Esta población busca, a través de la etnoeducación, eliminar los prejuicios y estereotipos raciales que históricamente alimentaron el imaginario colectivo. Pese a que ha habido mejoras, según lo manifiestan, aún no se ha desmontado el racismo estructural que los mantiene en la exclusión.
Luego de de una historia nacional en la que el racismo y la segregación estuvieron presentes en la construcción identitaria de los afrodescendientes, la Constitución de 1991 llegó como una oportunidad de ser reconocidos dentro del orden político y jurídico de la sociedad. La Carta Magna manifestó en el Artículo 7 que “el Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación colombiana”.
No obstante, pese a este reconocimiento, junto a la lucha histórica por la igualdad, aún hay un racismo cultural y estructural que es difícil erradicar, a juicio de este grupo étnico, del imaginario de los colombianos. Esto no es indiferente a Antioquia y Medellín, donde en algunos sectores aún persiste la visión de un antioqueño único y cualquier modelo de persona que se aleje de él es rechazado por la población.
Yuliana Benítez es una mujer afrodescendiente que nació en Medellín. Su padre, chocoano de nacimiento, ha vivido la mayor parte de su vida en la ciudad y su madre llegó aquí junto a su hermano mayor desde 1989, producto del desplazamiento forzado.
“Ha sido una ciudad incluyente en algunas cosas, pero es excluyente en materia de estigmatización contra los afrodescendientes. Piensan que ser negro significa ser ladrón y apelan a imaginarios. Hay bastante regionalismo y racismo; los negros por su parte, los blancos en la otra”, afirmó.
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Al respecto, Andrés Jassa, oriundo del Chocó, estudiante de la Universidad de Antioquia y representante del grupo estudiantil Afroudea, opinó que en Medellín “aún hay muchos prejuicios, modelos preconcebidos y creencias de la gente de lo que es un afrodescendiente. Se posicionó un arraigo de tratarnos despectivamente a nosotros. Palabras como negro, more, niche, es algo que vives porque las personas mestizas y otras etnias no tienen estos sobrenombres; siempre quieres que te llamen por tu nombre, que te traten como un igual, que no te relacionen con el Parque de San Antonio, con el deporte o con el baile porque son estereotipos”.
Jhon Jairo Blandón Mena, del Centro Popular Afrodescendiente, contextualizó que en la más reciente caracterización afrodescendiente, realizada en la ciudad en 2011, “aproximandamente hay 230.000 personas de esta etnia. De estos, la mayoría está en condiciones de pobreza extrema, en asentamientos subnormales de la ciudad, en los afro se concentran los indicadores negativos de la ciudad como el desempleo, falta acceso al sistema de educativo y de salud; ya que los índices en ellos duplican la media del municipio”.
“Se puede decir que la situación de la población afrodescendiente en Medellín es preocupante, debido a que concentramos en gran medida las situaciones de miseria y abandono, la población llegó a la ciudad en las últimas décadas a raíz del desplazamiento forzado por el conflicto armado”, enunció Blandón.
Esta percepción contrastó con la de Jonathan Hernández Serna, Director del equipo de Etnías de la Alcaldía de Medellín, quien manifestó que “el panorama en Medellín ha ido mejorando un poco, porque se han ganado espacios en las organizaciones, con los grupos sociales, en el Concejo Municipal. Hay más diálogo, comunicación y creamos una mesa interinstitucional contra el racismo, la discriminación y la xenofobia, para cada día avanzar más en el tema de derechos humanos”.
¿Hay arraigo cultural en los asentamientos afrodescendientes?
Las diásporas de las negritudes en los últimos años se han asentado en barrios como La Iguaná, Moravia, varios sectores de la Comuna 13, zonas de Calazans, Villatina, Llanaditas, Villa Liliam, Villa Turbay, 8 de Marzo, El Rincón, Zafra y en corregimientos como San Antonio de Prado y Altavista.
