Javier el Ñato Suárez dejó huella en su paso por el ciclismo profesional en la década de los años 60. En diálogo con EL MUNDO recordó sus gestas y los años gloriosos.
Hace ya 52 años que Javier el Ñato Suárez se trepó en lo más alto del podio, como campeón de la Vuelta a Colombia. Su primer y único título en la ronda nacional, en una carrera deportiva exitosa, que se extendió por una década y redondeó con dos títulos del Clásico RCN, decenas de etapas conseguidas y diversos podios.
Pero más que títulos y celebraciones, lo que más satisfacción le genera es haber dejado huella, un legado que perdura con el paso de los años.
Es algo que, a su modo de ver, no tiene precio y contar con el reconocimiento y el cariño de la gente es un alimento y una caricia para el alma. El Escalador de América, como lo bautizó el recordado periodista Alberto Piedrahíta Pacheco a comienzos de la década de los años 60, por sus excelsas condiciones en etapas de alta montaña, evocó sus años dorados en el pedalismo.
“Es increíble que después de tantos años las personas se acuerden de mí, que me pidan una foto. En muchas ocasiones estoy montando en mi bicicleta y los demás ciclistas aficionados me pasan por el lado y me saludan, converso con ellos, me recuerdan momentos inolvidables de mi trayectoria, y los más grandes le dan referencias mías a sus hijos. Son detalles que enriquecen y me alegran, porque significa que algo bueno hice”, dijo el Ñato, como se le conoce desde su juventud.
Sus aficionados de la época no lo olvidan. “Hace un par de años, una señora me hizo llegar una edición de la revista Vea Deportes de 1963, cuando participé por segunda ocasión en la Vuelta a Colombia. Sale publicada una foto en un ascenso y cuando la observo, regreso a ese momento. Recordar es vivir, por eso guardo con cariño las revistas y recortes de la época, porque siento que nuevamente lo estoy viviendo”, aseguró.
“Pero a veces siento -prosigue- que no soy yo el de las fotos. Es una sensación rara, como que no puedo creer todas las cosas que logré, las etapas que conseguí, las gestas …son sensaciones raras, que no logro explicar con palabras”, dijo.
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Los años dorados
Recuerda con facilidad todos los detalles, desde los importantes hasta los más pequeños: “Yo llegué al ciclismo de élite en menos de un año. Antes era diferente. No como ahora, que empiezan desde muy jóvenes y realizan un proceso antes de llegar hasta el profesionalismo. En 1961 yo era ciclista aficionado, corría en una categoría que en aquella época se denominaba ‘turismeros’ y un año después corrí mi primera Vuelta a Colombia”, rememoró el Escalador de América.
“Esa primera experiencia en la Vuelta fue espectacular. El campeón fue Rubén Darío Gómez el Tigrillo de Pereira, un gran corredor. En esos años hubo una sana rivalidad entre el Tigrillo, Cochise (Martín Emilio Rodríguez), Pajarito (Roberto Buitrago) y yo. Estuve muy cerca de ganar esa Vuelta, pero a falta de dos etapas tuve una caída muy fuerte bajando de Letras, me di contra una roca, pero en la última etapa recuperé tiempo y terminé tercero”, recordó, al tiempo que recordó la satisfacción que le quedó tras ganar su primera etapa, entre Riosucio y Medellín, fracción en la cual volvió a imponerse en 1963.
En 1964 ganó la sexta etapa, entre Caucasia y Yarumal. Y 1965 fue el año de su coronación, sin dudas el mejor de su trayectoria, ya que también se proclamó campeón del Clásico RCN: “Fue el año ideal por los dos títulos. Tenía apenas 22 años pero fue tocar el cielo con las manos”.
Hay tres fechas que marcan la vida de Javier: la del 4 de abril de 1965, el 19 de marzo de 1983 y el 14 de mayo de 1985. En la primera, levantó el trofeo de campeón de la Vuelta, tras imponerse en una etapa épica entre La Dorada y Bogotá; la segunda porque fue cuando se casó con su esposa y compañera de vida, Laura del Socorro Vallejo; y la tercera porque nació su única hija, Natalia, políglota y destacada profesora de idiomas.
“Son fechas inolvidables, tanto en lo deportivo como en lo personal. Hace dos años se cumplieron 50 del título de la Vuelta y tuve un homenaje muy bonito”, dijo, al tiempo que recordó que la carrera inició en la ciudad venezolana de San Cristóbal.
En 1966 logró su segundo título en el Clásico RCN. En ese mismo año, y en 1967 y 1968 fue subcampeón de la Vuelta, en dos ocasiones por detrás de Cochise y en la tercera del tolimense Pedro J. Sánchez. En 1968, además, representó a nuestro país en la ruta de los Juegos Olímpicos de Ciudad de México.
“La victoria de Pedro J. Sánchez rompió la hegemonía que había tenido el ciclismo antioqueño en esos años. Hasta ahí dominábamos nosotros y luego comenzó el auge boyacense, hasta el día de hoy”, evocó.
En los 60 la rivalidad entre Cochise y el Ñato fue tan grande, que nacieron los “suaristas” y “cochisistas”, aficionados inclinados hacia uno y otro corredor: “Era muy lindo. Había rivalidad deportiva, pero Martín y yo somos amigos desde muy pelaos. Pasamos por muchas cosas juntos, en aquellas carreras hacíamos colectas, compartíamos la comida, eran otros tiempos, carreteras en mal estado, otro tipo de bicicletas, otros uniformes, no teníamos detrás a un equipo amplio de personas como tienen los ciclistas de ahora. Las llegadas a las ciudades eran majestuosas, un verdadero acontecimiento, con miles de personas en las calles. En los pueblos casi no habían hoteles, por lo cual dormíamos en casas de la gente, que gentilmente nos abrían sus puertas”, rememoró.
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La actualidad
Javier vive la vida feliz. Su esposa, Laura del Socorro, su hija, Natalia, su amigo del alma, Luis Carlos, mejor conocido como Chispa; y sus amigos de toda la vida del ciclismo, entre ellos Cochise Rodríguez, son sus compañeros inseparables.
Desde su retiro de la alta competencia, en 1973, se alejó por completo del deporte que ama. “Nunca quise ser entrenador ni pertenecer al mundo del ciclismo porque realmente un entrenador no tiene autonomía para dirigir y realizar una estrategia como quiere hacerlo. Prefiero estar tranquilo con mi familia y amigos, amo el ciclismo y por eso no puedo dejar la bicicleta, sigo montando y escalando como lo hago desde hace más de 50 años, es una pasión que no puedo dejar”, aseguró Suárez, quien monta en su cicla por lo menos dos veces a la semana.
Si bien el ciclismo no le dejó sumas abultadas de dinero (es pensionado de la empresa Suramericana), no cambia por nada las páginas de gloria que vivió. No en vano, enfatiza que “en mis tiempos el ciclismo era una pasión. Hoy en día, como en todos los deportes, es un negocio”, concluyó.