Las cicatrices mentales que ha dejado el conflicto en los colombianos

Autor: Jorge Daniel Echeverri Martínez
8 octubre de 2017 - 02:00 PM

Los programas de salud mental del Gobierno para los afectados por el conflicto armado han sido insuficientes ante el reto que dejaron más de 50 años de hechos atroces y traumáticos para todos los actores involucrados.

Colombia

Depresión, ansiedad, trastornos mentales y estrés postraumático son algunas de las marcas que dejó el conflicto armado para los militares retirados, los miembros de grupos ilegales desmovilizados y algunas víctimas, quienes luchan contra sus recuerdos para llevar una vida normal, en la que el pasado deje de atormentar el presente y que no hayan más pesadillas con los hechos que no desean revivir.

Según expertos, los problemas de salud mental necesitan estar dentro de las prioridades temáticas y presupuestales de las estrategias de Gobierno que recaen a los militares pensionados, los excombatientes y las víctimas del conflicto.

Recuerdos que reverberan en el presente

El conflicto armado no ha sido fácil para ninguno de sus actores. La constante paranoia y los momentos de riesgo de muerte se vuelven comunes en la vida de los combatientes y la población víctima de las atrocidades.

Juan Monsalve, un militar retirado quien comenzó su carrera desde que inició el servicio militar obligatorio, relató que ingresó para tener una buena oportunidad de empleo más adelante y luego continuó porque fue la única oportunidad laboral que se le presentó por no haber estudiado.

El exmiembro del Ejército aseguró que aunque al comienzo fue tranquilo, comenzó a entender la dinámica y el terror de la guerra cuando lo trasladaron durante 10 años a Arauca, en donde se enfrentó en muchas ocasiones a las Farc y al Eln.

“No sabía que la guerrilla tenía tanto poder en Arauca y en Barrancabermeja. En estos dos lugares los terroristas coparon las unidades de combate y asesinaron a la mayoría de los hombres. Ver a tantos compañeros muertos es traumático; nunca habíamos tenido tantas bajas en un solo enfrentamiento”, manifestó Monsalve.

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A partir de esto, no volvió a ser el mismo de antes. “Llevo nueve años por fuera del Ejército y todavía me sueño uniformado, con el fusil, patrullando en el área; eso lo traumatiza a uno. Además, cada que paso por la Ruta del Sol en mi camión me da mucha tristeza porque recuerdo todo la presión que tuve y varias experiencias difíciles de superar”, expresó.

El exintegrante de las Fuerzas Militares agregó que los sacrificios de dejar su familia, perderse las fechas especiales y los momentos con los hijos, no los siente recompensados porque cree que está muy solo. “El Estado nos dejó abandonados y nunca nos preguntaron si se sentían bien psicológicamente”.

Por su parte, Yennifer Andrea Lucumí fue reclutada por las Farc cuando era niña. Apenas tuvo la oportunidad, la joven huyó y se desmovilizó del grupo armado, luego dio a luz una menor y actualmente continúa con los procesos de su reinserción a la vida civil.

Según esta excombatiente, su trauma inició desde que asesinaron a su padre y posteriormente fue reclutada. “Todavía me angustio cuando escucho un helicóptero porque me vienen esos recuerdos, tengo pesadillas en las que veo a mi hija en los combates y recuerdo a los compañeros muertos cuando estoy en los hospitales”, indicó Lucumí.

Para ella, la reinserción de quienes pertenecieron a la guerrilla es muy complicada, ya que ellos fueron criados con la mentalidad de la guerra, por lo cual muchos, según dijo, no ven otra vía para la solución de los problemas. Además, manifestó que los excombatientes no tienen algunas conductas lo suficientemente aprendidas para desarrollarse socialmente. Pese a las dificultades que viven, según comentó, no buscan ayudas ni terapias para desahogarse porque creen que “esto solo es para los locos”.

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“La Agencia Nacional de Reintegración me ha ayudado mucho. Antes de la terapia, todo el tiempo tenía pesadillas, lloraba y me sentía perseguida en todas partes”, manifestó Lucumí.

No sólo los combatientes han tenido secuelas de la guerra, las víctimas han hecho parte de la población más traumatizadas en el conflicto y con mayores necesidades en materia de salud mental. Así lo asegura Yolanda Perea, quien fue víctima de violencia sexual, sufrió una golpiza por la que tuvo un aborto y fue desplazada en dos ocasiones por las Farc.

“Mi madre fue asesinada en 1997 por las Farc. Mi abuelo siempre me culpó de eso, porque según él, si yo no le hubiera dicho a ella sobre la violación, no habría ido a hacer el reclamo y no la habrían matado”, relató.

