A pesar de que la asistencia a los festejos taurinos de principio de año en Medellín ha venido menguado dramáticamente en las últimas décadas, las cifras del negocio en los últimos años prometen una lenta recuperación.
Además del entretenimiento y la cultura, la fiesta brava en Colombia mueve importantes cifras tanto del sector formal como del informal. Hoteles, clubes sociales y restaurantes son algunas de las cabezas más visibles del derrame económico que representa el certamen anual para las ciudades. Sin embargo, la ganadería y la logística del evento mismo son impulsadas más por la afición de los empresarios que por las utilidades.
Luis Fernando Valencia Sierra, director de eventos especiales de Dislicores, es uno de los testigos de la crisis que afrontan las finanzas de la temporada taurina en la ciudad. “Comparado con finales de los 80 y principios de los 90 se ha reducido mucho la importancia comercial de la temporada taurina en Medellín. Hoy en día para nosotros sólo representa un 8% extra de las ventas normales de la empresa, pero no se compara con los festivales y tertulias de los aficionados que, en su momento, llegaron a paralizar la ciudad”, explicó Valencia Sierra, al agregar que actualmente el evento ha perdido bastante relevancia en materia comercial, pero que se ha mantenido vivo gracias a quienes hacen de este espectáculo una pasión.
Uno de ellos es el extorero y actual presidente de la Unión de Toreros de Colombia (Undetoc), Gitanillo de América, quien con más de 30 años de carrera, aún lidera la lucha taurina en el país. “Para los toreros tampoco es un panorama fácil, porque el comienzo es arduo para el 90% de los aspirantes, que suelen ir a capacitarse en España con escasos recursos, muchas veces adquiriendo deudas que luego deben pagar con su trabajo en las giras por el continente”, explicó el líder de la agremiación. Igualmente, otros aspectos menos visibles de la fiesta brava reportan dificultades, pese a que el panorama comienza a mejorar.
Las ganaderías
Hasta $100 millones en pérdidas llega a tener una ganadería de lidia, que aunque puede ser parte de otras actividades económicas, como hatos de toros mansos o lecherías, no alcanza a subsidiar satisfactoriamente los costos que conlleva la crianza del toro bravo, siendo la “pasión por la fiesta” la única motivación para los ganaderos. Así lo explica Carlos Barbero Muñoz, propietario de Santa Bárbara, una de las 25 ganaderías especializadas en toros de lidia del país: “Quienes actualmente seguimos empeñados en criar toros para las plazas lo hacemos básicamente por herencia. Yo, por ejemplo, soy la tercera generación. “Se hace más como un tributo, porque como negocio es pésimo. He llegado a la conclusión de que hay cuentas que no se deben hacer, no sólo porque las cifras son espantosas, sino porque lo que nos motiva realmente es la afición y la vocación de brindarle a la gente un espectáculo de calidad”, afirmó el ganadero al precisar que el costo real de un toro, incluyendo desde las pajillas (ampollas para inseminación) de buena genética, pasando por los sueldos de los vaqueros, hasta la alimentación, alcanzan los $20 millones, y el ejemplar se vende, con mucha suerte, en $15 millones. “A diario un toro, que tarda entre 4 y 5 años en estar listo para una corrida, puede consumir $7.000 diarios en alimento. Lo que la gente no tiene en cuenta es que no todos sirven, porque algunos no alcanzan el peso requerido, o no tienen el fenotipo o apariencia. Este año, por ejemplo, se nos murieron cuatro en Santa Bárbara, y esa inversión no se recupera”.
La opinión de Barbero Muñoz es compartida por su colega de la ganadería Ernesto Gutiérrez, Miguel Gutiérrez, quien integra la segunda generación en esta actividad. “Ponerle precio a un toro es absurdo, porque nunca se va a pagar lo que realmente vale. La labor del empresario del toro ha sido ardua, porque se han enfrentado, además del problema con los antitaurinos, con grandes inestabilidades económicas y sociales en el mundo. El dólar, que es la moneda en la que se le paga a las grandes figuras del toreo no ha colaborado, pese a ello se han exhibidos excelentes carteles y se han lidiado magníficos animales”, dijo Gutiérrez al señalar que la fiesta brava no sólo se debe entender desde las grandes plazas del país, sino también desde las ferias de la provincia, en donde permanece una parte importante de la afición taurina.
