La adolescentización de las ciudades y sus gobiernos

Autor: Sergio Roldán Gutiérrez
8 marzo de 2017 - 07:10 AM

Los niveles de competencia a los que nos enfrentamos hoy nos exigen que todos los días tengamos que estar jóvenes, bonitos y sin marcas de cansancio o tristeza evidentes.

Es común a todos los procesos este asunto que más que una fortaleza es un flagelo. Ahora resulta que las personas que hemos visto desde pequeños en diferentes ámbitos como: la política, el cine, los medios de comunicación, entre otros, no envejecen. Se les notan algunos retoques físicos, pero más preocupante que eso, sus actitudes. Los niveles de competencia a los que nos enfrentamos hoy nos exigen que todos los días tengamos que estar jóvenes, bonitos y sin marcas de cansancio o tristeza evidentes. Adicionalmente, un par de especialidades, un arte, saber cocinar, dos idiomas y frecuentes salidas al exterior, ahora, en el micro segundo que no demostremos las capacidades profesionales o personales, nos reemplazan por otro.

Este fenómeno ha hecho que se vengan abajo kilómetros de patrimonio arquitectónico en las grandes ciudades que se remplazan por edificios retorcidos e invasivos con la finalidad de transmitir un ambiente actualizado y post moderno; que se invierta en la construcción de grandes autopistas y pequeñísimas aceras; que se tengan grandes dotaciones de aparatos tecnológicos para la automatización urbana, en fin, hasta ahí, digamos que es parte de la evolución. El mundo avanza rápido y hay que estar al día en todo, pero, gran parte del éxito de cada desarrollo está dado por la experiencia y la precisión de grandes personas que previeron lo que podría suceder y sin más argumento que el de los años vividos se intervenían los procesos.

Este afán por permanecer intacto al paso de los años para estar vigente en la competencia contra los jóvenes candidatos a doctor pero con experiencia casi nula ha generado que actualmente tengamos los niveles de ansiedad más altos de toda la historia de la humanidad, al punto que para el 2015 el 39% de la población mundial ya tenía sobrepeso y de esos la tercera parte ya era obesa (OMS2015) y por el embeleco de acabar de una vez con este desorden alimenticio para el 2020 las intervenciones quirúrgicas en América Latina habrán igualado la cifra de muertos asociados a la violencia, esto es, las causas de muerte serán en primer lugar producto de los accidentes de tránsito y compartiendo el segundo lugar las producidas en contextos de violencia e intervenciones quirúrgicas de carácter estéticas. Nuevamente citando a la organización mundial de la salud - OMS, esta vez para usar su definición de salud donde se resalta “el estado completo de bienestar físico, psíquico y social, y no la mera ausencia de enfermedad” de la que podemos deducir que estamos definitivamente enfermos.

La adolescentización de las ciudades y sus gobiernos no pueden sobreponerse por encima de las estructuras de planeación estratégica con argumentos de volubilidad, no se puede amparar una intervención urbana o un proyecto social en el “me nace” o “no me nace”, en la soberbia de querer sobresalir, mucho menos en la arrogancia de pensar que las cifras teóricas resultado de intervenciones en contextos específicos bajo condiciones específicas se pueden parafrasear sin ninguna adaptación a todos los territorios ya todas las culturas. No se puede partir de un pálpito, se tiene que aterrizar a cifras y posibilidades.

Las ciudades enfermas de América Latina, ansiosas de reconocimiento, que se lipoesculpen y se implantan un par de tallas más, que se estiran las arrugas y se tiñen las cabellos blancos, no son otra cosa que el reflejo de sus gobernantes, que en estos tiempos deberían estar invirtiendo en los cerebros para establecer una belleza eterna y duradera, sana, limpia, en vez de propiciar una apariencia efímera que queda en evidencia cuando después del enamoramiento por tan deslumbrante belleza, nace el primer hijo.

 

 

 

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