La realidad, tal cruda como es, se presentó ante Pablo en una dimensión más amplia que una pantalla de televisor o una noticia lejana. Pablo Correa vio, escuchó y sintió en Acandí, Chocó, los excesos de la guerra y el infortunio de miles de niños por toparse con un destino tan aciago, violento y sin sentido. 
Pero a diferencia de esos niños que él convirtió en amigos, Pablo tenía la opción de estar en otro lado que no fuera ese paraíso de contrastes. Pero, al igual que sus papás, él decidió estar allí. “Por el trabajo de mis papás he vivido en muchos municipios. El último fue Acandí, donde mis padres han logrado sacar adelante una fundación llamada Fedac (Fundación Escuela para el Deporte de Acandí), que apoya a niños desplazados, hijos de policías, paramilitares y grupos armados. Niños huérfanos. Es un lugar con problemas de prostitución y minería ilegal. Para esos chicos la vida termina en la playa y eso es lo que la fundación busca cambiar”, dice Pablo, quien a sus 12 años se expresa con un aplomo y sentido crítico notables.
De esa experiencia en Acandí surgió en Pablo el amor por el béisbol, pues Xiomara y Carlos, sus padres, vieron en este deporte un elemento esencial para acercarse a los niños del municipio chocoano.
“Con ayuda del Grupo Internacional de Paz y su equipo de psicólogas hemos tenido allá proyectos muy importantes, como uno que se llama Mi vida es un diamante, son espacios que buscan que los niños crezcan en todos los niveles aprovechando aspectos del béisbol. Por ejemplo, en algo que se llama primera base se trabaja las relaciones de familia; en la segunda base, están los amigos y así sucesivamente”, explica Pablo, quien ahora está radicado en Envigado y aunque está físicamente lejos de ese lugar del Caribe colombiano donde se enamoró del béisbol, decidió continuar con su pasión en el equipo del Inder de Envigado en el que debutó de gran forma en el Festival de Béisbol, anotando el primer Home run del torneo y se convirtió en el MVP (Jugador Más Valioso del Juego).
En Envigado encontró enormes contrastes. “Acá hay una gran infraestructura deportiva. En Acandí, en cambio, no han querido terminar el diamante de béisbol, que permite a los niños tener su propio espacio, porque antes teníamos que jugar en la cancha de fútbol pero recibíamos maltratos allí y nos sacaban”, cuenta Pablo, quien se siente a gusto con su nuevo equipo, aunque extraña jugar con su querido equipo del Acandí Fedac, que nuevamente sorteó toda clase de obstáculos para participar de este Festival de Festivales.
Pablo sueña con las Grandes Ligas, pero, sobre todo, sueña con regresar a su querido Acandí, seguir apoyando a sus papás y dar una mano para que muchos otros niños tengan días más promisorios. “Cuando uno encuentra una motivación en la vida ningún esfuerzo es demasiado. La tarea es ayudarle a encontrar la motivación a muchos niños”, concluye Pablo.