La lucha por el lenguaje

Autor: Alfonso Monsalve Solórzano
9 julio de 2017 - 12:08 AM

Todo mundo sabe, o al menos intuye, que el lenguaje es un arma política, en ocasiones, más letal que las balas.

En un seminario que ofrecí los días martes y miércoles pasado, la senadora Paola Holguín me sugirió que plasmase por escrito el alegato que hice en favor de rescatar para los demócratas, expresiones que se han convertido en arsenal de nuestros contradictores, ya sea para atacar nuestras ideas y prácticas, ya, para enaltecer las suyas. Hoy trataré de cumplir su petición.

Todo mundo sabe, o al menos intuye, que el lenguaje es un arma política, en ocasiones, más letal que las balas. Nada más fácil que descalificar a un oponente de paramilitar o de derecha, para encarcelarlo; o proclamarse de izquierda y/o defensor de los derechos humanos, para enaltecerse y autovictimizarse.

Proceder de esta manera es una costumbre inveterada en Colombia y en el mundo. Para quienes la usan, ser de derecha constituye un estado de cosas reprochable o hasta delincuencial; en cambio, ser de izquierda, es algo honroso, la etiqueta de los que desean el progreso del país y de la humanidad.  Y no hay tal. Ser de izquierda no hace a nadie, en principio, defensor de la paz, como ser de derecha no convierte a nadie, en principio, en adalid de la guerra. La oposición armada en una democracia es absolutamente inaceptable, así como su utilización con la pretensión de defenderla. Las Farc, el Eln, el M-19 y las autodefensas son el mejor ejemplo de esto.

Vea también: Verdad y política

Esta división tiene su origen en la Asamblea Nacional Constituyente francesa instaurada luego de la toma de La Bastilla en 1789, para redactar la carta magna de la Revolución. Aleatoriamente, y como una medida para facilitar la discusión, a la derecha del presidente de la reunión, se situaron los moderados (girondinos); a la izquierda, los radicales (jacobinos); y en el centro, los indecisos (el llano).

Y si de estigmatizar se tratara, habría que decir que, desde sus inicios, la izquierda, con los jacobinos fueron los ejecutores de los crímenes atroces, entre septiembre de 1793 y la primavera de 1794, conocida como la etapa del Terror (así, con mayúscula), conocida también como Terror Rojo,  «caracterizado por la brutal represión por parte de los revolucionarios mediante el recurso al terrorismo de Estado», Este período transcurrió bajo la égida del Comité de Salvación Pública, órgano ejecutivo creado en abril de 1793 para apoyar y reforzar la acción del Comité de Seguridad General que existía desde 1792” (https://es.wikipedia.org/wiki/El_Terror). Y qué decir, de los crímenes de estado cometidos por la extinta Unión Soviética, Corea del Norte, el Khmer Rouge en Camboya, China, Cuba, Venezuela, etc., terrorismo de estado en su máxima expresión. Y los de las Farc y el Eln; y en su momento, el M – 19 y el Epl, en Colombia. Terrorismo revolucionario en su más pura esencia.

Claro que la derecha ha cometido crímenes atroces: El Terror blanco, que siguió al Terror rojo en Francia; Los nazis, los fascistas, las dictaduras del sur del continente. También, terrorismo de estado de la peor laya (y aquí hay que decir que en esos países se han invisibilizado los de la extrema izquierda con la que combatieron), y en Colombia, las autodefensas de Castaño y compañía. Terrorismo contrarrevolucionario imperdonable.

Los conceptos de ‘izquierda’ y ‘derecha’ han ido evolucionando en el mundo hasta el punto de que algunos piensan que ya no reflejan el espectro político de una sociedad. Si bien, antaño, se pensaba que la izquierda estaba ligada a las reivindicaciones sociales, a la preeminencia de la igualdad económica y a la defensa de las libertades civiles y políticas; y la derecha, al liberalismo económico, eso ha ido cambiando. Hoy, esas diferencias en el campo mundial tienen que ver con el rechazo a la globalización, que comparten sectores de la izquierda y la derecha; la actitud ante los inmigrantes, a los que rechaza la derecha, y la vigencia de los derechos de las minoría, especialmente sexuales, que defiende la mayoría de grupos de izquierda.

Para ejemplificar el cambio, tenemos que actualmente, en Colombia y el Mundo existen sectores, que se autodenominan de ‘centro’, como el centro Democrático, que piensan que una sociedad justa debe tener una amalgama razonable de libertad económica y una distribución justa, para controlar los excesos del mercado y dar oportunidades de crecimiento personal y vida digna a los ciudadanos, y que es necesario defender la vigencia de los derechos y las libertades civiles y políticos; por lo que no hay razón conceptual para mantener esta distinción vigencia. Y, por supuesto, están los partidos que siguen reconociéndose de derecha, que están por la vigencia de los derechos civiles y políticos y por un componente social en su doctrina, de manera que también la llamada derecha es defensora de los derechos humanos.

Pero la izquierda se ha empeñado, contra toda evidencia, vistas las prácticas de las guerrillas y los estados marxistas, que son los representantes de la paz. Esta y la defensa de los derechos humanos no pueden ser monopolio de quienes se dicen de izquierda, como no lo puede ser el reclamar que las Ong que defienden esos derechos tienen que ser de izquierda. Otros matices del espectro tienen igual o más legitimidad para hacerlo, y deben hacerlo, para contrarrestar el uso que hace parte de la llamada izquierda de esas Ong, que a veces oculta prácticas para atacar a quienes no comparten sus ideas y para pasar como defensores de los derechos humanos a quienes en realidad son criminales de lesa humanidad o de guerra.

Otra falacia de alguna izquierda es reclamarse como una fuerza ‘progresista’. ¿Progresista? Para nada. Las Farc, con su proyecto impuesto de reforma agraria llevará al campo a estadios de desarrollo precapitalista, minifundista, con agricultura de pan coger y opuesta a la producción agraria industrial y masiva, con alto componente tecnológico, opuesta, por principio a la globalización. ¡Eso es ser reaccionario!, es ir contra la historia. Son iguales a Trump, que quiere frenar el avance incontenible de la economía basada en la tecnología y la ciencia, y regresar a su país a los años 60 del siglo pasado. Es por eso que entiendo que Uribe llame a su propuesta ‘democracia progresiva’: democracia, respeto verdadero a los derechos humanos, garantizando la seguridad y el disfrute real de las libertades de los colombianos, amenazadas por un proyecto marxista; economía de mercado que incorpore los avances de la ciencia y la tecnología a la producción, con distribución y oportunidades sociales.

Lea: De la ilusión de Santos a la realidad política

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