Se cumplen siete años de los Juegos Sudamericanos en Medellín; un evento que trascendió lo deportivo, involucró a la ciudadanía y aportó en el proceso de constante transformación que le cambió la cara a la ciudad.
Eran los años finales de la década de los 90. Medellín se consumía así misma y necesitaba una piedra de toque para demostrar que en este Valle podía hacerse algo distinto además de arder en desventuras. Así fue como se gestó la candidatura para ser sede de los Juegos Panamericanos 2003. Pero no pudo ser y finalmente Santo Domingo, República Dominicana, se quedó con el privilegio.
“De la pérdida de esa sede, quedó la experiencia de planear una buena propuesta para una candidatura de esas dimensiones y la evidencia en el plano internacional de que teníamos la organización para realizar un evento deportivo grande”, afirma Andrés Botero, presidente del Comité Olímpico Colombiano en ese período. Y esa piedra de toque llegaría años después con la asignación de los Juegos Sudamericanos en 2010.
Al frente de la monumental labor de cumplir con la promesa de hacer los mejores Sudamericanos de la historia estuvo Alicia Vargas (q.e.p.d) como directora del Inder, y apoyada en el irrestricto compromiso de los gobiernos Nacional, Departamental y Municipal.
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En los días previos a la inauguración de los Juegos había un ambiente expectante en la ciudad como si se tratara del preludio de una épica Feria de Flores. Cuando la llama olímpica sudamericana tocó suelo antioqueño y comenzó su recorrido fue el mejor símbolo de que la ciudad podía arder de una forma distinta. Con un fuego reparador. “Fue un momento muy especial: la gente en las calles viendo la llama y como esa certeza de que la ciudad tenía una gran oportunidad para cambiar la cara frente al exterior”, expresa Natalia Sánchez, quien junto con Víctor Ortega tuvieron el honor de recibir la llama en representación de los deportistas nacionales. Ambos se convertirían en multimedallistas, la primera en tiro con arco y el segundo en clavados, ayudando a Colombia no sólo a ganar por primera vez las justas sino también a imponer un nuevo récord de medallas obtenidas en una sola edición al superar las 300 preseas.
En esas casi dos semanas la gente se volcó hacia los escenarios. Fue una fiesta. Y aunque durante el tiempo que duró la reconstrucción de la Unidad Deportiva Atanasio Girardot (Udag), la gente guardó cierto recelo porque se estaba tocando un ícono de la ciudad, una vez atestiguaron el resultado de la reformada Unidad, el vínculo de la ciudadanía con el nuevo espacio fue definitivo. “Recuerdo que el tiempo de las obras fue un poquito traumático, muchos pensábamos que iban a hacer algo que se veía bonito pero que iba a alejar a la gente que siempre perteneció al Estadio. Pero ahora hasta le cuesta uno a veces hacer memoria de cómo era antes esto sin las reformas”, comenta Manuel Galarcio, ventero de siempre en la Unidad Deportiva y quien fue reubicado de los artesanales puestos de antes a los que hoy se apostan alrededor del Atanasio.
Y la meta se cumplió. La cumplieron todos. “En su momento Carlos Nuzman, presidente de Odesur, lo dijo y aún se reafirma, que los Juegos Sudamericanos de Medellín fueron los mejores de la historia y pusimos este evento al nivel de unos Panamericanos. Esto lo logró la organización y la ciudadanía”, destaca Andrés Botero, quien se reafirma en su pensamiento de que los Juegos fueron cruciales para cambiar la imagen de Medellín, lo que se dio de forma paulatina en los años posteriores. “Que los deportistas y la gente de afuera tuvieran ese contacto, es decir, montar en metro, andar por la ciudad, hospedarnos en una Villa ubicada en una zona popular, y sentir la tranquilidad y conocer a la gente común, fue importante para ayudar a cambiar esa idea de lo que era Medellín”, opina Natalia Sánchez, quien pese a recorrer las ciudades más impactantes gracias a su deporte, conserva un especial recuerdo de lo que fueron esas justas para su carrera.
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Y tras el éxito de los Sudamericanos la ciudad se creyó el cuento y fue por más. Porque la candidatura para organizar los Juegos Olímpicos de la Juventud del 2018 no fue sólo de la dirigencia deportiva sino que se convirtió en una causa colectiva de los medellinenses. “50.000 personas en Medellín salieron en una caminata para apoyar la candidatura de la ciudad para los Juegos de la Juventud. Y más allá de que no se hayan podido dar por el peso que tuvo Buenos Aires en ese momento para quedarse con las justas, la ciudad demostró una gran vocación. Yo creo que ese es el camino y hay que insistir en la realización de este evento”, señala Botero.
