Cuando nos cambian nuestro espacio, nos toca volver a sentir que ese lugar nos pertenece de nuevo, nos toca volver a construir relaciones con él
Quienes hemos trabajado en las calles con las comunidades, al momento de tener que analizar cómo toman los ciudadanos las intervenciones en los territorios, la mayoría de las veces, están en desacuerdo por que nadie les preguntó qué querían. El centro del asunto es que sólo se considera que una ciudad cambia cuando se hace una megaobra de infraestructura, que modifica la forma en que todos los habitantes de un espacio se relacionan con él -y entre ellos mismos-. Parafraseando a H. Lefebvre los espacios solo existen cuando se transforman, y son esos cambios los que hacen que quienes vivimos en las ciudades nos demos cuenta de que un lugar es importante para nosotros, y ocurre un fenómeno muy curioso explicado por el mismo autor: el ciclo permanente de construir y dejar de lado, mejor dicho, cuando nos cambian nuestro espacio, nos toca volver a sentir que ese lugar nos pertenece de nuevo, nos toca volver a construir relaciones con él.
Esas mismas oscilaciones las describe Manuel Delgado en su definición de la antropología de lo urbano, cuando llama la atención sobre lo que verdaderamente está en la esencia de las ciudades, los movimientos humanos/urbanos que transforman constantemente los lugares que habitan, por medio de sus relaciones de poder.
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Entonces ¿quien transforma las ciudades? Realmente toda relación humana transforma la ciudad diariamente. Las dinámicas urbanas cambian en tan sólo minutos, sobre todo en nuestras convulsionadas ciudades latinoamericanas. Hay que construir la ciudad en el tiempo, no en el espacio, hay que darle categoría de ciudadano al habitante, no de cliente, de sujeto a explotarse, hay que reparar las relaciones entre el que habita la ciudad y los que las dirigen, volver a construir lazos de confianza, todo eso luego, nos facilitará construir la ciudad en el espacio.
Debemos reflexionar sobre esos cambios de gran escala que cambian masivamente la estructura de las relaciones humanas/urbanas, que ocurren cuando un grupo de poder o los gobiernos, deciden realizar grandes obras en los territorios, decorando la ciudad en el espacio, pero sin garantizar un impacto en el tiempo. En Medellín, estamos acostumbrados a ver como impresionantes equipamientos sociales se incrustan en medio de los barrios y casi sin percibirlo sus habitantes cambian sus dinámicas alrededor de grandes y complejas estructuras, pero usualmente se ha trabajado con la comunidad para darle contenido a esos cambios. Esto nos lleva a pensar que en el tiempo una ciudad puede vivir miles de hechos que se entrecruzan, que tienen el poder de cambiar sus territorios, tanto a la escala de lo humana/urbana, o en otras palabras en el nivel de las relaciones cotidianas que como ya señalé arriba, cambian en minutos. Por otro lado, están los cambios producidos por grupos de poder o los gobernantes, que modifican abruptamente la forma de relacionarnos con el territorio, cambiando drásticamente los significados que las personas construían sobre esos lugares en la mente y las dinámicas de las relaciones que allí se tenían.
Las transformaciones de las ciudades, lejos de pensar que están en el territorio, en el espacio, están en las personas, somos nosotros los que le damos significado en el tiempo. El centro del cambio es el fondo que se proyecte transformar en el tiempo. porque somos nosotros quienes habitamos y modificamos las dinámicas de los entornos, sea por las propias relaciones o como respuesta a esas infraestructuras impuestas. Es esa la respuesta a los cambios, la forma en que los asumimos. El efecto mismo de una obra pública es el rechazo o la apropiación de las personas. Lo que hace a un equipamiento lo que es finalmente, no la estética del espacio es la apropiación de la comunidad en el tiempo.
Estos cambios de la ciudad en el tiempo tienen una dimensión antropológica, en donde el ciudadano, sea en lo cotidiano o en lo majestuoso, es el protagonista y quien le da sentido a lo urbano desde sus relaciones, y entender esto es fundamental para cualquier gobernante que quiera dejar su impronta por medio de obras públicas en el territorio, pues estas serán exitosas sí en primer lugar leen las dinámicas humanas presentes en el espacio y segundo, no se le entrega a ese ciudadano la ciudad hecha, sino que se llama como protagonista de la transformación y se centra como el eje de la misma.
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