La tentación populista, de derecha y de izquierda, es la esencia de la actual campaña política en nuestro país
Un fantasma recorre el mundo occidental, pero ya no es el espectro del comunismo que se cernía sobre Europa, como anunciaba el Manifiesto Comunista de 1848, sino el populismo que amenaza no solo las democracias liberales de Europa sino también a Estados Unidos con Trump y que desde hace ya varias décadas se campea por América Latina. Como advertimos en nuestra pasada columna, la tentación populista, de derecha y de izquierda, es la esencia de la actual campaña política en nuestro país, que sabemos cómo empieza y que sobre todo podemos anticipar cómo acabará.
Para lo países ricos el populismo denominado populismo de derecha se caracteriza por la rabia de la clase media que considera que está pagando los excesos y errores del sector financiero que llevaron a la crisis del 2008, lo que ha creado un caldo de cultivo propicio al populismo, caracterizado por el miedo a los inmigrantes, el rechazo a la globalización y a la revolución tecnológica. Para América Latina tendríamos lo que la filósofa belga Chantal Moufle ha denominado el populismo de izquierda, que lo define como la radicalización de la democracia, como oposición a la democracia liberal.
Primero que todo es necesario precisar que el populismo no es una ideología sino una mera estrategia para llegar al poder y retenerlo de manera indefinida, con el sofisma de que con él por fin el pueblo ha asumido el control del Estado. Con esta prédica consiguen polarizar la opinión pública, deslegitimar y criminalizar la política tradicional y la oposición, crear supuestas conspiraciones internacionales, desprestigiar la prensa y debilitar las instituciones creadas justamente para controlar los abusos del poder. Como si esto fuera poco, el acallamiento de los organismos de control en los gobiernos populistas permite expoliar las recursos naturales por la camarilla dueña del poder, tal como lo denuncia el venezolano Pablo Hernández el mal llamado socialismo del Siglo XXI que padece su país ha feriado de manera sistemática los recursos naturales, tal lo muestra la entrega gratuita, pero con grandes recompensas para los dueños del poder, de una parte importante de las reservas petroleras venezolanas y de 112.000 Km2 del oriente venezolano, donde se encuentran sus principales yacimientos auríferos, a una supuesta compañía minera rusa.
Colombia, como anotamos atrás, sufre amenazas por parte de populismos tanto de derecha como de izquierda.
El populismo de derecha cuenta con un combativo líder mesiánico, que ya experimentó durante sus ocho años de Presidencia el denominado gobierno mediante el estado de opinión, que en esencia consistió en buscar someter el Congreso y las cortes al control de una supuesta opinión pública, lo que significa puro populismo. Hoy con el pretexto de combatir la llamada impunidad que cree ver en la Justicia Especial para la Paz, acordada con las Farc ahora desmovilizadas, el partido del expresidente y ahora senador ha ganado numerosos adeptos con su discurso de odio y rechazo a los acuerdos de paz de la Habana.
El populismo de izquierda que no es nuevo en Colombia, recuérdese el gaitanismo, el rojaspinillismo y las administraciones del Polo en Bogotá, puede aflorar dentro de la reciente coalición centroizquierdista que pretende enfrentar en la próxima contienda electoral al Centro Democrático. El riesgo es que el fanatismo de algunos de los dirigentes de centro izquierda impida acercamientos a su coalición de experimentados estadistas de estirpe liberal, como Humberto de la Calle o Germán Vargas y de conservadores progresistas, para la conformación de un gran movimiento que garantice la materialización del Proceso de Paz y la ampliación de las instituciones democráticas, garantías esenciales para avanzar en la construcción de la sociedad incluyente a que aspiramos los socialdemócratas.