La reforma tributaria al salón de belleza

Autor: Fabio Humberto Giraldo Jiménez
12 noviembre de 2018 - 09:04 PM

Cuando la actual reforma tributaria se presente para discusión en el Senado de la República, será “pulida” aprovechando la vasta experiencia de los miembros de este cuerpo colegiado en el antiquísimo arte de esconder lo feo y será perfumada aprovechando que a mucha gente le seduce el pachulí.

El genterío se ha opuesto sinceramente a la reforma tributaria; los gentiles, es decir los que se creen mejor gente que la gente, se unieron a la vocinglería opositora. Pero en la medida en que se apresta su discusión en el Senado de la República van mermando su vocería haciendo uso del único atributo que los hace en realidad mejores que la gente que es su marrullería cultivada con disciplinado esmero.

Allí, en el Senado, suelen embellecerse esperpentos como el de marras sometiéndolos al antiquísimo arte de esconder la fealdad o, para que no suene tan feo, “realzar la belleza” a la manera contemporánea industrialmente desarrollada por Matilde Harper y primorosamente continuada por Elizabeth Arden, L Oreal, Max Factor, Maybelline (creador de la primera pestañina), Helena Rubinstein, Cutex (inventor del esmalte de uñas), Maurice (creador del primer estuche de metal para lápiz de labios) y que en Colombia tiene como icono a Norberto, “Caballero del Senado” y quien peina las cabezas más selectas.

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Nada que reprochar porque la vanidad es un deber con la naturaleza al cual no se debería renunciar so pena de descuido de si mismo, si no fuera porque además de esconder lo feo en el sentido estético también se puede esconder lo éticamente feo, la falta de higiene personal y los malos olores.

Asesores no faltan. Aparte de la mayoría de los propios senadores que son lobistas corporativos y clientes devotos de la cosmética y la estilística, hay a la mano un pequeño pero eficiente ejército de sacerdotes de la econometría que mediante matrices y algoritmos hacen ver opulenta tu indigencia, vergonzosa tu protesta y al capitalismo como un sistema natural e inevitable, definitivo.

Allí, en el Senado, la experticia en embellecimiento, motilado, peinado y perfumado es tan prolija y pródiga como la habilidad del trepador social y del tramoyero; es evidente que sobrepujan el largo y duro protocolo de la academia. Siempre a la mano la cirugía estética, las prótesis, pelucas, peluquines y bisoñes, no faltarán tampoco baños de leche, exfoliaciones de la piel, maquillaje en el rostro, cortes de pelo de alta peluquería, cortes de cabello, peinado, color personalizado ni tampoco utensilios modernos y eficientes como tijeras de corte microdentado, de esculpir, de entresacar, de filar o cepillos redondos de cerda dura, blanda y semiblanda, de cerdas de nylon, de forma ovalada, de púas finas y redondeadas, cepillos térmicos, bol de tintes, paletinas, champús para pelo grasoso, semigrasoso, liso tipos A,B.C, ondulado tipos A,B.C. o rizado tipos A,B.C., pinzas, secadores y planchas de pelo y, por supuesto, delicadas y suaves manos de prestidigitador, de tal manera que el cliente salga del elíptico salón de belleza con la imagen que le mostró el espejo, así el primer chaparrón lo despeluque.

Por eso la oposición sincera a esta alcabala debe ser a toda ella. No a una parte o a otra forma como se aprestan a hacerlo los “esteticistas”. Y no es una actitud irracional, ni expresión populista. Ni castrochavista, ni antiduquista. Ni antigobiernista. Ni mucho menos la querencia de un vago o de un gamberro. No. Es que los impuestos son legítimos solo porque el pleno cumplimiento de los derechos a los que tenemos derecho tiene un costo. Con los impuestos pagamos el costo de los derechos. Los que estan consagrados en la Constitución Titulo II, capítulos 1 al 4, artículos 11 al 94. Y pagamos a los gobernantes, nuestros sofisticados albañiles, para que los hagan efectivos de acuerdo con los manuales sobre funcionamiento del estado que contiene la otra parte de nuestra constitución. Pero no debemos pagar los sobrecostos del incumplimiento histórico de los derechos y de gobernantes ineficientes o corruptos.

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Por eso el primer referente a la hora de evaluar un impuesto es el costo de los derechos y no los argumentos de quien lo propone. Y el costo real. La ineficiencia es un sobrecosto, un agregado espureo, herencia de malos gobiernos, no de un mal estado. Y cuando digo malos gobiernos no me refiero solo al anterior cuyos sobrevinientes no son excusa, porque cuando se asume el gobierno se asume con la historia.

Con todo y la advertencia, me da mucho temor de la debilidad de nuestro estado, el que está escrito en nuestra constitución, porque aún teniendo un sólido contenido de democracia social y política, adolece de un mecanismo jurídico que la blinde contra la urgencia de los gobiernos del estado y contra los poderes corporativos que los tironean. Pero lo que más me molesta porque me parece una paradoja ética, es que no hay suficiente blindaje contra mayorías pasajeras a las cuales les seduce el pachulí, del que se dice que, aún en ambientes con malos olores, levanta el ánimo, es antiséptico, antiinflamatorio, diurético y, por tanto, afrodisiaco.

 

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Comentarios:

Luis A
Luis A
2018-11-13 07:12:44
Excelente escrito. La verdad, dicha con humor y buen estilo, es mucho mas punzante. Felicitaciones al autor (colega de oficio en UdeA).

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