La huella de Marta Arango

Autor: Manuel Manrique Castro
30 noviembre de 2016 - 12:00 AM

Se fue la fría y lluviosa madrugada del 25 de noviembre, meses después de cumplir 80 años.  Marta Arango nació en el Envigado de otros tiempos y otras gentes, de calles amables, y tenderos confiados.  Siempre recordaba, con el rostro iluminado, a su padre y amigos, entre quienes se armaban largas e interesantes charlas que los hijos atesoraron con cariño. 

 

Se fue la fría y lluviosa madrugada del 25 de noviembre, meses después de cumplir 80 años.  Marta Arango nació en el Envigado de otros tiempos y otras gentes, de calles amables, y tenderos confiados.  Siempre recordaba, con el rostro iluminado, a su padre y amigos, entre quienes se armaban largas e interesantes charlas que los hijos atesoraron con cariño. 
Don Vicente, que era pintor de imágenes religiosas, tenía una mente inquieta que lo hacía estudioso por cuenta propia y conocedor de temas que la familia admiraba. Doña Luisa, la madre, inteligente y simpática como ella sola, murió antes de tiempo, a los 47 años, mucho antes de lo que debió ser.  Marta contaba que antes de terminar el colegio pensó ser médica, lo consultó con su mamá y ella le dio un sabio consejo.  Hija, le dijo, porque no te formas como maestra y cuando tengas esa carrera puedes estudiar lo que quieras. Siguió el consejo materno y una vez que estudió en el célebre Instituto Central Femenino de Medellín  para hacerse maestra, supo que eso era lo que quería y lo fue para siempre. 
A los 18 años consiguió su primer trabajo como docente y empezó a ser de aquellas maestras que tienen la misión encendida en el alma.  Poco después se fue al Instituto Rural de Pamplona en Santander y de allí a Estados Unidos gracias a una beca Fulbright que merecidamente le fue ofrecida. Primero la Universidad de Pennsylvania, luego Wisconsin hasta doctorarse en Berkeley.  Marta siempre supo que Estados Unidos era un punto de su camino para formarse pero que su vitalidad y energías estaban destinadas a Colombia.
Mientras trabajaba en el Laboratorio de Investigación Educativa de California, encontró a Glen Nimnicht, un norteamericano singular y su compañero de toda la vida quien descubrió tener alma paisa cuando juntos decidieron venir a Colombia.  La suma de ellos no daba dos, daba tres porque además de amorosa pareja, hicieron realidad sueños comunes destinados a los postergados de esta tierra, en especial los niños y sus familias.
De la mano de Glen y con el apoyo de su hermana Sofía, a mediados de los 70, hicieron en el Chocó el proyecto Promesa, una experiencia que en muchos sentidos abrió el camino a los programas de primera infancia existentes en Colombia.  Hablar de enfoque integral, trabajo con familias, desarrollo y participación comunitaria era una verdadera novedad para la época, que plasmaron en una de las regiones más olvidadas del país y donde en aquellos años el Estado era una lejana ficción.  
Aquel proyecto que duró 20 años, extensamente evaluado,  sirvió de base para la creación del Centro Internacional de Educación y Desarrollo Humano (Cinde), institución a la cual Marta y Glen pusieron lo mejor de su dedicación e inteligencia y desde donde se proyectaron a todas las latitudes.  Las innovaciones que ambos construyeron dejaron honda huella social y así lo pueden contar colombianos, latinoamericanos, asiáticos y africanos. Las promotoras comunitarias de la Comuna 13 son testimonio de vivo de ello. El Programa Integrado Escuela Hogar, donde estuvo Inés, la otra hermana, y en muchas otras iniciativas, está también la impronta de ambos.  
Con el paso de los años, la maestra de Envigado extendió sus alas y se hizo ser humano de los mejores, repleta de imaginación y consejos precisos, humor fresco y a flor de piel, siempre listo para romper hielos o deleitar amigos. 
Su regla de oro fue la relación respetuosa con todos, de todos los orígenes, edades o procedencias.  Tenía devoción por su familia y la mente y el corazón abiertos para sumar reconociendo las diferencias.  
Partió tras una vida plena de reconocimiento y aprecio. Glen ya la había precedido hace algunos años y cuando le tocó a ella, seguramente se fue sabiendo que la esperaba en la puerta que separa esta vida de la que venga a continuación. 

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