La historia de la manufactura textil del departamento se teje más allá de una promesa de éxito que pasó a ser un cúmulo de nostalgias empresariales.
Con el fin de la guerra el sueño se hizo tela, y los mil días de flagelo dieron paso a lo que durante tres años el conflicto había aplazado: una industria textil en Colombia. Fue entonces cuando la obsesión de Pedro Nel Ospina, acolitado por la élite antioqueña, al término de la Guerra de los Mil Días, en 1902, marcó el inicio de lo que sería la epopeya empresarial textilera, bajo el nombre de la Compañía Antioqueña de Tejidos, que para finales de la década de 1930, fruto de la gran depresión, sería absorbida por la creciente Fábrica de Hilados y Tejidos del Hato S. A. (Fabricato), ya mítica en su época por avances tecnológicos como su planta eléctrica y el liderazgo que ostentaba en una industria que, para aquellos días, era la más escandalosa vanguardia: “ Con las textileras nació la Revolución Industrial inglesa, bajo el símbolo de la máquina de vapor. Y fue precisamente en estas tierras, viajando entre Manchester, Liverpool y Lancashire, cuando coincidieron Pedro Nel Ospina y el empresario textil don Evaristo Obregón, en su empeño por importar el modelo a Colombia. En ese entonces hablar de industria textil era como referirse hoy día a las telecomunicaciones o a una empresa de alto desarrollo tecnológico”, así lo explicó el profesor y experto en Historia Empresarial de la Universidad Eafit, Juan Carlos López, al señalar que este emprendimiento tuvo éxito gracias a la masificación del consumo de telas que iniciaba Colombia en ese momento de la historia.
Apellidos como Restrepo, Londoño, Mesa, Ospina, y Echavarría Isaza, hicieron parte del conjunto de familias y personajes que vieron nacer la industria en el país, no sólo la de textiles, sino también las de fósforos, velas y alimentos como cerveza, chocolate y café, que grosso modo, serían la semilla de comercios actuales como Nutresa o la Compañía Nacional de Chocolates.
Juliana Peláez, jefe de la carrera Diseño de Modas de la Colegiatura, agregó que sin lugar a dudas fue precisamente la introducción de las textileras en el contexto antioqueño lo que consolidó al departamento como un motor de desarrollo para el país: “Ese legado ha sido una huella en la construcción de Antioquia, y es precisamente a todos esos esfuerzos detrás de esta industria a los que debemos un Sistema Moda, una academia consolidada, y unas fuentes de empleo que han sido históricas”, resaltó Peláez.
Y es que desde los incipientes inicios de la hazaña empresarial, con la Fábrica de Textiles de Bello, propiedad de don Emilio Restrepo Callejas; hasta los aportes de don Alejandro Echavarría Isaza, quien para 1907 fundó la Compañía Colombiana de Tejidos (Coltejer), ya se sospechaba el promisorio futuro que se tejía entre los hilos de los telares antioqueños.
La época dorada
Nuevamente, de la mano de la guerra, llegaría la prosperidad y derramaría sus bendiciones en los telares, cuando Coltejer obtendría un contrato millonario con el Gobierno de los Estados Unidos para fabricar la tela de los uniformes que vestiría su ejército, mientras desangraba Europa en la Segunda Guerra Mundial (1939 - 1945). Lucieron entonces, en los campos de crueles batallas, las icónicas y resistentes referencias del drill Naval y el drill Armada, un negocio que pondría a la empresa en la cúspide de las textileras regionales, gracias a la tecnología y el capital que logró importar.
No sólo los grandes empresarios gozaron del auge, también la clase obrera, y especialmente las mujeres, encontraron en la fiebre comercial de la tela su emancipación, al ser contratadas en las plantas de producción sin mayor trámite y casi a cualquier edad, logrando con estos empleos de largas jornadas sueños que iban desde la compra de medias veladas, lo que molestaría en demasía a las señoras de alcurnia; hasta su fiesta de quince o sus propias viviendas. Así lo cuenta la investigadora del fenómeno de la moda en Antioquia, Gladys Lucía Ramírez, quien señala que las textileras se convirtieron en un espacio social de la ciudad. “En su mejor época, las fábricas incluso llegaron a crear patronatos custodiados por monjas, que eran una especie de albergues que velaban por la buena moral de las obreras, quienes en su mayoría provenían de la ruralidad y debían ser solteras. Fue precisamente una de estas mujeres, Betsabé Espinal, la protagonista de la primera huelga obrera del país, que tuvo lugar en Fabricato y denunciaba los abusos sexuales que muchos patrones ejercían en las obreras”, destacó la docente.
Ya para las décadas del 50, 60 y 70 se consolidó la famosa triada textil, conformada por los gigantes de la industria: Fabricato, Coltejer y Tejicondor, que conocieron su mayor esplendor al cesar la popularidad del paño inglés con la caída de la industria europea en la posguerra. En consecuencia, los driles comenzaron a dejar de lado sus nombres bélicos, y tomaron denominaciones como Luis y Córdoba; también los telares alivianaron sus hilos y llegaron bases más amables como las Cretonas, la Escocesa y las Popelinas.
Margarita Bahena, docente investigadora de la Universidad Pontificia Bolivariana, explica que luego de la cúspide mercantil llegó la debacle para las textileras, de la mano de plagas como el contrabando de telas y la entrada de competidores extranjeros, en lo que sería la desaceleración ocurrida entre las décadas de los 70 y los 80. “Aparecen dos variables definitivas: la masificación de la industria de confección, es decir, la de la prenda como tal, que se desarrolla de una manera muy informal, en pequeños talleres con posibilidades de crecimientos precarias; y la otra, es la falta de contrucción de cadena productiva. Eso evita que se hagan apuestas para la innovación y la renovación tecnológica”, explicó Bahena, al señalar una herida de muerte que debilitó el ritmo de crecimiento de la industria, que pareció dormirse en la comodidad del proteccionismo estatal.
La ruptura
A la luz de este panorama, el sector perdió dinamismo para el nuevo milenio, y la entrada de nuevos competidores fue el golpe definitivo para las grandes cifras que en otro momento nutrieron a la industria local. Camilo Álvarez, diseñador de modas miembro de las generaciones más recientes de creadores, explicó que hace seis años cuando emprendió su empresa, este era el panorama. “Las telas nacionales nunca me han generado desconfianza en materia de calidad, porque son excelentes; pero había asuntos logísticos, como los mínimos de tela a los que uno podía acceder, que no permitían que modelos de negocio como el mío se vincularan con la industria local”, explicó Álvarez, al señalar que actualmente este panorama ha ido cambiando con la reestructuración por la que atraviesan muchas de las textileras antioqueñas.
Desde otro punto de vista, Julián Posada, diseñador y consultor de la industria textil, asegura que la principal explicación para este declive histórico en el sector, que algún momento prometió ser de talla mundial, obedece a factores económicos, pero también sociales. “Tenemos gobernantes que sufren de ‘adanismo’, es decir, que una vez toman el poder quieren crear todo de cero. Eso, sumado al decrecimiento que todos conocemos, fue el principio de esa caída. Personalmente yo tengo más preguntas que certezas sobre la industria textil que, todo sea dicho, fue mediocre en algún momento”, explicó el consultor, al afirmar que no desconoce los esfuerzos que actualmente muestran avances muy importantes en el resurgimiento de las textileras. La reactivación del sector es un tema que se ha trabajado de manera ardua desde las compañías y el Gobierno. Sin embargo, factores macroeconómicos y dinámicas internas, han hecho que el proceso sea lento, pero constante.