerindio, negro, latinoamericano; eso que los ‘iluminados’ del instituto de filosofía llaman ‘la marginalidad del pensamiento’, y creo que en parte tienen razón: el centro de las problemáticas epistémicas de nuestro tiempo no está en la filosofía convencional, tradicional; en cuanto que hacia las márgenes, hacia la periferia, hacia lo que se desborda, donde la vida fluye, apunta la filosofía contemporánea y también la literatura que encarna esas características del pensar. Soy un enamorado del afuera, de lo que pertenece a la fuga, de lo que es clinamen, desviación. Sí, de la marginalidad, incluso si es del pensamiento.
¿Cómo trata el tema de la historia en su libro: Versos de los mil días?
Cuando compuse Versos de los mil días estaba en un momento crítico de mi existencia. Luego de vivir la guerra y de ser un sobreviviente más de ella, se volvió uno de mis temas recurrentes.
La guerra me enseñó a conocer al opresor y al oprimido, y a saber que cuando estuve en ella pertenecí al bando de los opresores; de alguna manera, también había sido engañado por las mentiras de los medios de comunicación y por ello me sentía en deuda con mi país y, en consecuencia, con las víctimas directas de nuestra confrontación armada.
Fue durante esta crisis existencial que pensé en hacer un canto que vindicara las luchas sociales de nuestro tiempo, pero vi que era, además de difícil por la desinformación que hay de nuestro conflicto, peligroso, más para los míos que para mí, ya que puedo asegurar que no tengo miedo de lo que digo o escribo, pero sí me preocupa el bienestar de mis familiares, y por ello aplacé el proyecto de cantar en poesía la guerra actual y decidí escribir sobre la guerra de los mil días (1899-1902), de donde surgen muchas de las problemáticas que hoy día nos aquejan.
En los 1132 versos allí escritos (uno por cada día que duró la guerra), canto la resistencia liberal contra la hegemonía conservadora, la voz de los vencidos. De alguna manera, apoyado en ese ‘yo’ teatral del que hablaba, fui creando los poemas.
En muchos de ellos personifico a los hombres y mujeres que lucharon; es su voz y no la mía la que allí se expresa. Sin duda el haber vivido en carne propia tal experiencia me permitió plantear con claridad los azares de la pelea, sumado a ello varios años de lectura sobre el tema. Cuando leo, por ejemplo, versos de carácter panfletario, donde muy comúnmente los poetas dicen cosas como: “disparos de metralla”, me da cierta risa de desdén, ya que la metralla surge de lo que explota, de lo que revienta (granadas, bombas, ojivas de mortero) y no de lo que se dispara. Este ejemplo lo pongo con el fin de decir que incluso en cosas tan sencillas como estas, el poeta, el creador, ha de tener un mínimo conocimiento; de lo contrario, se están diciendo es sandeces, aunque la intención sea buena.
En otras palabras, este libro está atravesado por la experiencia y por el ejercicio de la historia. Para escribirlo fueron muchos los archivos y libros que leí. Es un aporte no sólo a la poética sino a la historia de nuestro país. Pienso que es un libro que se va a leer más en el futuro que en la actualidad, porque hay que estudiar un poco para asimilarlo en su completitud.
¿Cómo se van formando en usted esas herramientas llamadas palabras, tienen ellas una vida interminable o mueren?
En casi todos los mitos fundacionales antes que nada estaba el verbo. Siguiendo esta línea ancestral, concibo las palabras como principio y fin de todas las cosas. A la manera del universo de Heráclito, ni nacen ni mueren. Aun cuando la humanidad haya desaparecido, las palabras seguirán recorriendo el espacio, transportadas por las ondas, en busca del tiempo del retorno, como lo señaló Nietzsche, o de una nueva humanidad que sí sepa escucharlas, apreciarlas en su esencia. Sin palabra no hay universo. Ésta, incluso, es sólo lenguaje que se reinventa a sí mismo, que construye y deconstruye la existencia.