Mire usted el tema nefasto de la corrupción. La palabra incluso se ha desgastado. Al utilizarla, ya no tiene la dimensión que debería de tener.
Hay una enfermedad que, según me entero recientemente, afecta al 8% de la población mundial. Se llama “acúfenos” pero el nombre más conocido es “tinnitus”. La descripción es francamente aterradora. Usted empieza a percibir un zumbido, un ruido, un “pitido” que penetra en sus oídos pero que no tiene nada que ver con un estímulo externo. Solo usted lo escucha porque el ruido ha sido construido en su cerebro. Y se instala ahí, solo para usted, las 24 horas de cada día, los sesenta minutos de cada hora, los sesenta segundos de cada minuto. Es un sonido que jamás se calla.
Los efectos son devastadores, el enfermo puede enloquecer.
Los expertos dicen que el cerebro y el conjunto de nuestro sistema nervioso desarrollan mecanismos que le permiten, de manera progresiva, hacerse menos sensible a estímulos que persisten durante largos períodos. Así, los pacientes de tinnitus se “desconectan” del sonido angustioso mediante la fórmula de “distraerse”. Una vez centrado en otras tareas o pensamientos, logran que el sonido no sea percibido.
Igual ocurre con los olores molestos. Personas que trabajan o viven en medio de olores que para otros son insoportables, terminan no percibiéndolos mediante el método de la “distracción”.
Hay quienes arguyen que no es tanto la distracción sino el acostumbramiento. Acostumbrarse es habituarse.
En la casa, en la oficina o en el barrio, la gente se “acostumbra” a lo que ve y deja de percibir el deterioro, por ejemplo. No ve la mancha, no ve la basura.
Este país padece de tinnitus.
Mire usted el tema nefasto de la corrupción. La palabra incluso se ha desgastado. Al utilizarla, ya no tiene la dimensión que debería de tener. Si se pone en la tarea de buscar sinónimos, de repente lo entienda mejor: corrupción, descomposición, peste, podredumbre, putrefacción.
El país está sumergido en la putrefacción y ocurre que, o nos distraemos o nos acostumbramos. Ese es quizá el triunfo de los corruptos. A fuerza de hacerlo sin consecuencias la han convertido en un “modus vivendi”, un estilo nacional.
Aparecen cada día noticias aterradoras de su envalentonamiento, de los excesos que cometen, de los volúmenes de los dineros que se roban, de las prácticas deshonestas que parecen ensañarse en los más humildes, de exabruptos que en otros países sí desencadenan consecuencias y sanciones inmediatas, pero aquí no.
Somos el hazmerreír del mundo. Mientras los corruptos son sancionados en el resto del planeta, aquí los elegimos, son quienes nos dirigen, los protegemos, los alabamos, nos representan.
Hoy se nos convoca a una Consulta Nacional Anticorrupción. Se nos invita a que votemos en contra de ellos, se nos llama a ponerles cortapisas y entonces los corruptos elevan el grito al cielo y arguyen que salir a votar hoy es una tontería.
No quieren que lo hagamos, insisten en que no veamos esa mancha enorme, que nos abstengamos de oír ese sonido escandaloso y persistente, que no prestemos atención a ese olor putrefacto, que sigamos igual, que dejemos así.
No podemos prestarles atención. Tenemos que salir a votar siete veces sí, tenemos que demostrarles que ya no aceptamos más distracciones, que no queremos acostumbrarnos, que no vamos a permitir más su impunidad, que hemos recobrado nuestra dignidad perdida.