“Dicen que el rugby es un deporte de villanos practicado por caballeros. Con la política en los tiempos que corren ocurre lo contrario.” Adagio inglés.
Fabio Humberto Giraldo Jiménez
El proselitismo, sea religioso, político o económico, es una actividad cuyo fin es aumentar conversos, partidarios o socios para que, una vez discipulados y convencidos, se conviertan en apóstoles, pregoneros o vendedores de religión, ideología o negocio. Entre estas tres actividades existe una prolija historia de concubinato de fines y de medios. De fines porque coinciden en el económico y de medios porque los tres usan idéntica estrategia que las “pirámides” o las “células de la abundancia”.
Y el recurso natural de su estrategia es el lenguaje y de éste su capacidad comunicativa. En la comunicación política se hace más evidente que el lenguaje es una herramienta no sólo para describir sino también para sugerir con intención una interpretación de lo descrito. Por eso se afirma que en todo texto hay un pretexto, del latín “prae” -previo- y “texere” -tejer-. El pretexto es justificación o excusa. El tejido, los bordados, los encajes y los textos cubren, pero también dejan partes descubiertas y sugieren lo cubierto; siendo así, no ocultan nada por más que se empeñen; y la tarea del analista, como la de Penélope, es destejer lo tejido o desvestir lo vestido como en los menesteres de alcoba.
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Parece una cantinela recordar que la intención y la sugerencia insinuadas, cuando no la orden implícita, forman parte del lenguaje comunicativo; que en él se sugiere para sugestionar e influir en otros con la intención de que piensen y sientan de una determinada manera; y eso es dominio y poder, por más que sea coquetamente acicalado, bien escrito o bien intencionado.
El método de razonamiento inductivo -deducir generalidades de premisas particulares-, es usado en el proselitismo porque hace posible que las conclusiones digan más de lo que las premisas permiten y que, por lo mismo, tenga tanta probabilidad el acierto como el desacierto. Esta característica de la inducción sirve más cómodamente a la opinión que a la ciencia, aunque en ésta se utilice con provecho. Al usar el razonamiento inductivo, la opinión no se hace necesariamente falsa sino, al menos, probable; su fuerza inductiva consiste en la seguridad, no de que algo ocurrirá, sino que pueda ocurrir. Y con eso basta para el proselitismo o para inducir odio, amor, pesimismo u optimismo. Es por esto que en el proselitismo no hay nada de científico, como no sea en los casos en los que para lograr sus fines se apoye en conocimiento científico, por ejemplo, de la ciencia política y de ésta en una disciplina afín como la que se ocupa del comportamiento electoral.
Con estos elementos teóricos podríamos tener más base para saber por dónde, cómo y porqué se cuela y se usa la mentira en la política, no sin antes definirla y conocer cómo se justifica. Mientras que la falsedad es algo que se considera incorrecto o erróneo, la mentira es un engaño que instrumentaliza la falsedad para producir un efecto del cual se espera que sea más o menos benéfico o nocivo. Muchos engaños nocivos, es decir, falsedades mentirosas, están prohibidos moral y legalmente, como la falsedad en documentos, los engaños al consumidor o a los usuarios y la calumnia. Pero en la moral y en la política hay resguardos o cobijos éticos y aun jurídicos para el engaño y la mentira.
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Si tomamos como referencia la descripción de Max Weber sobre la ética, en la cual separa ética de los principios y ética de los resultados, podríamos decir que quien por principios niega la eticidad de la mentira independientemente de los resultados, se sitúa al lado de quienes, como Kant, consideran absolutamente injustificable su uso en todos los ámbitos de la vida; y quien justifica la mentira por los resultados y con independencia de los principios, se sitúa entre quienes toleran la mentira piadosa, como lo hacen la mayoría de las religiones; o le confieren licitud a algunos engaños por las llamadas “razones superiores”; o defienden directamente la llamada Razón de Estado como Maquiavelo y Leo Strauss. Y, por supuesto hay quienes, de manera pragmática -“por si las moscas”, se sitúan en puntos más o menos intermedios de esta ecuación ética weberiana.