La reunión de los presidentes Santos y Trump fijó los nuevos matices de la alianza de Estados Unidos y Colombia.
En su primera reunión en la Casa Blanca, los presidentes Juan Manuel Santos y Donald Trump abrieron ayer un nuevo capítulo en la ya consolidada alianza de las naciones colombiana y estadounidense. Esta nueva etapa recoge lo sembrado por anteriores gobiernos de ambos países, siendo lo último la ayuda que el Congreso acaba de aprobar para la lucha contra las drogas y el posacuerdo, para retomar o profundizar énfasis que en los dos últimos años se habían descuidado o minimizado.
Confirmarse aliado es un logro del pueblo colombiano, que a lo largo de la historia ha demostrado merecer la confianza de sus hermanos norteamericanos. Para el presidente Santos, el sabor es agridulce. Porque en la intervención del presidente Trump no hubo menciones a la destinación de ayudas económicas o respaldos directos a los acuerdos con las Farc y el Eln, situación que anuncia la toma de distancia de los aliados frente a unos procesos equívocos. Y porque el enfoque de combate abierto para destruir el narcotráfico y a sus agentes levanta un muro contra los pasos dados hacia el enfoque de tratar el consumo como problema de salud pública, definido por el presidente Obama, y más especialmente contra los esfuerzos, de los que el presidente Santos quiso hacerse personero, por la liberalización de la producción y el consumo de drogas. Con gestos y hechos se confirma, pues, que Colombia no es el país que podría abanderar una transformación ideológica y política frente a las drogas.
La cita también le permitió al presidente Trump comprometer al doctor Santos en sumarse a su empeño por devolver a Venezuela la tranquilidad, la estabilidad y la prosperidad que ha perdido en manos del chavismo. Ya mostrará el presidente colombiano cómo navegará entre estos vientos que se contradicen, el aliado de Colombia y el heredero de su ?nuevo mejor amigo?, el coronel-presidente.