Después de cada guerra hay cambios, muchas veces provocados por las mujeres que quedan trabajando en fábricas y empresas, mientras los hombres se pelean
Marú, la menor de las hijas de Misiá Mariá, a quien ya mencionamos la vez pasada, era una niña muy "hacendosa". Desde chiquita se le notaba el interés por todas las cosas de la casa.
Mientras sus hermanas se pasaban el día dando brillo a las uñas con el polissoir o haciendo colorete para cachetes o labios con papel crespón rojo mojado y pétalos de flores coloradas; Marú ayudaba en la cocina a amasar, a armar las arepas, a picar el hielo para batir los helados encima. Y mientras sus hermanas miraban por la ventana la salida de los muchachos del colegio de San Ignacio, o del Liceo de la Universidad, Marú limpiaba las porcelanas o ayudaba a poner la mesa.
Un día se esperaba una visita muy especial que iba a tomar un té al estilo inglés. Misiá Mariá en persona se ocupó de arreglar la mesa. Sacó el finísimo mantel de lino recién llegado de París en hermética caja de lata “Maison de Blanc.” Era bellísimo, todo bordado, lleno de encajes, randas y calados. Y aún olía a naftalina, venía de transportarse un mes en un barco…
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Misiá lo colocó con todo esmero en la gran mesa ovalada de cuyos bordes caían grandes pliegues que daban casi hasta el suelo. Puso enseguida la vajilla de Limoges con ramos de violetas pintados a mano, las copas de Baccarat y los cubiertos de Christofle.
Después de dar una última ojeada a la perfección de aquel conjunto, se fue a la sala a esperar la visita. A la hora indicada pasaron al comedor y cuál no sería la sorpresa cuando encontraron el mantel perfecta y cuidadosamente recortado por todo el borde de la tabla de la mesa...
Trastorno, confusión, desolación. Llamaron a los niños y al personal de servicio Y pusieron a todo el mundo en confesión. Al cabo de un rato, Marú que no comprendía porque se había armado tanto lío, dijo con toda sencillez:
-“Yo corté esos bordes del mantel porque me pareció que sobraban”. -“¡Por Dios m´hijita, imposible, con qué los cortó?” le preguntó la desolada y confundida mamá. -“Pues con las tijeritas redondas que usa mi abuelita para las uñas, cortan tela de lo más bien.”
Por demás está decir que desde que conocieron el sentido de la estética que tenía Marú no la volvieron a dejar ayudar en los menesteres de la casa, por lo menos hasta que hubo cumplido los siete años de edad. Sin embargo, con el tiempo las cosas siguieron de la misma manera, Marú arreglaba todo a su alrededor.
Las otras continuaban inventando cómo pintarse la cara con pétalos de flores rojas o con papel crespón mojado, pues lo que hoy llamamos maquillaje no se vino a conocer sino después del final de la 1a Guerra Mundial.
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Después de cada guerra hay cambios, muchas veces provocados por las mujeres que quedan trabajando en fábricas y empresas, mientras los hombres se pelean y se refugian tras las trincheras del campo de batalla. En esa época un buen lugar para refugiarse los soldados franceses de las armas de los alemanes, era esconderse detrás de malezas y matorrales crecidos, en huecos de una tierra influenciada por el mar Mediterráneo, la palabra creo es trinchera, en francés MAQUIS, así que luego, cuando novias y esposas, acaso envejecidas por los años de soledad, quisieron esconder su feura se inventaron una "trinchera", un MAQUIS. Eso fue lo que luego vino a llamarse MAQUILLAGE (con G en francés). Poner una crema base, polvos, colorete llamado ROUGE, delinear cejas con un lápiz suave, sombrear y aplicar lo que hoy llamamos pestañina que en realidad se llama RIMMEL. Ay, ¡¡¡qué diría la niña Marú a todas estas!!!