La familia antioqueña que creció y prosperó en Venezuela, hoy está dispersa por la aguda crisis económica, social y política que hunde su país.
El boom petrolero de los años 60 y 70 convirtió a Venezuela en el otro sueño americano. Era el país próspero, con riquezas y oportunidades para quienes estaban dispuestos a dejar su lugar de origen e iniciar una nueva vida en otras tierras.
Entonces se extendió el éxodo al vecino país. Miles de personas de todos los rincones de Colombia salieron a buscar allá un mejor porvenir, y muchos lo encontraron. Se establecieron allí, trabajaron, lucharon y echaron raíces que por siempre, siempre, los tendrán unidos a esa tierra que hoy reclama a gritos la atención del mundo.
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Y desde Medellín también se incrementó ese gran número de migrantes. A finales de los años 50 don Aicardo Herrera ya se había instalado en Caracas, donde trabaja en la Colegial Bolivariana, una floreciente papelería de propiedad de españoles. Todo sobre ruedas.
Con ese buen acontecer, don Aicardo envió por su esposa Orfa, la mayor de las Calle, y en 1960 ella se fue con sus dos pequeños hijos, de 5 y 3 años. Después llegaron otros cuatro retoños, ya de nacionalidad venezolana.
Por aquella época era casi normal, y hasta un lujo, que alguien contara la historia de uno de sus familiares que había viajado al vecino país y ganaba en bolívares, la moneda más fuerte de la región, cada vez más cercana al dólar y que para entonces equivalía a más de doce pesos colombianos. Años después subió más y alcanzó un tope de 18 pesos.
Pero las Calle no se quedaron a contar la historia de su hermana, se fueron a vivirla. Siguió Esperanza, después Marta, ya jubilada de Vicuña, y por último Mariela, la menor, y la única que hoy sigue en este mundo terrenal.
“Cuenta mi mamá que en 1978, atraída por las posibilidades económicas que había en Venezuela, decidió irse a buscar un mejor futuro para nosotros. Éramos cuatro hijos y ella se llevó a Diego, el menor. Guillermo, Vladimir Michi y yo nos quedamos aquí con la abuela”, relata Lidia, la mayor de la descendencia de doña Mariela, hoy de 81 años.
“La vida allá era próspera, todas tuvieron muy buena calidad de vida, pudieron trabajar y crecer sus familias, tuvieron hijos que luego se casaron, llegaron los sobrinos y los nietos, nosotros íbamos a pasear allá porque era muy económico por el precio del bolívar, en fin, todo era bueno”, evoca Lidia sin olvidar que su hermano Diego, el que viajó muy pequeño, murió en Caracas de un infarto cuando apenas cumplía 37 años de edad, sin embargo la vida también les mandó de allá otra hermana, Lucy, de nacionalidad venezolana.
“Pero las cosas cambiaron. Las malas políticas de los gobiernos de (Hugo) Chávez y (Nicolás) Maduro, los abusos de quienes creyeron que era una riqueza eterna e interminable, sumadas las constantes caídas del precio del petróleo y la falta de ética y moral de quienes vendieron el voto por un perro caliente o una botella de licor para montar al golpista Chávez, acabaron con el país”, razona Lucy, quien no resistió la situación y hace cuatro años decidió venirse a Medellín con su hijo Víctor Manuel y el encargo de la pequeña Cristal, que hace 21 meses nació en Medellín.
“La situación empezó a empeorar desde que Chávez tomó el poder (1999). Cada día era un retroceso en todo, una zozobra, cada día amanecíamos con una nueva angustia. Quisimos resistir y aguantamos todo ese tiempo, pero hace cuatro años (2014) que, advirtiendo todo lo que venía, acordé con mi mamá que lo mejor era regresarnos para Medellín”, describe Lucy.
Fueron 40 años los que vivió doña Mariela en Venezuela. Hizo su vida allá, y extraña amigos, vecinos, lugares…, y quisiera regresar, “pero sólo el día que caiga el tirano, porque como están las cosas, no volveremos”, apunta.
“También fue difícil para mí”, cuenta Lucy. Allá dejé familia, amigos, empleo, todo…pero la situación es insostenible. Tenía que salir a buscar futuro para mis hijos, y el 2 de julio de 2014 decidí venirme”.
“Allá no hay alimento, la comida escasea, en los cajeros no hay efectivo, el salario no alcanza así estés trabajando, la tal Cesta Ticket es una mentira, los productos que se consiguen son de mala calidad, no podíamos aguantar más”. Y no es que aquí en Medellín esté muy cómoda, porque lleva cuatro años buscando una oportunidad laboral que no se le da, “pero así y todo es mejor estar aquí”.
Lo mismo que hicieron hijos, sobrinos, primos, la mayoría de la descendencia de las hermanas Calle en Venezuela. Hoy todos andan dispersos, especialmente en Estados Unidos, en busca de las oportunidades que su país le ofreció hace décadas a muchos migrantes y que hoy no puede brindarle ni a sus propios ciudadanos.
Es que la hiperinflación que desencadena en hambruna, el desempleo, la represión y la creciente ola de violencia, hacen que Venezuela sea hoy el “punto negro” de Latinoamérica, según consideró el Fondo Monetario Internacional (FMI) en su informe de 2017, lo que ha obligado a más de dos millones de venezolanos a abandonar su país en los últimos años. Una cifra que cada día es mayor.