Y el respaldo para ambicionar con un evento semejante es la infraestructura deportiva que dejaron los Juegos de 2010. “La mejor de Sudamérica” afirma Botero. Aunque Juan David Valderrama, director del Inder, va más allá. “Es la mejor de Latinoamérica”, piensa.
Su posición se sustenta en una certeza: la ganancia de esos escenarios que se adecuaron y construyeron hace siete años, fue la apropiación que hizo la gente de estos. “Te ponés a ver a Río de Janeiro hace apenas meses, o Beijing y encontrás una cantidad de escenarios deportivos gigantes para un evento coyuntural. Se acabaron y la infraestructura se va quedando ahí, deteriorándose. Medellín se la jugó por mantener en funcionamiento esos espacios y la comunidad está muy apropiada de estos. Las cuatro últimas alcaldías han apostado por proteger estos escenarios y el día en que llegue una administración y se le ocurra frenar esa posición va a tener un problema grande con la ciudadanía”, expone Valderrama.
Lo de la apropiación de la comunidad no es retórica. Según cifras del Inder, 147.216 usuarios mensuales hacen uso de los diferentes coliseos deportivos de la Udag. A esto se suman los 92.000 usuarios mensuales que aprovechan los alrededores del Atanasio en las llamadas (VAS) Vía Activa Saludable, antes llamada ciclovía. Estas cifras, sin contar con los usuarios particulares de las diferentes ligas y deportistas de alto rendimiento, todos, coexisten diariamente llenando esos espacios de color, vida, dignidad y oportunidades. (las cifras hablan de usuarios y no de usos, pues si así fuera los números se triplicarían porque hay personas que acuden hasta dos y tres veces por semana).
Aunque no todos los escenarios marchan al mismo ritmo; los estadios de sóftbol y béisbol históricamente han tenido cifras bajas de uso y aprovechamiento. De hecho, actualmente entre ambos no suman 1.000 usuarios al mes y el mismo Valderrama lo reconoce. “Obviamente esos espacios podrían tener un uso diferente. El cuento es vos cómo tomás la decisión de quitarle un espacio a un deporte y dárselo a otro. Eso es un costo de oportunidad complejo frente a las ligas y deportistas. Pero sí es cierto que hay espacios como estos que deben replantearse como ciudad”, explica Valderrama, quien cree que por ahora la mejor solución es buscar estrategias para masificar estos deportes, llevarlos a colegios e incentivar la demanda para aprovechar mejor unos espacios que por su tamaño y por la creciente demanda de otras disciplinas se están subutilizando, un lujo que una ciudad, en la que cada metro cuadrado para practicar deporte puede ser una mina de oportunidades para los jóvenes, no puede permitirse.
Pero son casos específicos, pues en general la ciudadanía vive el deporte como un detonante para la salud, la recreación y la sinergía con los espacios y complejos deportivos que componen la ciudad, que son alrededor de 890 con cerca de 400.000 usuarios impactados mensualmente. Medellín es una urbe que se reinventa en gran parte a partir del deporte.
Además, según el director del Inder, Medellín sigue teniendo la infraestructura para albergar un evento deportivo grande. “Sólo faltaría cubrir el coliseo de fútbol de salón y mejorar el velódromo”, dice Valderrama, que además señala que la palabra clave es: “mantenimiento”.
Así que la ciudad podría aspirar tranquilamente a organizar un gran evento y tener certezas de que sería nuevamente un éxito. “Yo no me inclinaría por unos Panamericanos porque es el evento más costoso en el área y el costo beneficio no es tan importante como unos Juegos Olímpicos de la Juventud, que tiene cubrimiento mundial, son 208 países, cuesta menos organizarlo y se amolda perfecto al tamaño de la ciudad. Además, sería una gran historia para el Comité Olímpico Internacional, poder mostrar el cambio de Medellín de una ciudad violenta y triste y que hoy tiene un proceso digno de ejemplo para el mundo”, afirma Andrés Botero.
Así, pues, sea cual sea el próximo objetivo de la dirigencia deportivo y los mandatarios, probablemente no estarán solos en esa cruzada y contarán con el respaldo de una ciudadanía que hace siete años dijo sí se puede y seguramente lo volverán a hacer.