Lo humanamente cambiable ya se ha logrado en la región. El proceso de paz ha garantizado la tranquilidad y el sosiego de quienes allí laboran.
Por deferencia de la directiva de Empresas Públicas de Medellín tuve el privilegio de visitar el avance de las obras de la Hidroeléctrica de Ituango, que en verdad está ubicada sobre varios municipios, pero especialmente sobre Briceño, Toledo e Ituango, en compañía de los periodistas Camilo Sixto Baquero, J. Enrique Ríos y Pascual Gaviria. Hoy sólo me ocuparé del impacto que el proceso de paz firmado con las Farc ha traído sobre esa obra.
Las obras de Hidroituango son colosales, de magnitudes jamás pensadas en Colombia. Es, sin lugar a dudas, la empresa de ingeniería más grande jamás realizada en nuestro país. Basta mirar la red de túneles o galerías que tiene en sus montañas para que comprendamos los desafíos geológicos y técnicos que se han tenido que enfrentar, amén de los aspectos sociales y de subversión que se han tenido que superar.
Lo primero es reconocer la experiencia ganada por las Empresas Públicas de Medellín en este tipo de construcciones, los conocimientos acumulados y cada día acrecentados por su personal técnico son prenda de garantía de los éxitos de lo que se está realizando. Argumento a favor de quienes antaño reclamábamos porque Hidroituango fuera construida por EPM y no por empresas chinas, como se pretendió.
No fueron fáciles los inicios de la acometida. El territorio era y es agreste; en algunos lugares, selvático; poco habitado y el abandono del Estado era la característica principal. Las Farc estaban adueñadas del sitio y en algunas zonas cercanas, como Orejón, las minas antipersona eran la constante de la guerra. Los cultivos ilícitos tampoco eran ajenos al entorno. Era necesario reubicar cerca de tres centenares de familias. Ese era el patético cuadro que encontraron los diseñadores y constructores cuando llegaron al lugar.
Digamos que lo humanamente cambiable ya se ha logrado en la región. De un lado el proceso de paz ha garantizado la tranquilidad y el sosiego de quienes allí laboran. En los inicios de la majestuosa obra era común escuchar entre los empleados y obreros de la empresa contratista y de EPM, la misma respuesta cuando les preguntaban cuánto duraba el viaje a Hidroituango: “Entre cuatro horas y seis meses”, para significar que si llegaban sin contratiempos demorarían cuatro horas, pero si eran secuestrados el viaje era más prolongado en el tiempo.
En estas mismas columnas les había contado a mis lectores que en el pasado mes de enero recorrí el carreteable que une a San Agustín (Huila) con la ciudad de Popayán, otro santuario de las Farc y que pude observar con alegría los cientos de paseantes que disfrutaban de esa ecológica travesía. Por eso nuestra insistencia en decirles a los habitantes de las grandes ciudades, que la paz en el campo es la gran satisfacción de la paz en Colombia. Bien valieron la pena las discusiones y el arreglo final.
El tema ambiental es otro desafío que enfrenta Empresas Públicas en esta obra y lo hace con responsabilidad. El desarrollo sostenible es posible.
No todo lo del viaje fue satisfactorio. Pudimos constatar con tristeza la enorme deforestación sobre las encumbradas y escarpadas montañas de Liborina, Sabanalarga, Toledo, Ituango y Briceño, seguramente y en muchos casos, para la siembra de cultivos ilícitos. Afortunadamente EPM prepara la rehabilitación de cerca de treinta mil hectáreas de bosques y el Estado negocia con los campesinos la sustitución de cultivos ilícitos