La Constitución y la paz

Autor: Henry Horacio Chaves
7 julio de 2017 - 12:09 AM

La celebración de un nuevo aniversario de la Constitución Nacional debe motivar el compromiso de fortalecer su aplicación en materia de derechos, participación y búsqueda de la paz.

La Constitución Política es, o debería ser, el libro más sagrado para las sociedades democráticas. Hace 26 años, por estos días, el presidente César Gaviria Trujillo promulgaba la nuestra y la anunciaba como “la carta de navegación del país para el siglo XXI”. Él y el país esperaban que el texto fuera inspiración para las nuevas generaciones y un tratado de convivencia para quienes habitábamos el mismo mapa. Se esperaba entonces que fuera herramienta para el fortalecimiento de una democracia seriamente amenazada, la instauración de una sociedad más preocupada por los derechos fundamentales y la materialización de la paz. Más de un cuarto de siglo después es evidente que ha avanzado en esos campos, pero con frecuencia también se ha desandado el camino.

La del 91 fue una Constitución que llegó rodeada de entusiasmo y motivó lo que nunca despertó la centenaria de 1886 que reemplazó: motivar su lectura y propiciar su comprensión y apropiación ciudadana. Hasta ese momento la Carta Magna parecía reservada para los abogados, los académicos y una cierta élite intelectual. Al final de sus días, después de muchas reformas y contrarreformas, parecía más un pesado fardo que el manual de convivencia nacional. Por eso, la nueva Carta motivó seminarios, celebraciones, reflexiones diversas que evidenciaban la esperanza de construir, por fin, una sociedad mejor.

Y no podía ser distinto pues en la redacción de la Constitución participaron desde los recién desmovilizados guerrilleros, hasta los jóvenes constitucionalistas y líderes universitarios que habían impulsado la conformación de una Asamblea Nacional Constituyente, pasando por los representantes del viejo país, los voceros de los partidos tradicionales, las Iglesias y distintas minorías como los indígenas y las negritudes. Lamentamos entonces que las Farc y el Eln no se hubieran subido a tiempo al tren de la paz y hubiesen aportado su visión de mundo para establecer unas reglas de juego que les permitieran sumarse a la reconstrucción del país. Tuvimos que esperar más de un cuarto de siglo para ello, pero como dice el refrán “mejor tarde que nunca”.

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Esa Constitución que ha sufrido más de dos reformas en promedio por año, se hizo cotidiana porque trajo figuras como la Tutela que en la protección de los derechos la mostraba útil y al alcance de todos. Pero aunque han paso más de cinco lustros quedan deudas pendientes como la modernización del ordenamiento territorial (no existe aún régimen departamental, por ejemplo) y la consolidación de la democracia real que no esté al garete entre una reforma política y otra. Sin duda, también harán falta ajustes en materia de participación e introducción de los acuerdos de paz que se lograron con las Farc y los pendientes con el Eln, ajustes que en el mejor de los casos deberán darle un nuevo aire a la Carta, para hacerla otra vez popular y lograr que la gente la sienta propia, la respete y la defienda.

El cuarto de siglo le llegó a la Constitución con incertidumbre sobre su permanencia porque desde orillas opuestas se llamaba a la elaboración de una nueva Carta. Un año después, cuando a pesar de los tropiezos y las heridas la paz parece más posible,  las Farc han dejado las armas y la otra guerrilla avanza en un proceso parecido, esa duda parece disipada. Ahora es el tiempo de soñar un nuevo país y generar un acuerdo político que supere el péndulo de la reelección presidencial o su negativa, que permita la consolidación de partidos políticos que representen visiones de mundo y no empresas electorales y que promueva un ordenamiento del territorio en el que se descentralice algo más que las formas de corrupción.  Tiempo de soñar, como en 1991, con que ese texto se convierta en un tratado de paz que nos ayude a ser mejor sociedad y mejores seres humanos, porque esa es la verdadera justificación de la vida en común y de sus reglas superiores.

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