Perea indicó: “Cuando amamantaba a mi primer hijo, tenía que taparle la cara porque sentía que me acusaba de algo. Luego de la terapia psicológica entendí que mi subconsciente me atacaba por no haber podido proteger al niño que perdí”.

Ella manifestó que puede acceder a atención psicosocial por los programas de víctimas y enfoque étnico, pero denunció que estos planes no cubren a todas las personas que lo necesitan y carecen de continuidad, ya que se detienen las terapias por meses.

El reto de curar las heridas de la mente

La importancia de la salud mental en la reconstrucción del tejido social de Colombia fue valorado por Yolanda Perea, quien manifestó que las víctimas “deben estar bien mentalmente y entender lo ocurrido en el conflicto armado; de forma que no nos convirtamos en agresores sino receptores de los reinsertados, porque con ellos estamos llamados a reconstruir a Colombia”.

Según expertas en salud mental consultadas por EL MUNDO, el país debe trabajar para la inclusión y atención psicosocial de los militares retirados existentes. Para ello debe haber una mayor inversión y deben incluir a más personas afectadas por los flagelos de la guerra.

Según Ivonne Zabala, referente en salud mental de Médicos Sin Fronteras, en Colombia hay programas importantes en esta materia, pero el Estado debe hacer una esfuerzo mayor.

“Los servicios de psicología clínica no hacen parte del primer nivel de atención sino que son clasificados como consultas con especialistas; es decir, primero hay que pasar por el médico general. Esto produce largos tiempos de espera, que afectan el impacto del trabajo psicoterapéutico. Este servicio debería estar en el primer nivel de atención”, indicó.

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Sobre los combatientes, Zabala explicó que “tienen un cambio significativo de su estilo de vida porque llegan a las dinámicas de cotidianidad de la sociedad, cuando siempre han estado regulados bajo un orden militar, en un contexto de mucha zozobra y en donde se deben enfrentar a muchos riesgos, y cada persona extraña se vuelve una amenaza. Esta modificación genera enfermedades como la ansiedad, el estrés postraumático, entre otras”.

La representante de Médicos Sin Fronteras planteó que sonidos como el de un helicóptero pueden generar pánico en ellos porque cambiar el referente de amenaza que representaba esto toma un buen tiempo cuando se lleva tantos años en la guerra.

“Ellos presentan trastornos de adaptación ante el reto diario de reconstruir relaciones sociales, acostumbrarse a los estilos de vida citadinos, conocer la tecnología, el mercado laboral y entender que los extraños no siempre representan peligro. Para este proceso necesitan profesionales idóneos”, agregó.

Por su parte, Yolanda Torres, quien es experta en salud mental de la Universidad CES, argumentó que el Estado y los entes territoriales han trabajado en la materia, pero no compensa las necesidades en salud mental que tiene el conflicto armado.

“Los que han estado sometidos a momentos atroces o eventos muy difíciles pueden desarrollar estrés postraumático, patología que hace urgente un tratamiento inmediato. Sin embargo, como no hay diagnósticos oportunos en enfermedades mentales, estos padecimientos se vuelven crónicos y puede llevar a conductas alcohólicas, agresivas y de suicidio”, subrayó la investigadora.

Frente a la sanación de la sociedad colombiana, Torres consideró que es importante la política del Estado que busca que se dé el perdón.

“Sin que la población afectada no logre perdonar, terminarán afectados los reincorporados y ellos mismos como sociedad civil. Los medios deben promover un mensaje de apoyo a estas personas y para sus víctimas, de modo que se genere una correcta inclusión para todos, lo cual aporta a su salud mental”, concluyó.

El Día Mundial de la Salud Mental se enfoca en trastornos laborales

Con el tema de “la salud mental en el trabajo”, el próximo 10 de octubre se conmemorará el Día Mundial de la Salud Mental, fecha que busca concienciar y movilizar esfuerzos en apoyo de la salud mental.

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Según la Organización Panamericana de la Salud (Paho), “la globalización ha contribuido al estrés relacionado con el trabajo y a sus trastornos asociados. Una de cada cinco personas en ámbito laboral puede experimentar un trastorno de salud mental. Los problemas de salud mental tienen un impacto directo en los lugares de trabajo a través del aumento del ausentismo, la reducción de la productividad y el aumento de los costos de atención de la salud. Sin embargo, el estigma y la falta de conciencia sobre la salud mental persisten como barreras para abordar la salud mental en el lugar de trabajo”.

La organización mundial invitó a los empleadores y a los compañeros de trabajo para que sean agentes de cambio en el lugar de trabajo, combatiendo el estigma y fomentando el debate abierto sobre la salud mental.

“También pueden aprender a identificar los signos de problemas de salud mental comunes como la depresión y alentar a los colegas que pueden estar luchando para buscar ayuda”, concluyó la Paho.

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