La nación incomprensible

Autor: Eufrasio Guzmán Mesa
5 abril de 2018 - 12:10 AM

Estamos pues lejos de asimilar una patria alzada en armas, poseída por la furia marcial y el deseo de venganza y más lejos aún de mirarnos a los ojos y darnos la mano en señal de fraternidad.

El hecho social es al mismo tiempo económico, político, histórico y cultural, de allí la dificultad para desarrollar comprensión. Las discusiones e interpretaciones académicas sobre los movimientos políticos y militares que sellaron la “independencia” de nuestro país a principios del siglo XIX continúan; no hemos terminado de comprender tampoco algo que ha sucedido hace dos siglos y si hay dudas sobre ese complejo fenómeno, no nos amilanemos que el encuentro entre Europa y América hace más de cinco siglos sigue dando para agrias discusiones. Y si hace cuarenta años, alguien con capacidad de anticipación, nos hubiera sugerido que algunos de los terratenientes, patriarcales y explotadores de su gente, terminarían recurriendo a técnicas de guerra propias de la guerrilla y se enriquecerían hasta tomarse el poder político y dar lugar a una nueva Colombia, cruel, despiadada, des institucionalizada, febril, estrambótica en el uso de esos bienes que constituyen el poder y la riqueza, también hubiéramos dudado, pero aquí estamos.

Y no queremos ver, no somos capaces de comprender, función superior del intelecto y la mente humana, nos refugiamos en actitudes moralistas, reencauchamos los ideales de una democracia que no ha funcionado una sola década con un mínimo de eficiencia y claridad en dos siglos, o nos refugiamos torpemente en ideas tercermundistas y en utopías destructivas y anacrónicas.

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Pero sobre todo, al no tener comprensión, somos incapaces de encontrarnos con el otro, de mirar la otra cara de una realidad, de integrar en un gesto de sabiduría los cabos sueltos de una nación destrozada por la ignorancia y la lógica del machete. Hace falta una valentía como la que preconiza el poeta inglés Robert Graves, la que guarda la espada ante el caído y le tiende la mano. Esa justicia poética no existe entre nosotros, presidentes poetas y poetas mandarines dan cada día de nuestra historia su sainete de odio y mezquindad. Estamos pues lejos de asimilar una patria alzada en armas, poseída por la furia marcial y el deseo de venganza y más lejos aún de mirarnos a los ojos y darnos la mano en señal de fraternidad.

“Agudizar las contradicciones” era un postulado de las luchas sociales y ese punto de vista, llevado hasta el paroxismo, llegó a regir las acciones de protesta política y las manifestaciones de estudiantes o grupos minoritarios durante el último cuarto del siglo pasado. Lo más grave es que esa idea fue haciendo nicho en la cultura hasta formar parte de la idiosincrasia nacional. Generaciones de maestros se formaron en Normales y Facultades de Educación en las cuales se inculcaba esta idea, y una visión de patria que se redime por la sangre, aceptando sólo la afirmación de unos y el exterminio de otros. Lejos estaba la idea de negociar, conciliar o llegar a consensos. La idea según la cual el motor de la historia es la lucha irreconciliable entre las clases sociales estaba en la raíz. Una cosa es reconocer el conflicto como algo inherente a la sociedad y a la naturaleza humana, otra diferente es suponer que ese conflicto tiene dirección ineluctable y es el sentido de la historia.

Creo que pocas naciones como la nuestra son un laboratorio donde observar en vivo el papel de las ideas en la vida social. Está por escribirse el capítulo sobre las ideas marxistas y la guerra que padecemos. Ahora está en alza la idea de que la guerra tendrá término y eso incluye la destrucción de colombianos y sus nichos vitales. Miles de compatriotas son ahora execrados como respuesta a su crueldad de secuestrar o “retener” a alguien por ser “enemigo de clase”.

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Los bandos deliran con el triunfo y sólo ofrecemos el espectáculo de nuestra torpeza. Está lejano el momento en el cual la democracia nos permita afrontar las diferencias. Intelectuales serios que advierten esta tozudez reciben descalificación, son lanzados al patíbulo de la exclusión y no ha faltado quien les quiera quitar, así sea simbólicamente, su patria.

Falta un arduo camino para superar esa condición de fieras elegantes. Los que buscamos la paz, el entendimiento, la verdad y el amor somos una minoría pintoresca que cree en el perfeccionamiento moral de los seres humanos, cree en un mejor mañana y no se deja perturbar por la abominable condición humana expresada en la matanza sin término. A esa matanza lo único que la modera es la política, que no es otra cosa que el arte elemental de conversar y entenderme con mi vecino, usando el lenguaje para comprender y para hacerme comprender, llegando de paso a arreglos, pactos que permiten el desenvolvimiento de la vida.

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