La posesión de un presidente incorrecto Pocos como él podían escribir ese documento superlativo por lo breve, repetitivo, simple e incorrecto.
En los días previos a su juramento como 45 presidente de Estados Unidos, Donald Trump alardeó, sin hacerse creíble, con su ocupación como redactor de su discurso. Tras oír su intervención ante 900.000 personas -la mitad de las que escucharon a Barack Obama en 2009- los escépticos cesaron sus dudas. Pocos como él podían escribir ese documento superlativo por lo breve, repetitivo, simple e incorrecto. Sumándose a los hechos de campaña, la selección de gabinete, sus primeras intervenciones, el discurso confirmó que el nuevo gobernante es un populista patriotero, impredecible y obsesionado con pocas ideas esquemáticas.
Las incorrecciones del discurso obedecen a la falta de perspectiva filosófica. En pretendida crítica a su predecesor reivindicó la improvisación y el activismo señalando que “el tiempo de los discursos vacíos ha terminado. Llega la hora de la acción” (ver en: https://goo.gl/UnE9OU). Esta es la prueba de que pretende surgir sobre el desprecio de los procesos de deliberación que forjan las ideas políticas y las civilizaciones, garantizan la coherencia personal y mantienen la de la Nación que es líder en el mundo, con otras comparables, porque encarna los valores de la democracia, la solidaridad y la cooperación entre pueblos y sociedades. Sólo el desprecio manifiesto por las ideas explica que ose anunciar que el combate “contra el radicalismo islámico terrorista, nos permitirá erradicarlo completamente de la faz de la tierra”. Ninguna idea, por equivocada que sea, muere por la voluntad de sus contradictores.
Imposible no asociar el error filosófico con las incorreciones políticas e históricas. Con enorme desprecio por el pueblo que ha forjado la historia democrática que lo llevó al poder y ha labrado las instituciones que desarrollan la Constitución y garantizan las libertades, el señor Trump apeló a lugares comunes del populismo para dirigir una diatriba contra “el poder de Washington”, hábilmente fundamentada en confrontarlo con su origen, el “poder ciudadano”. Interesado en avivar una falsa confrontación entre gobierno y ciudadanos, el presidente ahondó heridas de los estadounidenses que eligieron a sus predecesores, algunos aún objeto de admiración, y se hizo el desentendido con las acciones de las masas que protagonizan movilizaciones como la prevista Marcha de las mujeres sobre Washington, a realizarse hoy, así como con la precariedad del poder que le da un Congreso en el que apenas tiene su mayoría asegurada por dos años, pues en noviembre de 2018 se van a renovar las 458 curules de la Cámara y un tercio del Senado.
Un presidente sin perspectiva de cómo se ha forjado la democracia estadounidense no puede más que incurrir en el serísimo error histórico de reivindicar un proyecto de “sueño americano” que rememora a Teodoro Roosvelt (1901-1919) y su política del “Gran Garrote” y al aislacionismo proteccionista, estrategias que pudieron funcionar en otros tiempos, pero no ahora. Trump invita al pasado señalando que hará “a América grande, de nuevo”, mediante opciones como que cada decisión en comercio, en impuestos, en inmigración, en relaciones internacionales, será tomada “de ahora en adelante sólo poniendo a América primero”; y una América bastante homogénea según parece. Desconocer el inmenso aporte de los inmigrantes a una Nación que ha construido su fortaleza y ejemplaridad sumando los aportes de culturas, capitales y experiencias globales es tan grave como encarnar el proteccionismo, útil en los albores de la industrialización, como receta para ¿recuperar? el crecimiento y bienestar de una nación que obtiene buena parte de su riqueza de las exportaciones y la inversión extranjera en su economía. Complementa estas incorrecciones históricas y políticas, con tan graves fallas en la perspectiva económica que osa desconocer el impulso Obama a todos los indicadores para enarbolar como bandera que “vamos a reconstruir nuestro país con manos americanas y con trabajo americano” y bajo la agresiva política de “comprar americano y contratar americanos”.
La arrogante incorrección de Donald Trump sólo puede ser enfrentada, desde hoy mismo, con los correctores que una democracia sólida tiene para quienes la desprecian o amenazan. Las instituciones en sí mismas, forjadas en el juego de contrapesos que les garantiza sobrevivir a aventureros y advenedizos. La opinión pública, siempre decepcionada y hoy en alerta. Y los ciudadanos, ausentes de la posesión, activos en protestas como la que hoy realizarán las mujeres, y poderosos en las elecciones, que ya asoman y que permiten recordarle a este, y a todos los presidentes, en manos de quién está el verdadero poder del Imperio estadounidense.