La demolición sistemática y progresiva de la democracia que allí se viene dando, ha llevado a que el voto libre se irrespete.
No hay tiranuelo que alguna vez no se haya equivocado con su pueblo. Ni pueblo que se aguante perpetuamente a quien lo atropella, máxime si al atropello se suma una crisis de las características de la venezolana. Es dable que la gente, con el previsible estoicismo, soporte el palo y rejo que le dan, mas no el hambre indefinida y sin redención posible. Vale decir, sin la fundada esperanza de remediarse con un cambio político que se vislumbre cercano, y que nunca falta en la vida de la sociedad, por inmutable que la presuman sus dómines o sus víctimas. Aludo a la esperanza de remediar el hambre y otros flagelos a partir de unas elecciones como, verbigracia, las provinciales que se están debiendo en el vecino país, aplazadas o embolatadas por miedo a perderlas cuando se celebren.
Y con el agravante de que allá, como es palpable, nadie cree ahora en las elecciones como medio para que la voluntad popular se exprese siquiera parcialmente. La demolición sistemática y progresiva de la democracia que allí se viene dando, ha llevado a que el voto libre se irrespete con una frescura que de un siglo para acá no tiene par ni siquiera en las “banana republic” de antaño, que nunca imaginamos verlas revividas hoy, para vergüenza de América. En efecto, de nada sirvió ganar la mayoría en la Asamblea Nacional, pues ésta de hecho no existe, por obra de unos magistrados cooptados o nombrados a dedo por el presidente, y que fue despojada de sus poderes y funciones, reduciéndola al papel de un cuerpo inútil donde si bien en parte se permite hablar, nada se decide. Ahora no es posible hablar o parlar siquiera, como en todo parlamento, por castrado que esté: Maduro acaba de anunciarle a su presidente Borges que lo encerrará en un calabozo si no se calla.
Con todo y lo arriba dicho, el grueso de los venezolanos sigue apegado al voto como último recurso factible, en las actuales circunstancias, para intentar el restablecimiento de la democracia y el orden institucional abatidos. Así se trate, repito, de unos comicios locales, de menor rango, los ciudadanos lo que buscan es develar de nuevo el carácter dramáticamente minoritario del régimen, poner al desnudo su orfandad política, el exiguo respaldo que tiene sobre todo en las clases medias, que son el eje de la nación. Aun sabiendo, esos ciudadanos, que habrá fraude, amén de las consabidas trabas y talanqueras para que la oposición se pronuncie.
No contaba la actual camarilla gobernante con la reciedumbre del pueblo, que no solo sufre la escasez y el desabastecimiento que sabemos, sino la humillación de tener que rebujar la basura en las calles en busca de comida dañada. Humillación que duele más en gente acostumbrada a la abundancia. Y que constituye, a no dudarlo, el resorte de la ira colectiva y de la temeridad suicida de que da muestras el parroquiano indignado e inerme que hoy reta a los pandilleros armados y a la soldadesca regular. Cuya obediencia ciega tampoco está garantizada, pues llegará el momento en que se agote por simple asco o vergüenza, y por la certidumbre de que el abismo a que empujaron al país no se salva o remonta a punta de perdigones. Y agreguemos algo: el otro enemigo que enfrentan Maduro, Diosdado y demás, es su propia imbecilidad connatural, que les hace insistir en la falacia de ser socialismo lo que apenas es una mala copia del fascismo primigenio que no logran disfrazar: el de las camisas negras del joven Mussolini o la falange de Primo de Rivera haciendo de las suyas, ya entrado el siglo pasado, en las calles de Roma y Madrid.