La sede del Directorio Liberal de Antioquia, en pleno Centro de Medellín, vive entre la soledad y el recuerdo de sus mejores épocas.
Inmóvil y en silencio ha visto pasar la vida. Testigo fiel de un mundo de contrastes que ha desfilado frente a ella durante décadas, desde la más altanera opulencia del poder hasta la más lacerante miseria humana, donde la droga somete y apaga vidas e ilusiones, donde las esperanzas no pueden florecer.
Ella nació con todos los lujos, producto de la convicción y el deseo de quienes no dudaban que a partir de allí construirán un mejor futuro. Era época de bonanza. El poder liberal estaba en su esplendor y había que exhibirlo, sin dudas y sin apremios.
Cuenta el exministro y dirigente liberal Armando Estrada Villa, que entonces el jefe “Bernardo Guerra Serna tomó la iniciativa de que había que construir una sede donde el Directorio Liberal de Antioquia pudiera funcionar en mejor forma, donde tuvieran cabida y comodidad los socios políticos y ese cúmulo de parroquianos que diariamente desfilaban por su oficina” en busca de esa ayuda que el más grande cacique político de la época manejaba a la perfección con su criterio clientelista.
Y revela que “para la construcción aportaron algunos liberales pudientes de la ciudad y los parlamentarios que en esa época disponían de auxilios. El directorio del Partido Liberal de Antioquia, que hasta entonces funcionaba incómodo en una vieja sede en la carrera 52 (Cundinamarca), entre las calles 56 y 57, en pleno Centro, se trasladó a la nueve sede, la Casa de Mármol, una cuadra más abajo, en la calle 56 (Zea) entre la carrera 54 (Cúcuta) y la Avenida de Greiff”, por donde a diario se entrelazan la cotidianidad y el carácter de una ciudad pujante, que día a día aceleraba su ritmo de vida, tal vez desprevenida de las vicisitudes que le acechaban dentro del ascensor de la vida.
Fue la primera construcción concebida en Medellín como sede política, pues hasta entonces los pocos partidos existentes funcionaban en algunas de esas antiguas y tradicionales casas de la época. “Del diseño y la construcción se encargó el comité de ingenieros y arquitectos del Directorio Liberal. Se inauguró en 1974 y desde entonces fue emporio político que albergó por mucho tiempo los llamados Viernes Liberales, eventos en los cuales los dirigentes, con Guerra a la cabeza, se reunían con invitados especiales de Bogotá y todo el país, en una fiesta semanal en la que el liberalismo exhibía las mejores galas”, apunta Estrada Villa.
Pero todo cambia, a veces para bien, a veces para mal. El atractivo sector de la Estación Villa, vecino de la exclusiva Avenida de Greiff, bordada por frondosos árboles que le daban la pompa de ser uno de los mejores corredores para el paseante o el transeúnte de a pie, se fue llenando de un agitado comercio, a veces sin control, que atrajo toda suerte de actividades.
“Entonces la Casa de Mármol, de gran trascendencia en el derrotero liberal de los 70 y los 80, y símbolo de la gloria política de Guerra, cuando era el senador más votado, empezó a perder importancia a medida que la influencia del jefe fue declinando y fue perdiendo su liderazgo”, recuerda el exministro antioqueño.
Apatía de la antigua militancia liberal que crecía día a día con la evidente decadencia de los tradicionales partidos políticos y que terminó en abandono cuando al sector llegaron los señores de la droga y detrás de ellos los habitantes de calle.
“Hace mucho tiempo que eso empezó a desmoronarse, ahí ya no viene nadie. Fue muy importante hasta hace unos 20 años, cuando volví a este sector que conocí desde pequeño, cuando ni siquiera habían construido esta sede, pero ahora nadie les cree, eso se acabó”, relata un vecino del sector que prefiere no identificarse.
Entonces los “Viernes Liberales se convirtieron en reuniones cortas de los sábados por la tarde”, menciona el vecino mientras comenta que “el miedo ahuyentó a los pocos fieles que quedaban. Guerra empezó a enfermarse, con los años perdió las fuerzas, el poder y cada vez era menos frecuente verlo aquí. Todo se fue esfumando”.
Y ella ahí, la Casa de Mármol impávida, viendo pasar la vida, resignada a su nueva existencia, una vida en silencio, abandonada por los adalides que otrora añoraban visitarla porque era allí donde se repartían los cargos y el poder.
“Aquí nos ha tocado de todo. Ver a los del poder en su mejor momento, a los de la calle tirados por montones en el suelo, droga en abundancia, los operativos de la Policía, y no hay más qué hacer sino aguantar. Frentiar el corte, porque pa´ dónde coge uno, si toda esta ciudad está así, todo el Centro es una plaza de vicio, entonces lo que venga hay que recibirlo, hay que enfrentarlo porque de aquí sale la sopita pa’ mis hijos”, argumenta.
Y como él muchos otros vecinos que trabajan allí, cargando, vendiendo, vigilando, reparando o enseñando. Todos en su esfuerzo diario para no dejar morir esa esperanza que los llevó allí, en busca de la oportunidad que no encontraron en otro lugar.
Una etapa que seguramente nunca volverá para ellos, porque las secuelas de la desventura que por décadas ha deteriorado el sector aún están ahí, al acecho y listas para regresar, esperando el retiro de las autoridades que adelantan los operativos en el llamado “Bronx” de Medellín, escenario de una tragedia social que la abandonada Casa de Mármol, de reojo y en silencio, vio nacer y crecer ante la silente indolencia del resto de la ciudad.