A los que promueven la democracia se les agobia con acusaciones no probadas y se los trata con los peores epítetos
En estos días finales de una campaña presidencial de la cual depende la supervivencia o la desaparición de la democracia en Colombia aumenta el uso de la calumnia como principal arma de la desinformación, que conduce a votar mal.
Desde ahora hasta el 17 de junio habrá una creciente inundación de noticias tendenciosas, cuando no falsas, para hacer creer que los líderes de la democracia son unos monstruos comparables a Hitler, mientras que los de la izquierda revolucionaria son personas ingenuas, calumniadas y perseguidas.
Basta comparar el trato mediático que recibe, por ej. Santrich, con el reservado a servidores públicos de gobiernos anteriores. Para los narcoterroristas, impunidad total; para los segundos, sentencias políticas y hasta inapelables.
En fin, a los que promueven la democracia se les agobia con acusaciones no probadas y se los trata con los peores epítetos, mientras se oculta por completo el prontuario de candidatos impresentables, antes de que cierta jurisdicción empiece a encarcelar a quienes recuerden hechos probados en registros policiales y judiciales, que serán eliminados definitivamente por el AF.
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En efecto, ese mamotreto crea una casta privilegiada de personas “incalumniables” por ley, frente al resto, libremente calumniable, de la población…
La eficacia de la calumnia como letal arma política no está en duda. Se atribuye a Voltaire, genial y perverso disociador, aquella terrible instrucción de “Calumniad, calumniad, que algo queda…”, así como la máxima de que una pequeña mentira, repetida una y mil veces, se convierte en una gran verdad, apotegma que también se adjudica a Goebbels, pero que en todo caso debe anteceder al francés, porque en el insuperable Oxford Dictionary of Quotations ninguna de estas citas se registra, ni para el demoledor escritor ni para el jefe de la propaganda nazi. En todo caso, estas máximas nunca han dejado de tener cabida en la estrategia política y hasta en la comercial...
Como defenderse de los malquerientes y maldicientes es bien difícil, Hamlet sentenció aquello de que “aunque seas tan casto como el hielo y tan puro como la nieve, no podrás escapar a la calumnia”, lo que respondió años más tarde Ben Johnson diciendo que “la mejor respuesta a la calumnia es el silencio”.
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Ya que estamos en este tema no sobra recordar a los amables lectores una insuperable aria de Rossini, La calumnia es un vientecillo:
La calumnia es un vientecillo,
una brisita muy gentil,
que imperceptible, sutil,
ligeramente, suavemente,
comienza,
comienza a susurrar.
Bajo, bajo, a ras de tierra,
en voz baja, sibilante,
va corriendo, va corriendo,
va zumbando, va zumbando;
en las orejas de la gente
se introduce,
se introduce hábilmente
y las cabezas y los cerebros,
y las cabezas y los cerebros
hace aturdir y hace hinchar.
Una vez fuera de la boca
el alboroto va creciendo,
toma fuerza poco a poco
vuela ya de un lugar a otro;
parece un trueno, una tempestad
que en medio del bosque
va silbando,
atronando, y te hace de horror helar.
Al final se desborda y estalla,
se propaga, se redobla
y produce una explosión,
¡como un disparo de cañón!
¡como un disparo de cañón!
Un terremoto, un temporal,
un tumulto general
que hace agitar el aire.
Y el infeliz calumniado,
envilecido, aplastado,
bajo el azote público podrá
considerarse afortunado si muere.
Y el infeliz calumniado,
envilecido, aplastado,
bajo el azote público podrá
considerarse afortunado si muere.
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EPM: ¡Lo que mal se compra, peor se vende!