Análisis de la Fundación Empresarios por la educación sobre las conexiones entre escuela y familia que deben apoyar el desarrollo de la educación.
Hace poco participé en la entrega de informes de calificaciones del segundo trimestre de los estudiantes en una escuela rural de Cundinamarca.
La reunión inició con una charla, por parte de la coordinadora de la escuela, cuyo objeto sería en principio dar una información corta sobre algunas celebraciones y eventos institucionales; sin embargo, la conversación empezó a tocar aspectos relacionados con la convivencia escolar: las peleas en el descanso, el uso de los celulares en clase, el alto volumen de la voz de los estudiantes, incluso asuntos que nada tienen que ver con la convivencia, como el corte de cabello de los chicos y el largo de la falda. Algo previsto para 15 minutos ya iba en una hora, pues cuando la coordinadora hacía una pausa, algún maestro tomaba la palabra para continuar con el “reporte” sobre lo difícil que resultaba la convivencia en esa escuela por la indisciplina de los estudiantes.
Si para mí fue denso soportar este “memorial de agravios”, no me imagino cuán pesado fue para los familiares. Desde mi silla, veía sus caLa relación de las escuelas con las familias ras, algunas de angustia, otras de desánimo y unas más de desesperación. Finalmente les pidieron que se dirigieran a los respectivos cursos para recibir los informes de sus hijos, aunque muchos ya iban con afán.
Después de esto me reuní con los profesores. Para mis adentros solo pensaba lo insoportable de la reunión anterior con los familiares, así que antes de iniciar nuestro tema quería saber sobre sus percepciones y les pregunté. Sus respuestas me sorprendieron. En su mayoría encontré maestros respetuosos, amorosos y profundamente preocupados por el desempeño de sus estudiantes, algunos se sentían un poco frustrados por ver que pese a sus esfuerzos los estudiantes no mejoraban y otros se quejaron por la “escasa participación de las familias”.
Me di cuenta de que los profesores estaban convencidos de que la charla con los familiares había sido positiva y necesaria. De regreso a mi casa no dejaba de pensar en esto. Sentí como si ese escenario hubiera sido una suerte de torre de Babel: todos buscando lo mismo (la mejora en el aprendizaje de los chicos), pero cada quien hablando diferentes idiomas.
La relación de las escuelas con las familias durante mucho tiempo se ha limitado a eso: darles quejas sobre el comportamiento de sus hijos o sobre su rendimiento académico; y si bien en muchas instituciones educativas hay espacios que buscan acercarse a las familias (como las “Escuelas de Padres”), esto generalmente se torna en más de lo mismo, es decir, en reuniones monotemáticas donde la voz principal la tienen quienes trabajan en las escuelas.
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Es preciso romper este tipo de relacionamiento, pues lo que tenemos es un clima de desconfianza y señalamientos de parte y parte. Los familiares tienen mucho que aportar en el proceso de aprendizaje de los estudiantes y no es cierto que no quieran ir a las Escuelas; quizá si encontraran un ambiente distinto mediado por el diálogo igualitario, hallarían en las instituciones educativas un lugar para ellos.
De hecho diversas investigaciones como INCLUD-ED evidencian que “la colaboración entre el centro educativo y las familias y el resto de agentes que se encuentran en la comunidad educativa, imprime una influencia positiva en la educación de los niños y niñas”. Hoy, más que nunca, es fundamental abrir espacios para escuchar las opiniones que madres, padres, abuelos o tías tienen sobre la educación de sus chicos, hay muchos saberes e inteligencia cultural en ellos que las escuelas deben aprender a reconocer si quieren lograr una educación de calidad para todos sus estudiantes.
* Gerente del proyecto Comunidades de Aprendizaje en la Fundación Empresarios por la Educación, una organización de la sociedad civil que conecta sueños, proyectos, actores y recursos para contribuir al mejoramiento de la calidad educativa.