El poeta Jaime Jaramillo Escobar celebra 85 años de vida, de historias, de reflexiones, que comparte en la Biblioteca Pública Piloto, donde desarrolla cada semana su Taller de Poesía. Esta es una revisión de su obra, de sus pensamientos y perspectivas.
Óscar Domínguez G.
Especial para Palabra&Obra
A sus primeros 85 años, el poeta Jaime Jaramillo Escobar, (Pueblorrico, Antioquia, mayo 25 de 1932) es un bicho raro: no habla mal de nadie pero todos hablan bien de él. Es diminuto como un haikú. Tiene listo su epitafio y, en lugar de sonreír a manos llenas, prefiere hacer versos desnudo.
Distintos ismos literarios, empezando por el Nadaísmo, se lo disputan. A X-504, su alias, ni le va ni le viene que se lo peleen. Se deja querer y admirar. Eso es gratis.
Con sus apellidos de ministro de hacienda o de agricultura, el decano de la pandilla Nadaísta, merca en el Éxito de Laureles como cualquier mortal, y tiene cuenta bancaria en Bancolombia. Alguna prosaica gripa le ha de dar. A la salida del banco dan ganas de atracarlo con un estribillo alejado del manual: ”Poeta, bájase de sus últimos versos, pero quédese con el billete y con su gorra de pensionado”.
A lo mejor, mientras hace fila, evoca este verso de su colega y viejo conocido León de Greiff, de quien fue compilador en el período bogotano de ambos creadores: “Mi flaca bolsa de irónica aritmética…”.
Aunque nadie le crea, predica que ser poeta es tirado. Eafit le publicó un libro: Método fácil para ser poeta. No en vano tira línea literaria hace 35 años en su Taller de la Biblioteca Pública Piloto. Por estos días despacha desde la Torre de la Memoria por labores de embellecimiento lícito del viejo edificio.
Le dijo en una entrevista a Fernando Mora Meléndez que publicó la revista El Malpensante que “la poesía es la voz del pueblo, y pienso que debe ser útil. Por eso le puse Poemas útiles a un libro de Geraldino Brasil que traduje”. La entrevista ganó Premio Simón Bolívar en el 2013. Las fotos del “rasta” Juan Fernando Ospina no se le quedan atrás a la entrevista.
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En otra coyuntura, Jaramillo Escobar dejó dicho para la posteridad: “Nada más escaso que la buena poesía. No es para todos. Se necesita tener ángel. El ángel también es escaso”.
Los amigos no se prestan
No le gustan las bibliotecas públicas pero asegura que la Piloto es la biblioteca personal de los lectores que la frecuentan. Me lo dijo en una vieja charla: “Nunca me han gustado los libros en préstamo. Porque un libro es un amigo y a un amigo nunca se presta. Ir a conversar con un libro en una biblioteca pública es como ir a hacerle la visita a un señor todo protocolario y limitado. Los señores no dan su corazón en las visitas. Para que te dé su corazón tienes que salir con él de paseo, e invitarlo a dialogar al calor de tu chimenea con un coñac en la mano y el gato ronroneando sobre el tapiz, muy cerca de la lumbre. ¿Cómo puedo yo ir a ver a Thomas Mann en la biblioteca pública? Ambos nos sentiremos molestos y no tendremos nada que decirnos. Para mí, las bibliotecas públicas no tienen ningún encanto. Pero la Biblioteca Pública Piloto de Medellín no es como una biblioteca pública, sino como la biblioteca particular de cada uno de sus usuarios”.
El kínder de Jaime
Al presentar un libro con textos de sus catecúmenos, dejó claro: “Ellos son conscientes de que los textos propios deben examinarse como si fueran del peor enemigo, y sólo publicarlos si pasan esa prueba… Escribir bien es agregar a la literatura páginas que no sobren”.
El poeta Verano Brisas, uno de su cofradía es, según Jaramillo Escobar, “hombre de mar, del aire y de la selva, viajero, teatrero, duende y poeta”. Su entorno sabe que también es su ángel guardián y quien le muele el aire en asuntos prácticos.
Verano resumió certeramente el sentir del Taller en pleno sobre su maestro-amigo: “Sus virtudes como coordinador del Taller son muchas: respeto por las diferentes voces literarias, generosidad, nobleza, simpatía, bondadoso con rigor, una que otra ironía, mucha imaginación, desbordada fantasía y un ojo clínico para descubrir poetas y narradores de todas las edades y condiciones”.
No tiene discípulos sino devotos, admiradores perplejos, agradecidos, que lo miran con “un aire de perrito de la Víctor”.
El entrecomillado es parte de una traducción que hizo del brasileño Mario Quintana. El verso completo que tradujo dice: “Mi primera novia me escuchaba con un aire de perrito de la Víctor”.
Jaramillo Escobar también tradujo (1982) a Geraldino Brasil quien le agradeció que le mejorara sus textos. Como este tomado de un poema llamado Noticias de la paz:
“No sé si al periódico le gustaría una paz de la que no podría vivir, esa paz insoportable sin las noticias de la guerra”.
A la publicidad por la poesía
A lo mejor, Jaramillo Escobar llegó a la poesía por la vía de la publicidad. O al contrario. Para comer fue publicista en Sancho Publicidad, de Bogotá, y en Publicidad Nova, de Barranquilla. Para vivir, escribe, edita y compila, se luce como ensayista, cuentista, prologuista, conferencista, tallerista, y un largo ista.
Y si lo cogen con los calzones abajo, presenta libros. Me consta la presentación de dos: uno de su colega Eduardo Escobar y una antología de Darío Jaramillo Agudelo, sobre León de Greiff, editado con cargo a la caja menor del Fondo de Cultura Económica.
