La verdadera fiesta de Medellín

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
22 diciembre de 2016 - 12:00 AM

“El narcotráfico y la delincuencia organizada de finales del siglo XX y del actual siglo XXI no pueden ser domesticadas más que al amparo del arte y el espíritu”.

Comprender a Medellín y la cultura antioqueña no es posible sin acercarnos a su historia. No solo la actual sino la de tres siglos atrás que  eliminó parcialmente las sociedades indígenas precolombinas. Todas las antiguas poblaciones de colonizadores se establecieron alrededor de las zonas de oro de aluvión y los rescates y  robo de catas que hacían los españoles del oro ya elaborado. Esa actividad extractiva y rapiñosa es por su propia naturaleza destructiva, escandalosa, ruda; no da una cultura mayor al saqueo y la rápida obtención de bienes y su dilapidación casi inmediata. La actividades más sedentarias y benignas de la agricultura y el pastoreo casi que se realizan en función de la otra primaria, cruel y golosa.

Esa mentalidad de la minería ha marcado a la región, sus valores, creencias y sueños. La colonización antioqueña del centro del país se desarrolló al amparo de la acumulación de capital así originada y esa cultura del café, del minifundio y el labriego mitigó las ansias locas de la minería. Pero sin ese ancestro minero, sueño de riqueza rápida, fundador de bancos, el desarrollo de la ciudad no se hubiera dado. Los banqueros y ricos comerciantes del siglo XIX trajeron empezando el XX a los arquitectos Carré y Govaerts, a los ingenieros Moore, de Greiff o Duperly y crearon las condiciones de mercado y lectura para el revistero antioqueño.

Quiero decir que desde el comienzo de nuestra y ciudad y la región la riqueza bruta del oro y su rapiña dieron lugar a la “tacita de plata” y a la cultura brusca y primaria que tenemos. Y generaron los valores y costumbres que posibilitaron las formas actuales de la delincuencia extorsiva y raponera. Por ello el narcotráfico y la delincuencia organizada de finales del siglo XX y del actual siglo XXI no pueden ser domesticadas más que al amparo del arte y el espíritu, tal como ha sido siempre en la historia de la humanidad. El imperialismo de Pericles posibilitó la ilustración de Platón y Aristóteles y el excelso Renacimiento italiano creció al amparo voraz de un comercio brutal en el Mediterráneo.

Y es que aquí necesitamos arte y espíritu pues para celebrar la relativa abundancia o el triunfo solo parecemos conocer el exceso de las explosiones, la algarabía ciega que sólo enumera por cientos caballos o poetas que desfilan por la ciudad.

Hago eco de las críticas aisladas y mal recibidas sobre un suceso nefasto como fue la tragedia del equipo brasilero de fútbol. Medellín despues de sumas y restas es terrible y fue noble el homenaje brindado a los brasileños pero fue esa una reacción que capitalizó la tragedia y accionistas, patrocinadores y público quedaron todos satisfechos. La conciencia individual y colectiva se tranquiliza con rituales sencillos pero efectivos. Pero “nos falta mucho pelo para el moño” como dice el refrán. Nuestro pasado oscuro de depredadores no se lava tan fácil y la misma colonización antioqueña, la cultura cafetera y la industrialización, que ha dado lugar a una burguesía eficiente que ahora controla buena parte del país, no nos puede hacer olvidar que toda esa belleza aparente y esa eficiencia comercial se erige sobre la explotación de millones de trabajadores en dos siglos largos. No trato de malograr las celebraciones, solo quiero recordar que las verdaderas fiestas son fiestas para todos, un lugar de carnaval, alegría y abundancia que llena la mesa sin exclusiones.

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