Defender el título obtenido en Trujillo (Perú) en 2013 y de paso hacer valer la condición de anfitriones, era la meta de la delegación colombiana en los XVIII Juegos Bolivarianos que se realizan en Santa Marta. A pocas horas de la clausura, el objetivo está asegurado con una contundencia tan inusitada que, sin dejar de alegrarnos con nuestros atletas, nos quedamos con un enorme interrogante, pues está claro que el nivel de los rivales no nos ha permitido saber a ciencia cierta si es que los nuestros están creciendo de manera vertiginosa o si es que el rival natural en estas justas, Venezuela, está sufriendo una caída estrepitosa.

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De ninguna manera queremos aguar la fiesta. Van por eso nuestras sinceras felicitaciones a los deportistas nacionales y al Comité Olímpico Colombiano por la enorme capacidad mostrada en las pistas de competencia, y expresamos nuestra admiración en particular para Mariana Pajón -galardonada con EL MUNDO de Oro en la categoría de Deportes, en 2014- por el hito de haber ganado ya un oro en el ciclismo de pista. No hablaremos aquí de la organización, a la que se le hicieron algunas críticas en la prensa extranjera, pues no fuimos testigos de primera mano y sería injusto hacer juicios de valor sobre lo que no conocemos, aunque sí resaltamos, como lo hicimos al dar la bienvenida a las justas, que la capital del Magdalena quede con escenarios renovados que bastante necesitaba.

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Celebramos con entusiasmo pero no creemos que, como se dice popularmente, haya que sacar el carro de bomberos, pues mientras hace cuatro años Colombia superó a Venezuela por cinco medallas y el resultado se supo el mismo día de la clausura, a la hora de escribir estas líneas la ventaja de los nuestros sobre los patriotas era de 113 medallas de oro. Una diferencia tan abismal es anormal, más aún si se tiene en cuenta que los Bolivarianos han sido históricamente los juegos de los venezolanos, a los que ponían todo el empeño, los que ganaron trece versiones consecutivas (racha que quedó cortada, precisamente, en 2013) y en los que se sentían imbatibles.

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Y aunque los dirigentes, siguiendo la costumbre chavista de negar la realidad, han dicho a la prensa por estos días que su presupuesto era ganar entre 80 o 90 medallas (llevaban 88 al cierre de esta edición) y que su delegación se confeccionó pensando en los olímpicos ¡de 2024!, los periodistas especializados y los deportistas mismos señalan que este resultado es fruto natural de la situación del país: los talentos se han fugado, quienes quedan en el país se alimentan mal, no hay recursos para foguearse con la élite mundial y los escenarios están en mal estado.

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Para Colombia también es lamentable esa situación, pues la rivalidad siempre alimenta la emoción de las justas. Pero al pasar esta página, la dirigencia debe seguir apegada a su libreto, con la mira puesta en el gran objetivo que son los Olímpicos de 2020. Ya vendrán los Centroamericanos y del Caribe de 2018, donde México y Cuba nos pondrán las cosas difíciles, y los Suramericanos, también el próximo año, donde Brasil nos hará apretar el paso. Esos rivales nos mostrarán un panorama mucho más cierto de la situación de los nuestros, que hoy merecen celebrar, pero deben saber que no se puede bajar la guardia.