La fuerza de la esperanza

Autor: Johnatan Clavijo
17 mayo de 2018 - 12:09 AM

Colombia es un país que, de muchas maneras, ha perdido la esperanza. Hoy, tiene la oportunidad de construir un futuro distinto si elige una alternativa esperanzadora.

La palabra esperanza viene de “esperar” y su significado está asociado a un estado de ánimo positivo respecto a una meta o deseo que se considera alcanzable, posible. Diseccionar la esperanza, a partir de su significado, nos sirve para hacer un poco más tangible un sentir que se ubica muy dentro de nosotros y que nos mueve a actuar con un impulso decidido… una especie de motor que, a partir de la acción, hace posible lo que puede ser considerado difícil o incluso, imposible de lograr.

La esperanza está asociada a momentos de la historia humana en los que, a pesar de los retos, conflictos y problemáticas, se vislumbran hechos positivos que se pueden profundizar y que generan un ambiente propicio para la transformación, para impulsar cambios que normalmente tomarían más tiempo, para movilizar la voluntad de las personas en torno a propósitos comunes. La esperanza suele surgir con mayor fortaleza en ambientes adversos, en los que, justamente, se traduce en la determinación de cambiar lo negativo por la acción positiva.

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Colombia es un país que, de muchas maneras, ha perdido la esperanza. En la política, por los casos de corrupción en lo que escandalosas cifras de dineros públicos van a parar a bolsillos privados, sin condenas judiciales significativas; en la participación, porque los mismos con las mismas han gobernado y se han quedado con el poder político y económico; en la justicia, porque los criminales siguen haciendo de las suyas en ciudades, zonas rurales, o desde las mismas cárceles, sin responder realmente por sus actos; y hasta en la paz, porque las expectativas de justicia y aspectos tan esenciales como la pedagogía alrededor de los acuerdos de La Habana fueron descuidados, mientras se entretejían hilos políticos para aprobar proyectos de forma acelerada y sin un consenso mínimo de la sociedad colombiana en, al menos, unos aspectos esenciales comunes para la construcción de paz.

Este ambiente de desazón, polarización e incertidumbre es aprovechado en época electoral por algunos candidatos que exacerban odios, atemorizan a partir de exageraciones o dividen aún más a los colombianos en bandos, alrededor de líderes mesiánicos. Mientras tanto, una alternativa que se ha construido a pulso desde hace más de seis meses, que ha venido creciendo en las últimas semanas, ha construido un programa de gobierno con propuestas serias y reconocidas por líderes de opinión y expertos. La Coalición Colombia no solo es el reflejo de un trabajo articulado, sino de la coherencia de sus líderes quienes, fieles a su forma de hacer y entender la política, han volcado sus actividades a las calles, al diálogo cercano, al contacto con las personas y a la tarea más difícil, quizá: recuperar la esperanza en un futuro posible, en paz, sin espacio para la corrupción, de construcción colectiva de propósitos comunes… de los grandes acuerdos que necesitamos como nación.

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Sergio Fajardo es el candidato que refleja estas posturas y que reúne a algunos de los mejores representantes de la política colombiana, enviando, desde el principio, un mensaje positivo alrededor de quienes lo rodearán en la toma de decisiones de un gobierno que es necesario para pasar la página del miedo. Ya lo hizo en Medellín, transformando la ciudad en un referente global. Lo comenzó en Antioquia, con una apuesta por la educación audaz, duramente truncada por intereses políticos del actual gobernante. Ahora, es el momento de Colombia… es el momento de la Fuerza de la Esperanza. Por eso, a pocos días de las elecciones, mi voto es por Sergio Fajardo.

Nota de cierre:

El futuro está en el centro es el título del libro de Iván Duque. Resulta curioso, por decir lo menos, que un candidato respaldado por figuras como Alejandro Ordoñez o Viviane Morales, quienes anteponen su fe a las decisiones del Estado, salga a decir que el futuro está en el centro, porque es justamente el camino que él no está tomando.

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