Mientras los hoy desmovilizados jefes guerrilleros promocionan el desagravio de su jefe militar, el Gobierno y la ONU guardan silencio en nueva muestra de que no tienen la capacidad de poner límites a quienes aún están bajo su tutela.
Cada 21 de septiembre, desde 2001, la Organización de las Naciones Unidas celebra el Día Internacional de la Paz con el propósito de fortalecer los ideales de paz entre las naciones, los pueblos y sus asociados. Respeto, seguridad y dignidad para todos son los términos que la organización ha promovido este año para la celebración y que, para el caso colombiano, lejos de haberse materializado tras los acuerdos de paz del Gobierno con la guerrilla de las Farc, parecen estar tan amenazados como en los tiempos de la más cruda confrontación armada.
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Hemos sostenido de manera reiterada que el proceso de paz se ha constituido en una humillación constante a las víctimas que, como lo dijo el papa Francisco en días pasados, son mayoritariamente seres humanos inocentes a quienes el conflicto alcanzó desprevenidos mientras labraban la tierra, mientras asistían a alguna escuela rural o estaban sirviendo a la Nación como garantes del orden público, sin contar con aquellos arrancados violentamente del seno de sus hogares para ser reclutados o aquellos a quienes las balas atravesaron por estar, justamente, en la búsqueda de la paz.
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Esas víctimas ignoradas y desconocidas, a quienes no se les puede aplicar la falacia de que todos en Colombia somos culpables por acción u omisión del conflicto armado, no están siendo respetadas ni su dignidad está a salvo cuando las Farc invitan al país a rendir homenaje, este viernes 22 de septiembre, a un “luchador del pueblo” como llaman al más sanguinario de los cabecillas de esa organización, como lo fue alias mono jojoy.
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Más que una humillación, es una afrenta que una organización que a duras penas ha pedido perdón, de manera privada, por algunos pocos hechos del conflicto, que ha convertido su opción de justicia en una amenaza de retaliación contra toda la sociedad y que, como lo señalamos en nuestro editorial del domingo último, ha incumplido todos sus compromisos, ahora decida poner como ícono nacional ¿comparable con el cristo de Bojayá? a quien ha sido y será siempre símbolo del terror y de las peores agresiones de las Farc contra la población civil, como quiera que, además de haber comandado la toma a bases militares como Mitú, Las Delicias y Miraflores, fue el cerebro tras las llamadas “pescas milagrosas”, los llamados cilindros bomba y autor de numerosos secuestros.
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Mientras los hoy desmovilizados jefes guerrilleros promocionan a los cuatro vientos el desagravio de su jefe militar, el Gobierno y la ONU guardan silencio en nueva muestra de que no tienen la capacidad -o la voluntad- de poner límites a quienes aún están bajo su tutela. De su parte debería salir, al menos, un pedido de perdón a las víctimas ante esta infamia.