Ese espíritu de nacimiento y segunda oportunidad nos lo debemos los colombianos frente a la paz.
Para los estudiosos de la sociedad y de la cultura el cambio cultural, cuando se presenta, es una fiesta compleja para el intelecto y para los sentidos. Las transformaciones culturales pueden venir acompañadas del dolor de todo nacimiento y tienen también la sensación de la liberación de un peso muerto que desaparece. Las variaciones socioculturales son especialmente atractivas por su dinamismo y por nuestra natural fascinación con el cambio y la diferencia. Como animales omnívoros encontramos en la variedad placer y en la renovación un motivo de alegría.
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Hay una diferencia entre las mutaciones sociales y los procesos culturales. En general lo social evoluciona lentamente y en la cultura se evidencia más fácilmente la alteración pues siempre entraña procesos sensibles. La navidad anual como fiesta y celebración puede ser un ejemplo; ella está garantizada por ciclos socioeconómicos de trabajo relativamente estables pero se expresa de manera cambiante en los rituales de fin de año. Pero quiero preguntarme por otros aspectos del cambio cultural. Como ciudadano quiero saber si estamos dispuestos a dar los pasos para crear una cultura de la paz y de la convivencia o si las chispas que se observan son un fenómeno casual, aleatorio, repetitivo o si estamos por el contrario frente a un proceso de transformación y cualificación que permita albergar esperanzas de que se van a superar o canalizar la múltiples estrategias para hacer habitable para todos esta nación. Tengo de mi patrimonio vital el haber asistido a cambios culturales significativos; recuerdo la transformación de Medellín de un poblado casi bucólico, con baños en arroyos montañeros y paseos en donde terminaba el barrio, a una urbe industrializada que fue atropellada por su propio crecimiento, luego el delirio de los comerciantes, el narcotráfico y la migración desmesurada que multiplicó su población y sus problemas.
Uno puede identificar muchas modificaciones de significación y de sentido en las instituciones y las ciudades. Tanto ir la piedra al molino lo rompe y como muchos ciudadanos yo también quisiera asistir al momento en el cual el evangelio del odio y la exclusión dejara de sonar tan ruidosamente. Es lamentable que por medio siglo muchos insistieran, febril y torpemente, en que sólo destruyendo se construye, que sólo agudizando la contradicción se la supera. Quizás el mayor reto de los cambios culturales es el de la coordinación de las acciones novedosas para lograr la sinergia que no es otra cosa que la suma de los pequeños esfuerzos. La sinergia es más que una aritmética elemental de sumatorias y entraña el principio humano del crecimiento geométrico de la fuerza. La sinergia es lo que hace que la orquesta y el coro, para poner dos ejemplos sencillos pero contundentes, se eleven sobre sí mismos y ascienda el espíritu y la materia opaca de sus componentes al brillo luminoso que nos hace sentir que estamos preparados para logros y conquistas de un orden superior.
Pesimistas se unen para señalar el detritus, el despojo y el mal protuberante que parecen gobernar toda La Tierra, por el contrario el cambio cultural siempre está precedido de una confianza profunda en el poder renovador de todo comienzo luminoso. Una bella imagen que recoge esta realidad es la visión fresca que puede tener un niño de su primera navidad consciente. Y ese espíritu de nacimiento y segunda oportunidad nos lo debemos los colombianos frente a la paz.