Jaramillo Agudelo contó en su autobiografía, Historia de una pasión, que alguna vez quedaron de publicar a cuatro manos un libro que se llamaría Poesía y cartas. No pasaron del título. De pronto se reúnen y retoman la idea. Los dos tienen con qué. Las musas siguen de su lado.
Eso sí, deja claro que la gloria no es el fuerte del pueblorriquense. Ni en la publicidad ni en la poesía. Se lo confesó a Gonzalo Arango quien finalmente le arrancó una entrevista para la Revista Cromos: “La gloria me importa un pito. Mi triunfo va por otro camino… Yo, solo, compitiendo conmigo mismo. Yo solo, porque Dios murió en una tragedia de Shakespeare disfrazado de mujer”.
Bueno, no sólo le jaló a la publicidad por aquello del diario yantar. X-504 también fue empleado de la Administración de Impuestos en Cali. “Como era empleado público, aunque de ínfima categoría, me parecía mejor que apareciera con un seudónimo y no con mi nombre, por eso la x. Y el 504 proviene de mi cédula: 504.547. Inicialmente puse el nombre completo, pero Gonzalo González, Gog, director del suplemento literario de El Espectador, me recomendó abreviarlo”.Se le contó a la revista El Malpensante para la que se empelotó en la entrevista mencionada; solo se tapó las partes pudendas con algún endecasílabo ajeno.
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Las llaves de la noche
En su andadura no escapó al frío bogotano. Allí le montó la perseguidora a León de Greiff para una antología que preparaba para una fábrica de empaques, sí de empaques. Los pasos lo llevaron al apartamento de De Greiff en el barrio Santa Fe, adonde iba a parar después de tirar línea en El Automático. Un tal García Márquez bebió en su fuente.
En el barrio Santa Fe, Jaramillo vio gatear a De Greiff hasta encontrar el libro que necesitaba en el apocalipsis de su estudio.
Por esas fechas, estaba en su furor el café. Su dueño de entonces, Enrique Sánchez, jericaono, se lo encontró una noche en pleno Parque de Santander. Se le arrodilló para expresarle admiración por sus versos nadaístas. Y a manera de homenaje trató de entregarle las llaves del café. Jaramillo logró escapar al asedio. Tal vez la hubiera aceptado si hubiera sabido que era las del ladrón que se robó las llaves de la noche, como se lee en un poema que anda suelto por ahí.
Literatura por kilos
No hay que presentar carné de Sherlock Holmes para concluir que el más que octogenario Jaramillo optó por las letras desde cuando estudiaba primaria en Betulia, de la mano de su maestro Gabriel Cano Urrego. (Betulia también se disputa el honor de ser su cuna).
El niño Jaime se pilló que al tendero de la localidad le llegaban los periódicos. Pues aquí que no peco, pensó, y en menos que escribiría los poemas de la ofensa, le estaba comprando los suplementos literarios de El Colombiano.
Ese fue el ábrete sésamo de su oficio de escritor. Y de nadaísta. Una vez le pregunté por el movimiento que creó su amigo Gonzalo Arango: “El Nadaísmo es una filosofía y por consiguiente determina una actitud ante la vida, la sociedad, el arte. Evoluciona con el pensamiento y se enriquece con el aporte de las nuevas generaciones. Adóptelo el que quiera y sírvase de él. El Nadaísmo no tiene dueños porque el pensamiento corresponde a la especie, y, al individuo, sólo el honor de proclamarlo. Pero no se olvide nunca que el Nadaísmo es de la esencia de la libertad. Hay escritores y artistas que piden libertad, como si la libertad se mendigara, como si pudiera esperarse un regalo tan precioso. La libertad hay que conquistarla; hay que arrebatarla. Y sólo el verdadero artista es capaz de eso. Resulta oportuno repetir esto”.
Dios también canta
Se ha ganado todos los premios habidos y por haber. Pero ni así se deja perder por la vanidad. Me lo confesó en la entrevista que le hice.
“Carezco de vanidad y ni siquiera me envanezco de ella. Por eso me asombra y avergüenza encontrarme a veces con la envidia. Lo único que deseo es escribir unos poemas porque ese es mi canto y creo que todos los seres humanos vinimos a cantar. Si canta Dios que debería ser el más atribulado –pero en las noches se le oye cantar-, si toda la creación es un canto, el poeta es una ranita que canta al compás del universo. El canto de la rana es el que más le gusta a Dios porque él está contento de ver que la rana también canta. No importan los diversos conceptos acerca de Dios. Todos se pueden sumar y el resultado siempre es uno. La vanidad es vecina de la ignorancia. Su diccionario dice que la vanidad es una forma inferior del orgullo. ¿Por qué cree usted que yo debería tener eso? Nunca olvidé a Ovidio: ‘Observa al pavo real: si oye alabanzas de su plumaje, lo extiende con orgullo; si lo contemplas en silencio, cierra su espléndido abanico antiguo’”.
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Dejemos al poeta tranquilo en sus 85 años pero digamos adiós con esta confesión sobre su vida y milagros: “En mis libros hay poemas muy alegres y también los hay tristes porque la vida es así. Y porque deben existir cantos para la alegría y la tristeza. En rigor, no puede decirse que la vida le tenga “bronca” a nadie. Y nadie está contento con su vida todo el tiempo. Unas son de cal y otras de arenas. Es la medida. El contemplativo desconoce la palabra ‘bronca’. Está en paz con el universo y consigo mismo. No está en pugna con nada, e invadido de serenidad, disfruta de la más perfecta alegría”.
Cuando Jaime Jaramillo muera, “y el día esté lejano” para decirlo con su par, Barba Jacob, a quien también le dedicó antología, empezará a disfrutar del epitafio que le confesó a Gonzalo Arango: Aquí vive Jaime Jaramillo Escobar.