El poder presidencial, amparado en un sector de la gran prensa, que abandonó su objetividad para cogobernar a costa de su propia credibilidad, desequilibró la balanza de la democracia colombiana
Está a punto de iniciarse un año electoral marcado por una gran incertidumbre política. ¿Qué futuro nos espera? ¿Por quién votar? Son las preguntas obligadas para el ciudadano hastiado de sentir que lo manipulan y que quiere ser protagonista del debate que se avecina. Sabe que hoy está en juego mucho más que la sucesión presidencial. Se definen temas vitales para su propia subsistencia económica, su salud, su pensión y la educación de sus hijos, entre otros. En nombre de "la paz" se le hizo a un lado y ahora enfrenta la duda. No sabe a quién elegir para volver a sentirse parte decisoria en el Estado colombiano.
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La etapa final del gobierno Santos se ha caracterizado por el desconocimiento abierto de las otras dos ramas del poder público. El poder presidencial, amparado en un sector de la gran prensa, que abandonó su objetividad para cogobernar a costa de su propia credibilidad, desequilibró la balanza de la democracia colombiana. Se pasó de faena con la manipulación del lenguaje y contribuyó significativamente al auge de la comunicación emocional, ofensiva y defensiva por las redes sociales, convirtiéndolas en un nuevo campo de batalla. El manejo ideologizado en defensa de sus intereses particulares nos dejó sin muro de contención.
La “justificación” de todos los excesos se desbordó con dos hechos para la historia: El desconocimiento de los resultados del plebiscito del 2 de octubre y las maniobras para imponer las 16 curules en el Congreso, supuestamente para "las víctimas". Y son sólo la punta del iceberg. Los costos de lo que se perdió en gobernabilidad por el debilitamiento de las instituciones, están aún por cuantificar.
El desafío para cada una de las campañas presidenciales es enorme. ¿Cómo se presentan ante el elector? ¿Cómo son? o ¿cómo se han tenido que vestir para poder llegar? Llaman la atención los dilemas políticos, que enfrentan algunos candidatos.
La prensa que aplaudió durante casi 8 años la llamada "traición" de Santos a Uribe, quien lo utilizó para llegar y lo abandonó para gobernar, es la misma que hoy le enrostra a Vargas Lleras el aprendizaje del método. Es decir lo que se justificó en el caso Santos, se sataniza en Vargas Lleras. Y esa misma prensa trata de acomodarse con Iván Duque, "por si gana", con la condición de que si llega al poder, "no gobierne con Uribe".
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Otro de las paradojas incomprensibles, fue la condena del expresidente Álvaro Uribe a Oscar Iván Zuluaga. Lo que no hizo el Consejo Nacional Electoral, lo hizo Uribe al no permitirle ser parte del grupo de precandidatos presidenciales. Es decir, lo midió con la vara con la que rechazó ser medido cuando se empleó la politización de la justicia para tratar de desmantelar su movimiento, enviando sus alfiles a la cárcel. Una jugada que puede llegar a ser altamente costosa para sus intereses electorales.
¿Por quién votar? Es tanta la duda, que el juego político está totalmente abierto. El que contraponga la transparencia a la manipulación, aun asumiendo, ante la opinión sus propios límites, correrá riesgos ¡claro!, pero permitirá que los ciudadanos se alineen con su futuro.
Se hastiaron de la manipulación y no están dispuestos a seguir excluidos por más tiempo.