La otra enfermedad holandesa

Autor: Carlos Alberto Gómez Fajardo
25 abril de 2017 - 12:08 AM

Hay otra enfermedad holandesa: la eutanasia.

La gente acostumbra hacer diagnósticos, y estos términos se usan en unos ámbitos que rebasan ampliamente su dominio original. Hace un tiempo, por ejemplo, unos economistas describieron la enfermedad holandesa: dice Wikipedia que se trata de los fenómenos que suceden en la economía de un país cuando ocurre una expansión del ingreso de divisas al mismo, lo que conduce a efectos negativos sobre otros aspectos de su economía. Mencionan esto en relación a los colosales y rápidos ingresos por descubrimientos de fuentes de energía de gran valor, como yacimientos de gas o riquezas petroleras. Ignoro si esto guarde relación, al menos parcial, con el desastre de nuestro país vecino, antes rico, hoy miserable y sometido a la dictadura comunista.

Hay otra enfermedad holandesa: la eutanasia, que ha llegado a ocupar el 4% de las causas de muerte en Holanda. Esta causa, más que la económica, de modo más directo, es fatal, y es producida por algunas personas vestidas con batas blancas –no todos los actos realizados con personas con esta vestimenta son actos médicos-. Son eliminados, sobre todo, enfermos de edad avanzada y en condiciones vitales y existenciales de gran fragilidad, como ocurre en los casos de los trastornos degenerativos, psiquiátricos, y condiciones terminales. No faltan, de todos modos, los que alegan “cansancio vital” como causal. En muchas de aquellas muertes prematuramente producidas por funcionarios se ha demostrado que se han atropellado las normas y protocolos establecidos por las permisivas leyes de los países bajos. Se está eliminando a muchos porque a terceras personas les parece que hay que hacerlo, para que no sufran; con el parecer de alguien basta.

La otra enfermedad holandesa -afecta también de modo grave a Bélgica-, más que la propia y discutible política de auto-aniquilación en que consiste la eutanasia, es la amnesia. Los países bajos y otras naciones europeas, hoy presumiendo de tolerancia y ejercicio de valores democráticos, han descendido exactamente a las profundas simas de deshumanización establecidas desde el inicio del régimen del III Reich. Las leyes de esterilización forzosa, eliminación de enfermos mentales, procesos de eugenesia, eutanasia y eliminación de niños fueron una de las medidas iniciales de la dinámica judicial nacional socialista. El beneficio y el interés de las políticas estatales se consideró en lugar de primacía sobre el bien de la dignidad de la vida del individuo particular. El estado pretendió –y tristemente lo logró- convertir a algunos de sus profesionales de las áreas de la salud en inclementes ejecutores de las políticas públicas de aniquilación, tal como hoy lo hacen los activistas de “género”. En el juicio de Nuremberg alegarían que ejecutaron simplemente las órdenes de un sistema que los obligaba a actuar como actuaron. Llegaron a convertirse –eran sujetos con alto nivel de formación técnica y universitaria- en los verdugos más cínicos e implacables que utilizaron su fuerza tecnológica y su poder judicial, para aniquilar a un sector considerado por ellos “vidas que no merecen ser vividas”.

La otra enfermedad holandesa no es la política de eutanasia que están llevando a cabo allí, de modo suicida y como expresión de máximo cinismo e indiferencia hacia la obligación que a todos nos comporta el hecho cierto de la alteridad, del reconocimiento como iguales que nos exige el rostro de cada ser humano. No. La nueva enfermedad holandesa es la amnesia. Las democracias representativas occidentales, voluntades de las mayorías que se imponen en los parlamentos, no quieren recordar que aquellas medidas de deshumanización fueron las primeras que impuso el criticado nacionalsocialismo que ocupó violentamente sus territorios nacionales.

Y los progresistas locales -algunos parlamentarios y abogados a-históricos, desmemoriados y autosuficientes- fotocopian aquellas normas como si en eso consistiera el progreso de Colombia. Así, tristemente, se las presentan ciertos medios de comunicación a las masas, ávidas de reclamación por derechos y autonomías pero eso sí, recelosas y esquivas a la hora de reconocer deberes hacia los demás seres humanos, hacia la verdad, y hacia la historia.

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