La creencia popular es que existe un arraigo popular y una necesidad de convivir entre personas de la misma etnia.
Blandón contextualizó que “estas personas deben instalarse en suburbios, lugares que no son aptos para la construcción, en baldíos sin acceso a servicios esenciales y a la presencia institucional, ya que no tienen otra opción para habitar la ciudad, buscando una segunda oportunidad lejos del conflicto”.
Sin embargo, Jassa no estuvo de acuerdo con ese imaginario y manifestó que “esto crea estigmatizaciones y exclusiones que obligan a las personas afrocolombianas a ubicarse en algunas zonas y a salir solo con otras personas afro”.
“Esta creencia hace parte del racismo estructural, que naturaliza que nuestra población está en condiciones de marginalidad porque siempre debe ser así. Esto logra que la marginalidad de las comunidades étnicas no sea un asunto importante para la sociedad y las autoridades”, manifestó.
“No es un asunto de arraigo cultural. No es una situación de que el afro siempre quiera estar con el afro o que deba vivir en esas condiciones, sino que este imaginario hace que las cosas sucedan así. Que una persona negra solo deba salir con personas de la misma etnia y que sus amigos deban cumplir la misma condición alimenta esa exclusión”, puntualizó.
Por su parte, Benítez manifestó que “yo trabajo en territorios como Caicedo, La Sierra, Villatina y Llanaditas; barrios considerados de invasión y donde la mayor parte de la comunidad es de esta etnia. Ellos buscan barrios donde hayan terrenos donde construir, que sean muy baratos o regalados, que son recomendados por las redes de apoyo que tienen. Además, las familias muy grandes del Chocó buscan vivir juntas en Medellín”.
La educación como escenario de cambio social y trato diferencial
Jassa, quien es miembro de Afroudea, manifestó que vivimos “en contexto de desigualdad y uno de los factores es la raza. Cuando una sociedad es racista, afecta espacios como la educación, ya que en el currículo no se reivindica el conocimiento y la dignidad afrodescendiente; esto solo es posible hacerlo de forma autónoma”.
Yuliana Benítez aseguró que “en comparación con otras ciudades, Medellín es muy incluyente en el tema de educación. Siendo afro, tuve las mismas oportunidades que las otras personas; incluso tuve una ventaja porque por mi etnia me rebajaron los puntos para ingresar a la Universidad y también brindan becas”.
Sin embargo, “hay que ver cuántos aprovechan. Dentro de mi entorno personal y laboral he tenido que recomendar a muchas personas, pero veo que pocos aprovechan estas oportunidades diferenciales. Hay personas que consideran que se esfuerzan y por eso se lo merecen”, mencionó, a lo cual agregó que “si vamos a hablar de igualdad, pero a la par seguiremos perpetuando la discriminación, prefiero que sigan haciéndose estas políticas diferenciales”.
Frente a esto, el funcionario de Etnias de la Secretaría de Inclusión social, Familia y Derechos Humanos destacó la importancia de implementar el modelo del enfoque étnico en las instituciones.
“Logramos vincular este asunto porque consideramos que debe ser tratado integralmente desde la niñez; ya que antes se mencionaba el tema de las etnias de manera muy escueta. El objetivo es que los niños afro comiencen a reconocerse, reivindicarse y que no se sientan excluidos, al mismo tiempo que proteger sus costumbres, defender los valores y que haya reconocimiento en la diversidad de etnias, de modo que haya una legitimación entre todos”, afirmó.
No obstante, Jhon Jairo Blandón Mena indicó que “en algunas instituciones incumplen las normas al no incluir la cátedra de estudios afrocolombianos, convirtiendo esta formación en algo meramente eurocentrista, lo cual hace que los estudiantes crezcan con una visión muy excluyente”.
Andrés Jassa aseguró que no quieren que les regalen casas, sino que haya universidades para aprender a construirlas, pero como no las hay, es imposible. “Hablan de lo de las becas en la universidad, pero en las condiciones de precariedad en que la población ve la educación secundaria, cierra la posibilidad de competir por estas becas”.
