El éxito en el oficio de la política, en un sentido ajeno a la definición teórica, depende fundamentalmente de cinco cosas grandes, aunque no sean grandes cosas.
Sabemos que en sentido general la política es una ciencia que ayuda a comprender las formas de organización y de gobierno de las sociedades humanas, especialmente de los estados; que en particular es la actividad propia de los gobernantes en ejercicio; y que, mas especificamente aun, es la actividad de los que aspiran a gobernar. También sabemos que todas las constituciones actuales reconocen por escrito que la democracia no es solamente una forma de gobierno sino fundamentalmente una clase de sociedad y que por tanto la democracia social y la democracia política son complementos inseparables. En este sentido, el fin de una política democrática sería la implementación de normas y la legitimación de prácticas que logren un desarrollo adecuado y solidario de los dos complementos. Teniendo en cuenta esa definición podríamos trazar dos grandes ideologías políticas democráticas por el énfasis y asignar ideología específica a quienes hagan proselitismo con la intención de llegar a conformar un gobierno que enfatice en uno de ellos o que busque su equilibrio.
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De los tres significados de la política, la actividad más típica y popular es la que busca conseguir el mayor número posible de votos para llegar al gobierno o para sostenerlo, utilizando la mayor capacidad de persuasión posible y las técnicas más eficaces. Y como en épocas de tráfago electoral esa actividad se vuelve casi agónica, toda la racionalidad teórica de la política ligada a los fines cede su lugar a la inmisericorde tiranía de los medios. Y en este nivel de acción, los políticos de cualquier ideologia se identifican en el oficio de conseguir votos y terminan actuando de la misma manera.
A un oficio se accede sólo con la voluntad y sin ninguna certificación previa; el oficio puede llegar a ser un arte si se ejerce con ingenio y habilidad y, eventualmente, puede llegar a ser una profesión si se complementa y se sustenta con una pertinente y adecuada formación académica. Entendida en su sentido más específico, como una especie de pesca y acumulación de votos, la actividad política es un oficio igual al de las ventas, la tenería, la zapatería o la albañilería, aunque, por supuesto, la complejidad de su objeto la hace mas sofisticada. Más que conocimientos, que es la base de la aptitud, en ese oficio o arte se requieren habilidades y actitudes. De los primeros son propios la ciencia y la inteligencia, de la segunda lo son destreza, gracia, ingenio, mimetismo y maña; y de lo tercero, disposición de ánimo y carisma.
Son muy escasos los políticos que concentran conocimiento, habilidad y carisma. Al contrario, una muy grande cantidad de nuestros políticos no pasan de ejercer esa actividad como un oficio en su sentido básico -pesca y acumulación de votos- y no pocas veces como oficio alterno o secundario; la inmensa mayoria lo ejercen como arte pero no sólo por la habilidad y el ingenio agregados al oficio, sino por la artificiosidad de sus prácticas y mañas; y muy pocos, demasiado pocos, la ejercen como profesión aunque tengan títulos universitarios acreditados que, frente a las demandas del oficio básico, terminan siendo recuerdos, incluso de algo que nunca sucedió.
Pero para tener éxito en el oficio de la política se necesita, además, la confluencia de un ego desmesurado tansfigurado en voluntad de poder y de dominio; una gran capacidad mimética para imitar las características de otros o para cambiar con ellas; una lengua larga y parlanchina ligada directamente a las órdenes del ego; una gran bolsa para financiar el despliegue del ego y perifonear su parloteo y una multitud emocionalmente dispuesta y/o racionalmente interesada. Es decir, que el éxito en el oficio de la política, en un sentido ajeno a la definición teórica, depende fundamentalmente de cinco cosas grandes, aunque no sean grandes cosas: ego desmesurado, mimética camaleónica, bolsa generosa, labia fecunda y una mulitud expectante.
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