La educación, el gran motor proselitista

Autor: Sergio Roldán Gutiérrez
24 mayo de 2017 - 12:05 AM

Se avecinan tiempos electorales, y adivinen cual será el caballito de batalla de todas las campañas-

Se avecinan tiempos electorales, y adivinen cual será el caballito de batalla de todas las campañas, el comodín perfecto para todas las respuestas, la mejor salida a todos los cuestionamientos, la tabla de salvación de todas las propuestas: La Educación. Ahí tienen pues la explicación para la violencia y las desigualdades, para los atropellos, las injusticias, la corrupción. Ya van a ver que por ahí se le dará respuesta a todo, pero ¿qué se está haciendo por la educación? Y entre otras ¿qué es la educación?, ¿cuál es su objeto?

Imagínense tres mil años de conceptos, aproximaciones y reflexiones sobre esa definición, ya es casi un acto de irresponsabilidad que alguien trate de opinar sobre este término, pues tanto el de alta formación doctoral, como el ciudadano de a pie, podrían perfectamente sugerir con precisión un gran postulado. La RAE dice que es la formación destinada a desarrollar la capacidad intelectual, moral y afectiva de las personas de acuerdo con la cultura y las normas de convivencia de la sociedad a la que pertenecen, sin embargo el MEN se refiere a ella como un proceso de formación permanente de carácter personal, cultural y social y le agrega tres términos aún más indefinibles que este: Dignidad, derechos y deberes, los mismos que en nombre de la educación se vulneran siempre.

Ofrezco disculpas de antemano al que moleste, pero me voy a atrever a escribir un par de reflexiones a propósito de lo incomodo que me parece escuchar como base proselitista la palabra: Educación.

Empiezo subrayando que ésta no inicia ni termina en los períodos escolares, ni mucho menos en los universitarios, tampoco depende del grupo de profesionales que nos reciben en las aulas de clase. -Entre otras, esa es una tarea pendiente de todos, reconciliar al maestro con su profesión, reconocer las vidas que tienen en sus manos durante los procesos de formación y lo que está en juego si hay una incoherencia entre lo que se dice y las acciones-.

También pienso que ninguna prueba estandarizada puede ser confiable, no todo lo que se hace en la escuela es medible; es más, las cosas importantes, de mayor trascendencia en los salones de clase no se pueden medir. (Esos serían los indicadores para categorizar la calidad de las instituciones). La evaluación es un evento pedagógico para aprender, no para ganar.

Hay demasiados requisitos para homogenizar los procesos educativos y cada vez más grande el abismo entre lo público y lo privado. Hay que ponerle límite definitivamente a las tareas que no le corresponden a las instituciones de educación y trabajar hacia la consolidación de acciones pedagógicas para cumplir con las mínimas indicaciones que se deberían hacer al interior de la jornada.

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Espero que todos los candidatos que tenemos hoy con la educación como motor del cambio, que todos sus equipos de campaña y todos los que lleguen a ocupar las tan anheladas curules y cargos directivos de alta gerencia en todo el país, formen a sus hijos en las instituciones públicas, para que así puedan conocer de primera mano la realidad de este tema del que tanto provecho sacan en campaña y pocas acciones se evidencian gobernando.

Para terminar, imagínense ese tránsito tortuoso del SXIII al SXIV en la consolidación de un renacimiento como respuesta a la medievalidad, donde se cometieron todos los atropellos en nombre de Dios, donde solo los sacerdotes podían estudiar. En esa época vivió un poeta italiano que a mi particularmente me gusta mucho: Dante Alighieri. De muchas especulaciones y pensamientos sobre educación, es muy apropiada la respuesta que este escritor da y que es de lejos con la que yo me quedé: El objeto de la educación es asegurar al hombre la eternidad

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