La ciudad que no termina nada

Autor: Darío Ruiz Gómez
17 abril de 2017 - 12:09 AM

Esa Medellín que mediante una sabia tecnología logró crear un ambiente humano sin agredir la naturaleza

Las gentes se ponen a esperar el próximo mundial de fútbol dentro de tres años y su vida cotidiana se consume en esa espera. Pero a los tres años el Campeonato se celebra y las gentes quedan esperando el próximo evento. Las gentes esperan que una fiesta anunciada se celebre dentro de cuatro meses y todo queda supeditado a esa fecha la cual rigurosamente se cumple. Inconscientemente y después de ver el noticiero en la TV o leer el periódico digital, escuchar la radio nos enteramos de boca de un alto funcionario que en un año “estará terminado un intercambio vial que agilizará el tráfico entre las Comunas…” y nos quedamos a la espera de que la promesa se cumpla ya que contamos con los mejores equipos tecnológicos de “Latinoamérica” Gracias al magnífico trabajo de investigación de Alberto Mayor Mora sobre la historia de nuestra Escuela de Minas y su repercusión inmediata en el desarrollo de Medellín, pudimos darnos cuenta de que a la par que se domeña un territorio, se lo adapta para hacerlo habitable, es necesario contar con una ingeniería hidráulica capaz de resolver las dificultades del terreno previniendo deslizamientos, acciones nefastas de las aguas perdidas, de los grandes aguaceros en los largos inviernos, impidiendo la proliferación de barrios de invasión que desajustan las laderas, las deforestan, arrojan las basuras al lecho de las quebradas. Las fotografías que de las Obras Públicas tomó Gabriel Carvajal en la década del 50 – 60 ilustran la presencia de una gran ingeniería dando respuesta tecnológica a este desafío, aportando una nueva estética visual en esas tareas de canalizar una quebrada, de soterrar la red de electricidad y de alcantarillado, de construir puentes y torres o sea creando la imagen visual de una verdadera ciudad moderna, esa Medellín que mediante una sabia tecnología logró crear un ambiente humano sin agredir la naturaleza. ¿Podía prever alguien el desbarajuste creado a partir de la llegada de cientos de desplazados que ocuparían en el mayor desorden las laderas? Es en este punto donde la Planeación del territorio urbano ante hechos irreversibles debió modificar por entero su concepto del Plan de Ordenamiento Territorial ya que sincrónicamente aparece el auge de la construcción con capitales muchas veces subterráneos, los desplazamientos internos a causa de las nuevas formas de violencia pero también lo que llamaríamos una crisis total de la ética por parte de la burocracia encargada de vigilar el racional desarrollo de la ciudad. Los Planes Parciales son la demostración de esta corrupción.

La ciudad queda olvidada en medio de interrogantes parecidos a las que muchas ciudades del mundo han vivido al explotar por la violencia de las nuevas estructuras del crimen organizado los conceptos urbanísticos que la regían y al entrar en crisis el debido conocimiento tecnológico pero también al perder dramáticamente el ciudadano el derecho a decidir sobre las grandes obras públicas, sobre aquellos contenidos cívicos que definen un proyecto de ciudad que debe estar renovándose permanentemente y en lugar de la transparencia en el uso de los espacios públicos ha ido construyendo, como en Medellín, murallas de discriminación con el sofisma de que son territorios pertenecientes a las organizaciones delincuenciales. La ciudad se crispa en tanto el contratismo ha prolongado la evidencia de que nada se cumple, de que lo que se cumple es feo, hecho con malos materiales, hechizo o sea inacabado, tal como corresponde a una visión cicatera de una mentalidad que carece de horizonte para acabar las obras de gran aliento y adelantarse al futuro en lugar de matar al futuro antes de inaugurarlo. Lo que debía ser una respuesta racional se convierte en una muestra de irracionalidad en manos de una tecnología chapucera.

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