La compasión y la cautela parecieran estar condenadas al fracaso.
Puede sonar a error afirmar que existen unas ciertas leyes de valor universalmente aceptado. Todos los relativismos están en su punto de máxima influencia y parecen atentar contra el reconocimiento de normas de valor general para la humanidad. La suerte que corren los proyectos que tratan de establecer unos derechos de aceptación forzosa, como por ejemplo los derechos humanos, los de las mujeres o de los niños, para solo mencionar tres ejemplos, se enfrentan a unas dificultades enormes; recordemos que las mujeres musulmanas más progresistas no aceptan en su totalidad el concepto de sus compañeras europeas. Muchas mujeres latinoamericanas practican un machismo más enconado que sus amigos pistoleros. Igualmente los derechos de los niños, a pesar de su promulgación hace más de medio siglo, no son mundialmente defendidos.
Me refiero, con la idea de las leyes universales, a comportamientos observados hace siglos y que parecieran hacer parte del legado de la naturaleza humana. Podemos recordar que la reciprocidad elemental inherente al dar y el recibir, la valentía en el combate como expresión de un honor que de perderlo nos puede costar la propia vida, la ley de la hospitalidad como el no hacer mal a quien nos da techo o alimento y el cuidado de la familia inmediata son algunas de esas leyes. Ellas y otras más nos hacen humanos, independiente de la sociedad o el momento histórico, y me atrevería a afirmar que un individuo que no practica esas normas elementales o una sociedad donde se desconocen esos lineamientos puede estar en serio peligro de subsistir. Cuando las contingencias de la vida o las tragedias nos arrasan podemos observar como emergen esas leyes básicas de una manera natural. Reciprocidad, dignidad, hospitalidad, curiosidad, sana competencia son algunas.
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La forma básica de esas leyes universales se puede comprender y explorar en lo que Hillman ha denominado las virtudes de la cautela. En una sociedad cuya cultura se ha distinguido desde hace mucho tiempo por el arrojo y el riesgo propios de las actividades de la minería, el comercio, el contrabando y el tráfico de narcóticos, actividades cuyo patrón indudable es Hermes, la cautela marca una profunda diferencia para indicar la cualidad de la compasión. Y lo que Hillman nos recuerda es que en la vida social y en los asuntos cruciales la dimensión arquetipal y el trasfondo mítico se ponen en evidencia de manera muy vigorosa y pasa que lo inconsciente pesa de enorme manera. En tiempos de mesianismos muy fuertes, palpables en toda nuestra historia, hace bien el hacer conscientes esos remanentes arcaicos que son parte sustantiva de nuestra vida cotidiana, de nuestro considerar y de lo que consideramos deseable. La agudización del conflicto de más de medio siglo en nuestra nación y el esfuerzo por construir otro orden pone de presente esta fuerza mesiánica tanto en las fuerzas dislocadoras del orden establecido como en el seno de las energías que tratan de preservarlo de todo cambio. Ambos vectores se presentan bajo la aureola salvadora del enviado a redimir y de su figura, el redentor.
Y unos se presentan como el nuevo optimismo, la esperanza ciega, las locomotoras del futuro, el crecimiento esperado y el progreso que se enfrenta a todas las dificultades y se las vence con renovada energía y el otro bando igual se constituye como visión heroica que avanza en una sola dirección, la que reclama la patria, desafiando todo cambio y pretendiendo mantener el orden de ideas y cosas que hemos tenido por siglos. Lo heroico obnubila estableciendo el sentido de manera excluyente, confiando excesivamente en su propio poder y asumiendo cada desafío sin compasión y con excesiva confianza.
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En nuestro momento histórico ya estamos en el umbral necesario para superar lo heroico y lo mesiánico y entender que la construcción consensuada y compasiva tiene su momento preciso. En momentos como los que vivimos de dominación del impulso heroico y exaltación de mesías, de uno y otro bando, la compasión y la cautela parecieran estar condenadas al fracaso. Es un poco como le pasa al asceta y al mesurado frente a lo orgiástico, que se lo percibe como impedimento y detención en el curso de las cosas aparentemente necesarias; al cauteloso o al compasivo se los ve como retrógrados que se oponen al cambio. Así son leídas por estos días las admoniciones y las advertencias de muchos historiadores. Han quedado claramente expresadas en las opiniones y doctrinas que animan a los alzados en armas y resaltan que no cejarán hasta la toma del poder total y del otro bando los que buscan una paz a cualquier costo se ven incautos, ingenuos, como verdaderos enemigos de la paz duradera.