“La raza es una limitante para acceder a oportunidades; hay un atraso y un arraigo cultural que crean esas barreras contra las cuales debe trabajarse, por medio de acciones afirmativas, para que propendamos precisamente ese escenario de mayor igualdad. La desigualdad no puede naturalizarse. Las condiciones diferenciales no crean condiciones de gueto, por el contrario, fomentan la igualdad negada históricamente”.
Incluso, con el campo de igualdad que puede significar la educación, el acceso al trabajo es también un desafío para las poblaciones afrodescendientes. Benítez manifestó que “en mi caso, tengo buenos estudios pero he visto que en ciertas empresas dan ventajas a personas con menos habilidades porque mi color no representa lo que buscan en esa compañía”, apuntó.
Según Daniela Maturana, concejal de Medellín, “se debe hacer una revisión a las grandes empresas que mueven la economía de la ciudad y dicen apoyar la diversidad para que esto se vea reflejado en los altos cargos. También en lo público, es imprescindible que esta población vea dentro de sus líderes, personas que las representen y con quienes se sienta identificada”.
¿Medellín saldó su deuda histórica con los afrodescendientes?
Naciones Unidas declaró el periodo del 2015-2024 como el Decenio Internacional para los Afrodescendientes, en donde los países miembros deben realizar acciones que reparen a esta población de siglos de tratos indignos y esclavitud.
Frente a esta deuda histórica, Blandón manifestó que 300 años de esclavización solo fueron compensados con la liberación de los afrodescendientes para que vivieran en zonas alejadas de los centros de desarrollo.
“Hoy los indicadores que deja el conflicto afectan principalmente a las personas afro. De tres personas desplazadas, dos son afrodescendientes, al mismo tiempo que tenemos mayor probabilidad de perder los territorios porque es allí donde se libran las luchas armadas. Esto está vinculado con toda la historia de vulneración que no ha sido saldada todavía”, sentenció.
Maturana concordó con este diagnóstico, manifestando que “son muchos años de estar excluidos, de negarnos el derecho a votar, a participar. Cuando tengamos una sociedad que respete otros, dicha reparación se comenzará a vivir. Todavía tenemos colegios que dicen que nuestras chicas no pueden ir con su cabello afro ni sus chaquiras; hasta que no haya paridad, inclusión, no vamos a terminar dicha deuda. Aún existen microagresiones y burlas en diferentes espacios de la sociedad y expresiones que legitiman estos imaginarios”.
A la par, Yuliana Benítez criticó la visión victimizadora, asegurando que “pedir esta reparación es seguir vulnerándome y recordando que fuimos maltratados, atacados y esclavizados. No hay que ver racismo y discriminación en todas partes, por lo cual me parece mejor fortalecerse y continuar empoderándose”.
Abolición y conmemoración
El 21 de mayo fue declarado en Colombia, por el Congreso de la República, como Día de la Afrocolombianidad, en conmemoración de la fecha exacta en que fue abolida la esclavitud, en 1851.
Ese día fue firmado por el gobierno de José Hilario López, el decreto que ponía en libertad a la población afrocolombiana, bajo el compromiso de que el Estado pagara una indemnización en bonos a los propietarios de esclavos.
Este año, la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia unieron esfuerzos en la realización de varias actividades a propósito del Día de la Afrocolombianidad. De acuerdo con estas instancias de Gobierno, “la alianza busca ejecutar procesos conjuntos en beneficio de la población afrodescendiente, y reconocer el talento y la capacidad de liderar acciones y proyectos que fortalecen y reivindican los derechos de esta población”.
Es por ello que este sábado se realizó la primera versión de los Premios Changó, como reconocimiento a los líderes afro en once categorías.
También el pasado viernes se realizaron un panel con expertos y el evento Turbantes y trenzas con historias, que completaron la programación.