Sus realidades y logros convierten a Israel en un tema que merece equilibrada atención.
Hace unos días – el 2 del presente mes – Israel festejó como nación independiente 69 años de vida. Un hecho que merece singular atención. Indicaré algunas razones.
Para empezar: juzgo que en la presente constelación internacional y pública son pocos los países que encaran evaluaciones radicalmente opuestas. De un lado se escuchan admiradas voces en favor de Israel que señalan su singular capacidad para sobrevivir en un contexto geográfico y cultural francamente hostil. Por otro se multiplican las censuras a este país por las medidas que suele tomar en contra de la población palestina- particularmente en Cisjordania – que desde hace décadas procura alcanzar una aceptable autonomía nacional.
Opino que estas opuestas actitudes que se inspiran, ya sea en una actitud interesada o romántica respecto a los logros de Israel, ya sea en una recta postura en contra de cualquier expoliación humana y colectiva como en el caso de los palestinos, muy poco nos ilustran acerca de la singularidad del trayecto de este país. Veamos.
Israel se asienta en una estrecha geografía: apenas 20 mil kilómetros cuadrados. Cualquier país latinoamericano o europeo lo supera considerablemente en extensión. Presenta por añadidura una densidad poblacional elevada: más de 350 habitantes por kilómetro cuadrado. Se me ocurre que sólo en la franja de Gaza cabe encontrar una relación similar, con resultados allí absolutamente retardatarios y negativos. No en Israel. Hasta el presente este país ha acertado en poner en práctica directrices que le ayudan a superar severas restricciones geo-demográficas.
Se trata además de una sociedad que conoce amplias escisiones internas. Su población árabe musulmana llega al 22 por ciento; los sectores religiosos judíos que niegan legitimidad al estado y rehúsan servirle militar y económicamente constituyen un 15 por ciento; ciudades como Tel Aviv albergan a más de 50 mil migrantes no judíos llegados de África y unos ocho mil procedentes de América Latina; y la ciudadanía que resta- alrededor de seis millones- debe encarar conflictos propios, generados por el desigual origen cultural y la estratificación económica.
Circunstancias que fácilmente habrían podido conducir a restarle viabilidad como país moderno y como vivaz democracia. No ha ocurrido. A la fecha Israel ha logrado instituir modalidades institucionales y políticas que le permiten superar profundas fisuras internas.
Considérese además que se trata de un país que ha experimentado sangrientos conflictos militares desde su formación en 1948; por lo menos cinco guerras- de subida extensión y altas pérdidas humanas y materiales- con países vecinos (Jordania, Egipto, Siria, Líbano), amén de reiterados disturbios internos protagonizados por la insurgente población palestina.
Se podría esperar que la marcada y difundida inseguridad militar habrá de inhibir la llegada de judíos que habitan con holgura y prosperidad otros países del mundo. Sin embargo, en décadas pasadas llegó al país más de un millón de judíos procedentes de Rusia y Europa oriental. Al paso del tiempo el caudal migratorio se tornó modesto; sin embargo, hoy cuenta por lo menos con 20 mil nuevos migrantes por año.
Debe atenderse por añadidura que Israel se encuentra en una región que produce, consume y exporta drogas ilegales que merecen amplio consumo en no pocos países europeos, latinoamericanos, africanos y asiáticos. No obstante, este mal no afecta sensiblemente a la sociedad israelí; en los últimos años se difunde más bien- con absoluta legalidad- la producción de marijuana con fines medicinales debidamente controlados.
Considerando su particular estructura demográfica y cultural en la cual una décima porción de la población judía se niega a insertarse a mercados laborales especializados y a hacer estudios universitarios por razones religiosas, merece atención la distinguida estatura internacional lograda por sus instituciones académicas que, según estimaciones internacionales, no están muy lejos de las más distinguidas en Estados Unidos y en Europa occidental. Corresponde recordar que escritores y académicos israelíes han merecido a la fecha cuatro Premios Nobel.
Es irrefutable la capacidad tecnológica y militar de este país. Previsiblemente, no pocos condenan el hecho de que Israel es hoy el cuarto exportador de armas en el mundo y que los compradores representan una amplia gama de naciones desde la India a no pocos latinoamericanos. Sin embargo, también cabe ponderar que se trata de una capacidad que, para alcanzarla, se precisa una infraestructura científica y tecnológica hoy ausente en múltiples países.
En suma: a los 69 años Israel como estado y país presenta no pocas fallas y debilidades, particularmente en su atención- a menudo equivocada y desalentadora- respecto a los tres millones de palestinos que habitan los territorios de Cisjordania militarmente controlados. Sin embargo, su reconocida y creativa sobrevivencia a pesar de una fragilidad geopolítica y demográfica que se ve acentuada por escisiones internas - culturales, étnicas y religiosa, amén de amenazas militares externas- convierten a Israel en un tema que merece equilibrada atención.