Es, en definitiva, una mezcla extraña entre azar y necesidad, entre valentía y temor, entre osadía y timidez y, en definitiva, entre conocimiento, experiencia y sabiduría.
La prudencia es una capacidad de decidir entre distintas opciones sobre todo en aquel tipo de situaciones en las cuales se han agotado formas de decisión más contrastadas y probadas porque la situación es agónica. No siempre la prudencia tiene que ver con la agonía, pero se muestra su potencia, máxima o mínima, en circunstancias de modo, tiempo y lugar en las cuales se abre un dilema entre la decisión segura y cómoda pero estrecha, proporcionada por la racionalidad científica y la amplia pero insegura predicción, cuando no adivinación. Se trata de situaciones que, según Max Weber, exprimen la ética porque obligan a decidir entre sacrificar un mundo para salvar un hombre o sacrificar un hombre para salvar un mundo.
La prudencia es asunto ordinario, pero expone toda su capacidad en lo extraordinario, donde y cuando ya no hay más remedio por falta de tiempo o de medios, que es, además, terreno fértil para el inmovilismo, para las elusiones y las evasiones, pero también para las decisiones irracionales, para la superstición, la magia y la agorería. Pero a diferencia de estas, la prudencia se aplica a situaciones raras o anómalas mezclando ciencia y arte en la decisión. De ciencia tiene el método que permite hacer conjeturas controladas; de arte tiene su disposición a ensayarlas. No es ciencia sino un complemento en situaciones en las cuales el método científico no solo resulta lento sino incompleto; tampoco es arte puro porque se controlan las consecuencias del ingenio, la creatividad y la improvisación. Y tampoco es una virtud porque en situaciones extraordinarias controla los temores, las omisiones o las exageraciones de las virtudes; así, por ejemplo, el prudente no puede ser inapetente en relación con la voluntad de acción, es decir, no puede omitir acciones; pero tampoco puede ser incontinente con las consecuencias, es decir, no todo vale. Es, en definitiva, una mezcla extraña entre azar y necesidad, entre valentía y temor, entre osadía y timidez y, en definitiva, entre conocimiento, experiencia y sabiduría.
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Pero como se trata de decisiones oportunas en situaciones difíciles, no es casual que la prudencia tenga mucho de eso que entendemos como “don de la oportunidad” que es el punto fronterizo a partir del cual se hace uso muy diverso del concepto porque se confunde con el oportunismo.
Precisamente el sentido más vulgar de la prudencia es aquel que la identifica con la sagacidad; por ejemplo, la que es propia de quien sabe esperar pacientemente la oportunidad que más lo beneficie y que en este caso se trata de la prudencia propia del oportunista que haciendo de la satisfacción propia un fin no le hace ascos a ningún medio. Generalmente esta es la prudencia típica del negociante inescrupuloso o del político corrupto en quienes además se usa la prudencia como discreción y a esta como ocultamiento, de tal manera que el prudente es quien oculta bien sus fechorías. Pero hay otros sentidos que se consideran moralmente más aceptables como la prudencia frente al peligro; así, por ejemplo, decimos que una persona es prudente cuando decide no correr riesgos ante la posibilidad de perder estabilidad, seguridad, libertad o integridad física; en este sentido la prudencia limita con la pusilanimidad y la cobardía atenuadas por el temor que puede ser real, infundado o infundido.
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Pero también se predica la prudencia del cálculo entre pérdidas y ganancias, propia de quien ante una situación imperiosa decide entre una avanzada, una retirada, un repliegue, una capitulación o un acuerdo y que no se dan exclusivamente en las guerras sino también en la vida cotidiana.
En tiempos de elecciones agónicas, como las que corren, se afirma la prudencia de lo que es “políticamente correcto” y que no es más que la expresión de una neutralidad fingidamente calculada, una pose ideológicas “a la carta”, el síntoma de inapetencia de la voluntad, de irresponsabilidad política o de indiferencia moral o de las tres que, juntitas, han terminado con las grandes ideologías y los grandes partidos políticos resumidas aquellas en “recetas” y convertidos éstos en “pymes electorales”.