El domingo hay que salir a votar con optimismo, no para no convertirnos en otro país sino para hacer de este uno más digno para vivir. Una oportunidad para vencer el miedo y el populismo.
En una nueva acrobacia política, el presidente venezolano Nicolás Maduro, sorprendió al mundo cuando se presentó ante la Asamblea Nacional Constituyente y se juramentó para un segundo período que iría de 2019 a 2025. Como era de esperarse, con la mano en alto expresó “Juro cumplir y hacer cumplir la constitución y llevar adelante los cambios revolucionarios que nos lleven a la Venezuela en paz”. Un juramento que embrolla más el asunto pues no está claro cuál es la Constitución que se comprometió a respetar y hacer respetar.
Y no es claro porque la Carta vigente dice que el presidente se posesionará el 10 de enero de su primer año del período, es decir en ocho meses, y ante la Asamblea Nacional, o sea el Parlamento que el Tribunal Supremo declaró en desacato y cuyos actos se entienden nulos. Pero la misma constitución indica que si no se hace ante el parlamento debería ser, precisamente ante el Supremo. Tras su cuestionado triunfo en unas elecciones en las que el gran protagonista fue el abstencionismo, Maduro radicó una demanda “de interpretación” ante ese Tribunal, pero decidió juramentarse sin esperar la respuesta.
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De afán, como su proclamación como ganador de las elecciones y la entrega de su credencial, a pesar del rechazo de la oposición y de buena parte de la comunidad internacional que no solo ha puesto en duda la transparencia del proceso electoral sino los datos del número de votantes y la libertad con la que muchos de ellos concurrieron a las urnas el domingo pasado. Son tantos los palos de ciego que la presidenta de la Asamblea Constitucional, Delcy Rodríguez, dijo que, aunque Maduro juró ante esa corporación, tomará posesión del cargo el próximo 10 de enero. Es decir, la fecha que señala la actual constitución.
En el afán, cuando menos hay un desafío a la comunidad internacional y un anticipo de cómo transcurrirá su nuevo gobierno. No en vano, habló de una “transformación de la revolución” y anunció una rectificación profunda: “hay que hacer las cosas de nuevo y mejor”, dijo. Sabe que hoy no cuenta con el respaldo popular, a pesar del populismo y del constreñimiento. En el panorama político actual, en Venezuela no acudir a las urnas constituye una manifestación política de profundo rechazo al régimen. Es una manera legítima de ejercer la oposición y decirle al mundo que ni el sistema electoral ni el gobierno, ni el Estado en su conjunto generan confianza. Hoy, allá, la abstención tiene una connotación de rebeldía contrarrevolucionaria que parece haber herido, o por lo menos asustado, a Maduro.
Distinta es la realidad colombiana por más que algunos pretendan vender el humo de la venezonalización del país. Sin duda, un fantasma que asusta mucho pero como diría Serrat, es “el alma de la alarma”, “la salsa de farsa y el meollo del mal rollo”. Aquí la mejor manera de expresarse políticamente el domingo es acudir a las urnas y, en la soledad del cubículo, recordar que los fantasmas “no son nada si les quitas la sábana”. Por eso hoy la invitación es a pensar más en las propuestas que en las encuestas y a decidir a conciencia, no para que no nos convirtamos en otro país sino para que hagamos de este uno más digno para vivir.
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Lo que está en juego es el modelo de sociedad que queremos afianzar, pero dudo mucho que en la marcada polarización haya riesgo de correr hacia un abismo. También hay opciones de centro que parecen menos fuertes, pero si logran movilizar a nuevos votantes e indecisos podrían cambiar, más que el rumbo, el tono de un debate que cada vez se pierde más en el bosque del populismo. Lo que no podemos tolerar es la sombra sobre el proceso o sus resultados, nos gusten o no, porque eso, lo hemos vivido, es el germen de muchos males.
El voto universal es una conquista, hemos repetido. El voto libre un derecho que hay que preservar y, el disenso, una bendición para celebrar. La mejor manera de defender la democracia es participar de ella; significa en primera instancia, salir a votar y hacerlo de manera serena y consciente, sin escuchar los cantos de sirena ni las alarmas de los macarras que nos descubre Serrat.