Más que inquisición, una poderosa máquina dedicada de manera persistente a arrasar con el más mínimo vestigio de reflexión o de pensamiento
La insoportable levedad
Bueno, usted podría pensar de inmediato en el texto de Milan Kundera que leímos cuando estábamos jóvenes. Esa intrincada historia que ofrece una descripción minuciosa de las paradojas de la vida, de lo cursi del amor, de la búsqueda de la libertad que termina haciéndonos leves. Pero no es de esa levedad que quiero hablar.
Me acerco de manera literal a lo que la palabra significa: “condición de ligero, tenue, delgado. Inconstancia de ánimo, ligereza de las cosas, lo de poca intensidad”. Y es, a partir de ese acercamiento, que reflexiono sobre lo que con mucho acierto el profesor Carlos Peregrin define como la confusa inquisición de nuestro tiempo, que -dice él- “no es menos agresiva y disparatada que la de los tiempos de Galileo, pero que está sin duda menos desprestigiada”.
¿Inquisición?, pregunta usted. Y debo decirle que sí. Más que inquisición, una poderosa máquina dedicada de manera persistente a arrasar con el más mínimo vestigio de reflexión o de pensamiento.
La máquina de tragar entero es el Torquemada de nuestros tiempos.
Solo que, al contrario del Torquemada original, esta poderosa máquina no inspira miedo, actúa con una calma premeditada, de manera sinuosa, casi invisible, y tiene a su favor todos los medios, todos los espectáculos, toda la industria editorial y, desde luego, la web.
Nicholas Carr dice con acierto de esta última, que es “la tecnología del olvido”. Torquemada nos arrebata incluso la memoria.
Sin sentido de nuestra historia, imbuidos en el exitismo, nos hemos embarcado en una carrera loca hacia ninguna parte, en una urgencia inducida para arrebatarnos el derecho de pensar. El resultado es evidente. Nos hemos transfigurado en seres simples. En la simplicidad descansa nuestro sometimiento. Es una estrategia tan torva, tan inteligente, que ha logrado que los sometidos pensemos que somos libres.
Tal vez uno de los filósofos que más ha aportado al esclarecimiento de este absurdo es Byung-Chul Han, quien explica la manera como los seres humanos contemporáneos hemos cedido nuestra soberanía y nuestra libertad a cambio de lo que él denomina “el parecer”.
Mire esta afirmación tan demoledora: “Lo único que da valor al ser es el aparecer, el exhibirse. Ser ya no es importante si no eres capaz de exhibir lo que eres o lo que tienes. Ahí está el ejemplo de Facebook, para capturar la atención. Para que se te reconozca un valor tienes que exhibirte, colocarte en un escaparate”.
Desternillados de la risa, “felices entre los felices”, las conversaciones se inspiran en todo lo que Torquemada dicta: Frases cortas, ideas cortas, pensamientos cortos, elementales.
Debes decir solo lo que está “bien”, lo que todo el mundo acepta y cree, no te puedes salir de la fila. Rechazar lo intrincado, lo complejo, lo que te exige reflexión. Aceptar a ciegas la información que se te entrega.
Estrangularon esa vocación sublime que tiene el niño por el conocimiento cuando agota a sus mayores preguntándoles “¿Por qué?. Ya no existe el “¿por qué?” en nuestro pensamiento. Somos incapaces de hacer o de hacernos preguntas.
¿El resultado? Una levedad insoportable que se constituye en caldo de cultivo para todas las manipulaciones. Tal vez una condición esencial para impulsar el Proyecto Humanidad sea una primera decisión: Atrevernos a pensar y a preguntar, hasta el cansancio…