Occidente se ha sumergido en la “vida líquida”, de acuerdo a la acertada expresión del pensador Zygmunt Bauman: no existen certezas, no hay puntos de referencia claros.
Occidente se ha sumergido en la “vida líquida”, de acuerdo a la acertada expresión del pensador Zygmunt Bauman: no existen certezas, no hay puntos de referencia claros. El malentendido de los sistemas democráticos derivados del iluminismo francés ha impuesto un sofisma que se discute poco: la verdad es lo que la mayoría decide en los parlamentos, la libertad, entendida como simple poder hacer se ha desvinculado de la responsabilidad. En la vida líquida hay ausencia de compromiso, relativización de todos los valores, negación de la metafísica. La voluntad de los más fuertes y poderosos se convierte entonces en prueba aparentemente inobjetable de que lo que importa es el éxito, la notoriedad, el enriquecimiento. La protagonista de la farándula, el delincuente ingenioso o el futbolista habilidoso se convierten en referentes heroicos y dignos de imitar. En el fondo, los sistemas liberales se han sumergido en una incontenible pasión por el consumo y el hedonismo. El mismo autor ha comentado que pareciera que la felicidad se encuentra en un centro comercial.
Marx, Feuerbach –y un poco Adam Smith- están en el fondo de esta imposición de la ausencia de criterios, reduciendo la realidad a lo palpable, a lo inmediato. En este mundo no cabe Dios: la referencia al valor religioso parece limitarse simplemente a un cómodo y elástico concepto de la “tolerancia” en el cual simplemente no se defiende ninguna tesis pues todas son igualmente válidas, como si se tratara de las opciones por un determinado modelo de auto o por un diseño de determinado tatuaje por el cual el ciudadano líquido optara.
Considerando lo anterior, merece destacarse el comentario público de Angela Merkel: “tener el valor de ser cristianos”. Algo que occidente olvida. No parece ser políticamente correcto hacer referencia al carácter trascendental de la historia de cada una de las naciones europeas, consolidadas durante la edad media alrededor de los valores, enseñanzas y tradiciones de la fe cristiana. Negar las propias raíces religiosas de las naciones europeas es algo tan paradójico y absurdo como la negación del propio origen familiar, lingüístico y trascendental de cada uno. Una mediocre interpretación del pluralismo se ha convertido en una incapacidad de compromiso que con facilidad abre espacio al ejercicio del atropello y la violencia por parte de las minorías que constituyen tenebrosos grupos de terroristas islámicos, confundidos con su simbiosis fe-espada, habilidosa y errónea concepción de lo religioso.
La líder se refiere a lo original, al redescubrimiento de las fuentes espirituales de Europa. En un mundo impregnado de laicismo, cuando no de un furioso activismo laico y anticristiano, no deja de ser una voz sensata y valiente la de la canciller alemana, quien, consecuente con su situación de liderazgo y de responsabilidad histórica, no teme hacer mención a una verdad de dimensiones colosales: la importancia de la identidad y coherencia cristiana que es un tesoro propio de cada uno de los países europeos. Merkel es una líder política capaz de desafiar la tiranía del populismo y de lo “políticamente correcto” de una era líquida e insustancial.