La sabia decisión de dos presidentes
Juan Orlando Hernández y Reuvén Rivlin, mandatarios de Honduras e Israel respectivamente, han coincidido en tomar una correcta postura: abstenerse de cualquier activa participación en la ceremonia que señalará las siete décadas de la existencia soberana y democrática de Israel.
Las razones divergen en uno y en el otro caso. Empuja al presidente israelí la decisión de respetar las normas que han modelado a este acto desde su inicio. El parlamento- o la Knesset en el vocabulario del país - en cuanto entidad legislativa y libre ámbito que discute y aprueba las normas que deben orientar al país constituye el símbolo y la evidencia del juego democrático. Sin objeciones, los personajes que por tiempos limitados forman parte de ella son apéndices secundarios y transitorios. Ningún miembro del gabinete ministerial – incluyendo al primer ministro Netanyahu – puede representar a una institución que, sin ella, ni Israel ni su gobierno poseen la aptitud para celebrar y difundir la libertad ciudadana.
La honestidad obliga a señalar que un cálculo personal también gravita en el caso de Rivlin. No puede olvidar que en su momento, cuando él presidía las deliberaciones parlamentarias, Biniamín Netanyahu opuso no pocos ni livianos obstáculos a su desempeño. Fricciones que lamentablemente se han dilatado hasta nuestros días sin merecer- por fortuna- pública y estridente expresión.
Dos circunstancias en suma que explican la firme identificación de Rivlin con Yuri Edelstein en su carácter de presidente de la Knesset, resuelto a preservar los consagrados consensos institucionales y públicos. Acertada y convergente postura.
El caso de Juan Orlando Hernández es absolutamente diferente. Juzgo que la ministra Miri Regev le adjudicó el alto y singular honor de tomar parte activa en un acto cardinal para la ciudadanía israelí con total desconocimiento de las circunstancias que lo llevaron a la presidencia de Honduras. Pecado y error inexcusables para la poseedora de la cartera oficial de la cultura. Traer a un mandatario extranjero- demócrata o no - a fin de justificar la activa participación de Netanyahu en los actos festivos fue su exclusivo cálculo. Ignoró la aptitud y las inclinaciones de los medios de información para señalar antecedentes y rumbos cuestionables del personaje escogido, que aparentemente se antojan apenas compatibles con el carácter de la ceremonia a la cual fue ingenuamente invitado.
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Con prudente juicio el presidente hondureño resolvió abstenerse de tomar parte en la ruleta imaginada por la ministra Regev. Certera y sabia actitud.
En suma: es lamentable que en un festivo acto que debe representar a toda la ciudadanía del país – incluyendo a las diásporas de israelíes y judíos – gravitan cálculos y maniobras de liviana política. Apenas un saludable deporte para la electa administradora de la cultura nacional. Por fortuna, la atinada actitud de dos presidentes le ayudan a oxigenarse.