Esa apatía, desdén y desinformación serán los primeros males que el Sacerdote Jesuita querrá curar
La designación del padre Francisco de Roux S.J. como líder de un grupo extraordinario de la Comisión de la Verdad va más allá de la construcción de un relato. Estoy seguro de que va a construir confianza, hacer pedagogía y promover diálogos sociales.
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Francisco de Roux se instaló en Medellín a principios de 2016, tras el fallecimiento del padre Horacio Arango, a quien sucedería en la dirección del Centro de Fe y Culturas (cuya sede está en La Aguacatala). Fue poco después de su llegada que pude conversar con él para una entrevista periodística.
Ese día él estaba apurado, pues tendría su primera charla para hablar de paz y de cómo afrontar las tormentas por las que pasaba por esos días —¿cuándo no?— el proceso de negociación con las Farc. A su llegada, el padre, vestido con una camisa blanca impecable, un pantalón claro y zapatos con suelas degastadas como el que más ha recorrido caminos, llegó excusándose por la tardanza, enseñando la hora en el celular.
—La culpa no fue mía, fue del Metro, cogí el tren que no paraba en La Aguacatala. Y soltó una risotada.
Aunque reía con simpatía, por esos días —y seguramente ahora mismo— el padre aseguraba en sus conversaciones que tenía un miedo, el de no “jugárnosla a fondo por la paz”. Y tenía razón, pues esa apatía, desdén y desinformación serán los primeros males que el Sacerdote Jesuita querrá curar. Con su serenidad, contextura menuda, la palabra y la convicción profundas de la dignidad humana, ha confrontado a señores de guerra, paramilitares, guerrilleros y hasta los ha llevado a cuartos donde se han dado la mano.
De Roux también ha estado del lado de las comunidades más humildes, no sólo de palabra, también con su presencia. Que lo digan las comunidades campesinas del Magdalena Medio; o en la comuna 13, barrio que escogió como su residencia durante su estancia en Medellín.
Por eso, quienes lo han descalificado, tras su nombramiento en la Comisión de la Verdad, seguramente no le temen a él como persona; sino más bien a la fuerza de sus argumentos, de su palabra y de su ejemplo de rectitud, humildad y liderazgo por la paz; la construida en los pilares de la equidad, la transparencia y la justicia.
En ese diálogo insistía en que no se puede permitir que la paz la haga el presidente, las Farc, el uno o el otro, así como se pensó —equivocadamente— que la guerra la hacían los soldados; la paz había que asumirla como proyecto colectivo. Por eso, es indispensable el fortalecimiento de las veedurías ciudadanas para que, por ejemplo, no se roben los dineros públicos.
Esa, la de entender la dimensión amplia de la paz, es una tarea de valientes, porque en el camino habrá muchos que sigan siendo apedreados. Ahora pienso, a modo de símil con la Comisión de la Verdad, en una historia me contó ese día el padre Francisco de Roux.
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“Fue el día que acompañé la liberación de un canadiense, secuestrado por un comandante del Eln, y perdóneme por lo que voy a decir, pero esa imagen nunca se me olvida. Durante la liberación el comandante estuvo en silencio, cuando nos montamos al helicóptero para venirnos con la Cruz Roja, el guerrillero gritó:
—Hermano, perdónenos, pero es que todos estamos atrapados en esta guerra tan hijueputa”.