Habrá diversidad, gustos, conocimientos, opiniones y creencias en ocasiones contrarias
Afortunadamente cada quien tiene en los archivos de su memoria aquellos gratos momentos de conversación agradable, amable, nutritiva, de los que hemos tenido oportunidad de ser parte activa. Tal vez a todos nos ha sucedido: hay charlas cuyos contenidos y protagonistas nos hicieron pasar inolvidables y buenos momentos. Cuando todo esto está acompañado de una buena cena, de sonrisas apacibles y bondadosas, se genera una atmósfera que predispone al acercamiento de inteligencias y corazones. Muchos recordamos que en vez de soliloquios mediados por la tecnología y la cibernética, el simple uso adecuado de la palabra, el logos, el instrumento maravilloso y único de la especie humana, nos eleva, nos hace caminar un poco en pos del ideal de ser mejores personas.
La buena conversación es encuentro. Es voluntad compartida de ser entendido y de entender al contertulio. Es inteligencia que indaga, expone, compara, contrasta. Es ejercicio del orden en la expresión de las ideas y es –cosa esencial y de oceánica belleza e importancia- guardar silencio y disponer los oídos para percibir las notas y vocablos expresados por quien nos quiere compartir unas ideas. ¡Qué importante la actitud de quien escucha con atención, con respeto, con vocación genuina de captar las sutilezas del relato del otro! En la conversación auténtica sí que es cierto aquello de la realidad de la afirmación de la condición personal del otro: la alteridad. El otro, sujeto esencialmente igual a todos en su condición de unidad corpóreo-espiritual, nos relata y participa de sus experiencias, expone sus creencias, comparte sus incertidumbres… Quien escucha cuidadosamente, con paciencia y con respeto –noble ejercicio, difícil de llevar a la práctica- permite que suceda una espontánea catarsis que cada ser humano necesita; el hombre, ser humano, ser para el encuentro con los otros, es también curado por la palabra.
En la puesta en escena de la charla inteligente hay datos, hay contrastes, hay conocimientos de las más variadas áreas del quehacer, hay lucidez en el ejercicio de la palabra y en el ejercicio de la escucha. De modo obvio, habrá diversidad, gustos, conocimientos, opiniones y creencias en ocasiones contrarias, pero si los espíritus están dispuestos al encuentro y a la cercanía de las mentes, esto no será dificultad para continuar amablemente con el diálogo, con el inteligente fluir de los párrafos y las ideas. Las diferencias allí se exponen, se entienden, se captan y se respetan. Las coincidencias se celebran, se comparten. Jamás serán motivo para que se cierren los canales, sí para que se indague en las razones últimas e íntimas de las mismas diferencias, indagación que finalmente nutre, fortalece o corrige las convicciones que en determinado momento han sido material de contraste. También los espacios de reflexión y los silencios que espontáneamente aparecen en la charla, como los momentos lentos de una sinfonía, hacen parte de aquel certamen de inteligencia y entendimiento. Refrescan, aclaran, refuerzan, permiten respirar a los conceptos.
Después de una conversación grata, en una ambiente de comprensión y de ejercicio de la inteligencia, todos solemos salir renovados y de alguna manera, convertidos en mejores seres humanos, puesto que vivir humanamente siempre es vivir en medio de los demás, aprendiendo de cada uno, enseñando también a cada uno de aquellas pequeñas y grandes cosas buenas que podemos compartir y que para nuestro interlocutor son también motivo de alegría, de consuelo, de aprendizaje.
Quizás necesitemos todos un poco más de reposo compartido con unos pocos contertulios, frente a un simple fuego de la chimenea, de modo apacible y fraterno, frente al rostro de quien nos interpela, nos relata, nos interroga, nos enseña. Para ello conviene el silencio sistemático del ruido que proviene de todos los aparatos electrónicos que inundan la vida contemporánea, saturándola de confusión y de distracción: basta ponerlos a todos esos artefactos en la posición de “apagado”: para hacerlo nuestra inteligencia y voluntad deben aparecer en “encendido”.
Con razón se ha dicho que el arte de la buena conversación hace parte del alma de una sociedad civilizada. Hay que generar las ocasiones propicias para estos encuentros.