La insubordinación de la mujer: Virginia Wolf

Autor: Joseph Hodara
8 junio de 2017 - 12:02 AM

Como ser humano y como mujer, preservó el derecho a vivir y morir conforme a sus deseos

Los dos primeros capítulos de la Biblia revelan las dudas de su autor respecto a la condición femenina. En uno ésta aparece como un apéndice posterior y subordinado; allí el macho está solo en el mundo, el Creador apenas le consagra tiempo pues debe enriquecer y completar su obra, pero Adán muy pronto necesita algún espejo o algún interlocutor para menguar la soledad. Dios le induce entonces el sueño y del masculino cuerpo del macho extrae una nueva criatura que, por su particular origen, debe aceptar una irremediable subordinación. 

Pero el siguiente capítulo bíblico rectifica lo ya verificado. Macho y hembra son creados aquí simultáneamente de modo que la igualdad de y entre ellos parece asegurada. Sin embargo, un acto posterior descalabra el acuerdo: Eva induce a Adán a la insubordinación y al pecado. Y ella aparece como responsable por la pérdida de la vivencia paradisíaca e, incluso, de la inmortalidad. Un ser apenas sabio y responsable se configura entonces como la mujer. 

Condición que se reprodujo y perpetuó a lo largo de los siglos y en múltiples culturas. Inferioridad y subordinación social, sexual y política: la condición femenina. Sólo a principios del siglo XX y en muy pocos países y contextos, la mujer logra – con tesón y no pocos sacrificios – el derecho de influir en la elección de los gobernantes. Desde entonces las esferas de la libertad personal, política y sexual relativamente se han ampliado y diversificado. Logro que guarda amplia y no siempre abonada deuda con los relatos y ensayos de Virginia Wolf. 

Esta escritora inglesa nació con el nombre Adeline Virginia Stephen en 1882. Un padre historiador y una bella madre que posaba en medios pictóricos modelaron su camino. Jamás fue a una escuela; los medios económicos de su familia le permitieron aprender lo necesario con maestros privados. Como producto de relaciones anteriores de sus progenitores tuvo dos hermanastros que, según testimonios propios y de otras fuentes, abusaron sexualmente de ella. Cicatriz que no cerró completamente durante toda su vida, incluso al contraer matrimonio, frisando los treinta años, con el inglés judío Leonard Woolf. 

Con Leonard crearon la editorial Hogarth Press, la primera en difundir en idioma inglés las obras de S. Freud. En su hogar situado en Bloomsbery difundió ideas que entonces se consideraron radicales; personajes como Bertrand Russell, J. M. Keynes, la pintora Dora Carrington, el filósofo y matemático judío L. Wittgenstein fueron miembros de la asociación que lleva este nombre. 

Las olas y La señora Dallaway se cuentan entre sus relatos conocidos. El ascendiente de Marcel Proust, James Joyce y Henry James se hace notar en todos sus relatos. Es probable que sus experiencias bisexuales con Vita Sackville West – que no excluyeron el profundo amor a su marido – fueron objeto de censuras públicas que acentuaron sus trastornos depresivos. Y sin duda el conjunto de ensayos que componen Una habitación propia, publicado en 1929, es la obra que difundió su nombre en los movimientos feministas. En ellos Virginia Wolf pone énfasis en los derechos de la mujer a su vida privada, incluyendo la multiplicación de experiencias de desigual índole, aceptadas o no por las convenciones sociales. Un texto que inspiró y continúa orientando a todos los empeños de la mujer moderna en favor de la igualdad- desde los públicos a la intimidad. 

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Sus arrebatos depresivos se multiplicaron cuando la aviación alemana destruyó su casa en Londres y debió refugiarse en Sussex. En marzo 1941 dejó unas notas a su esposo: “Siento que voy a enloquecer…Y sé que no puedo recuperarme esta vez. Empiezo a escuchar voces, no puedo concentrarme…Tú me has dado la mayor felicidad posible. Pero no puedo luchar por más tiempo. Sé que estoy devastando tu vida, que sin mí podrás trabajar. Y lo harás- lo sé. No creo que dos personas habrían podido tener mayor felicidad que la que hemos tenido tú y yo… “

Al concluir esta nota, Virginia pone piedras en su abrigo, se encamina al río Ouse cercano a su casa, y allí desaparece en sus aguas. Hasta el último momento, como ser humano y como mujer, preservó el derecho a vivir y morir conforme a sus deseos. Referencia obligada para la mujer que aún hoy, en múltiples espacios, brega por su libertad. 

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