Desde la perspectiva del gremio, José Félix Lafaurie, presidente de la Federación Nacional de Ganaderos (Fedegán) resaltó que efectivamente se trata de un negocio cada vez más difícil, que dejaría como saldo no sólo la quiebra de las ganaderías, sino también la extinción paulatina del toro bravo. “Cada vez quedan menos porque evidentemente las características de este animal se fundan en su condición aguerrida, mientras que un toro bravo sale a una plaza con 450 kilos, ganados en 4 años, un toro manso con dos años ya se puede mandar para el matadero, y podría incluso tener un mejor peso. Eso significa que esos dos años extra de alimentación son pérdidas, por eso es un negocio malo y pequeño, porque una ganadería puede tener 100 toros, pero sólo 1 o 2 corridas en el año”, explicó el líder gremial al resaltar que en total podrían ser unas 60 las ganaderías en todo el país que tienen toros de lidia. No obstante, Lafaurie aclara que aunque en este aspecto del mundo del toro es poco rentable, otras esferas como la hotelería, el transporte y el comercio en general se ven beneficiados en la temporada taurina de cada ciudad.
El espectáculo
La logística de la temporada de toros derrama sobre Medellín entre 100 y 120 empleos formales, comprendidos entre subalternos, areneros y personal de logística y ventas. El ingreso promedio de cada uno de estos trabajadores oscila entre $1’200.000 y $1’500.000, una remuneración que contempla seguridad social y prestaciones de ley, durante casi dos meses de preparación y desarrollo de los festejos, así lo manifestó Santiago Tobón, director ejecutivo de Cormacarena. “Medellín este año sólo tuvo cuatro festejos, y cada uno tuvo más o menos 40 personas por cada día. De igual forma, esto es un trabajo que dura todo el año, porque durante este periodo se visitan entre 4 y 5 veces las ganaderías, ya que después de que el toro es seleccionado para la corrida se supervisan los cuidados sanitarios y el aumento de la comida”, destacó Tobón, al calcular que entre lo que valen los toreros, las cuadrillas y la logística, una corrida no baja de $350 millones.
Desde la perspectiva de la Plaza de Toros de Manizales, Juan Carlos Gómez, gerente de Cormanizales, explicó que aunque es innegable la crisis que atraviesa el sector, en la ciudad de las puertas abiertas la crisis financiera no se ha manifestado. “Contamos con más de 5.100 abonados, gracias a ellos gozamos de una ocupación del 80% de la plaza, que llena un aforo de casi 15.000 personas. A esto le sumamos la novillada, a la que asisten 9.700 aficionados. Somos el mayor pagador del impuesto a la Ley del Deporte, incluso por encima de lo que paga el Once Caldas durante todo el año: En siete festejos nosotros pagamos algo más de $500 millones, mientras que el equipo paga $280 millones”, precisó el directivo, quien asegura que para la sociedad caldense los toros hacen parte de su génesis y su cultura, y este arraigo ha permitido la entrega de $10.000 millones para el Hospital Infantil, por concepto de labor social a lo largo de sus años de funcionamiento.
La crisis también pasa por la Santamaría, en Bogotá, a pesar de su reapertura luego de cinco años de parálisis. Felipe Negret, gerente de la Corporación Taurina de Bogotá, asegura que este triunfo de la afición taurina capitalina, más que evidenciar la prevalencia de los derechos culturales, reivindica la libertad. “Esperamos que en seis festejos, las cinco corridas y las novilladas, participen de la feria alrededor de 50.000 personas. A la fiesta brava le veo más futuro que presente en Colombia, porque en Bogotá cerca de 2.000 jóvenes compraron boleta para ir a la novillada, por eso hay que seguir trabajando. Ya hemos salido del clóset, ya no nos da pena defender la afición”, enfatizó Negret al encontrar en el pronunciamiento de la Corte Constitucional un empujón que le devuelve la vida a la tauromaquia colombiana.