No debe cegar lo que ocurre a diario en los puestos de trabajo donde el acecho a las mujeres y hombres es una práctica reiterada por parte de los superiores jerárquicos.
Por fin sale a flote lo peor de Hollywood. En la industria cinematográfica como en la política la hipocresía es un modo de vida y requisito para escalar profesionalmente. Todo esto viene a cuento por las denuncias contra el otrora mecenas y productor de cine Harvey Weinstein, acusado de abusar de quien sabe cuántas mujeres como condición para salir del anonimato y convertirse en estrellas fulgurantes del séptimo arte. Weinstein tenía el poder de lanzar a la gloria a tantas o acabar con sus carreras apelando a la presión o comprando su silencio con tal de satisfacer sus excesos libidinosos.
Esa cultura alcahueta ha sido posible por aquellos que durante 30 años facilitaron con acción u omisión una conducta propia de un pervertido insaciable. Desde destacadas figuras corporativas con intereses económicos, personal subalterno temerosos de perder su trabajo, revistas de farándula pagándole tributo a los galardones recibidos por el medio, hasta reporteros cómplices de sus andanzas. Imposible creer que no lo sabían. Simplemente callaron e hicieron posible tanta podredumbre hasta que la cuerda se rompió por el lado más débil y ahora todo les sorprende. Celestinos sin vergüenza.
Pero todo no termina ahí. Hollywood y política van de la mano pues el poder los encandila. Weinstein entonces se vuelve necesario no solo con sus generosas contribuciones sino como el fin que justifica los medios. Y ahora resulta que muchos reniegan de su cercanía y apoyo económico, sorprendidos y escandalizados simplemente por conveniencia. Por otro lado, haciendo leña del árbol caído, algunos políticos conservadores ven en la desgracia ajena una oportunidad para intentar tapar las historias, esas si escandalosas del inquilino de la Casa Blanca.
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Bill Clinton, Donald Trump y otros tantos han sido beneficiarios de una cultura que celebra las andanzas de sus protagonistas, unas veces perdonando y otras permitiendo los comportamientos igual de reprochables y vergonzantes. No es sino recordar como Trump en plena campaña electoral se ufanaba de agarrarles a las mujeres sus órganos íntimos. De nada valió denunciar semejantes aberraciones y tanto Clinton como Trump siguen disfrutando de la fama y el poder.
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Luego de encumbrar y enriquecer a Weinstein durante décadas, la fiesta llega su fin pues lo único que se requiere para que la maldad triunfe es que los buenos no hagan nada. Este episodio lamentable no debe cegar lo que ocurre a diario en los puestos de trabajo donde el acecho a las mujeres y hombres es una práctica reiterada por parte de los superiores jerárquicos. Ni que decir de lo ocurrido con ciertos personajes religiosos involucrados en escándalos penosos sacando provecho de su posición de liderazgo.
Ya era hora para que alguien, las víctimas, corrieran las cortinas para desenmascarar el acoso sexual y la coerción en Hollywood. Algo impensable en el pasado pues era el común denominador y una costumbre de aceptación generalizada. Sería ingenuo pensar que se ha dado por terminado el asunto, pero al menos se han dado los primeros pasos.