La captura de alias Tom demostró que la mafia y los mafiosos siguen asechando a nuestros jóvenes con sus falsas promesas de éxito y dinero rápido
Suena a verdad de Perogrullo, pero de vez en cuando las circunstancias nos obligan a recordar, a hacerlo evidente ante cierta tentación de pensar que se trata de asuntos del pasado. Como si esa realidad que parece tener tantos padres y a la que nos referimos frecuentemente como “la transformación de Medellín”, le hubiera dado certificado de defunción a las prácticas mafiosas y hubiese reemplazado por emprendimientos innovadores la economía que se deriva del tráfico de drogas y la ilegalidad en general. Pequeñas mentiras que a veces nos decimos como sociedad, seguramente para tratar de estar más tranquilos con nosotros mismos.
Y no es que la transformación de la ciudad sea mentira. Ni que no haya emprendimientos, ni innovación, ni jóvenes por montones para poner de ejemplo, todo eso es verdad y seguirá siéndolo. Así como en las dos últimas décadas del siglo XX hubo una proliferación de grupos artísticos, organizaciones sociales, líderes barriales, académicos, investigadores y “oenegeros” empeñados en rescatarse a sí mismos y luego a los demás jóvenes de Medellín del horror de la mafia y sus guerras intestinas. En todos los tiempos han coexistido en el mismo escenario urbano jóvenes que le apuestan a la dignidad y al respeto, con quienes son dominados por el afán del dinero rápido sin importar las circunstancias; unos con una mirada de más amplio espectro social y otros con una idea de éxito basada en lo material.
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A muchos les molesta cuando nos referimos a ciertos gustos, a algunas prácticas, como vestigios de la cultura mafiosa, pero hay que visualizarlo para que no se convierta en la estética de la época ni en el referente de nuestro entorno. Como a otros les incomoda cualquier alusión a los mafiosos y pretenden borrar la historia por decreto o criminalizar a quienes quieran volver la mirada atrás, ya sea por curiosidad o por morbo. Pero la realidad, siempre más contundente que los prejuicios, nos da de tanto en tanto señales de alerta para que entendamos que, aunque no hablemos de ciertas cosas o las disimulemos ahí siguen asechando a los nuestros y vendiéndoles a los muchachos la idea de una sociedad más ligera y con menos penurias, a partir de la imagen de héroes bastante cuestionables, pero aparentemente exitosos.
Héroes como alias popeye, que siempre fue más buche que plumas, quien no para de desafiar a las autoridades y a la institucionalidad con el apoyo muchas veces inconsciente de quienes le dan me gustas y comparten sus contenidos hasta el punto de convertirlo en una celebridad de las redes, sin detenerse a reflexionar si ese es el tipo de referentes que queremos para nuestra sociedad. De eso se aprovecha para levantar el tono y hacer bufonadas, así como en las últimas décadas se dedicó a construir una imagen de si mismo bastante exagerada en el mundo del hampa y en relación con su patrón. Quienes estuvieron cerca a ambos coinciden en que nunca fue tan importante como pretende serlo, lo que no quiere decir que sea modelo a seguir. Un chicanero peligroso que cree que tiene alguna gracia presentarse como bandido y declarar que no le teme a nada ni a nadie, pero que infortunadamente parece tener razón por la cantidad de seguidores y admiradores que es capaz de conseguir con esas expresiones. El problema es suyo, pero también de la sociedad que lo convierte en celebridad.
Esa nueva figura que se pretende hasta líder de la oposición significa tan poco en las estructuras criminales que a pesar de su pretendida experiencia y su cercanía con toda suerte de bandidos ni siquiera hace parte de los posibles sucesores de alias Tom en la entramada mafiosa. Su regreso a la cárcel es casi seguro, como casi seguro es que su arrepentimiento y reconversión nunca superarán el ámbito de sus contradictorias declaraciones.
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Por eso para las autoridades es de mayor preocupación la posibilidad de una cumbre mafiosa en Medellín que defina la línea de sucesión entre quienes menos expedientes tengan abiertos y menos se conozcan, que seguirle los pasos a un antihéroe megalómano y mitómano, a quien la nostalgia de los carteles y las recompensas ha llevado a buscar en el mundo virtual un aura de leyenda que la mediocridad le negó en la vida real.
Y es precisamente en esa esfera en la que debemos empeñarnos como sociedad para que los referentes de nuestros jóvenes dejen de ser personajes de esa calaña y modelos de vida basados en lujos y estéticas superfluas, de manera que la transformación social pese más que la de las obras, y el imaginario de ciudad que se imponga sea el más inclusivo y el de mayor solidaridad. Un camino con muchas vertientes que no se puede abandonar, pero que en todo caso está lejos de haber llegado a su meta como tantos han pretendido desde el discurso del que se han lucrado, sobre todo en el ámbito internacional.